Casi un desconocido más allá de las fronteras de su Suecia natal, el nombre de Christer Strömholm (Estocolmo, 1918-2002) comenzó a ser tenido en cuenta en Europa después de que se le concediera el premio Hasselblad en 1997.
Su primera exposición, «En memoria de mí mismo», se exhibió en unos grandes almacenes de Estocolmo en 1965, cuando ya tenía 47 años. Su consagración no le llegó hasta los 68 años con la exposición «Nueve segundos de mi vida».
Hijo de un militar y de una familia relacionada con la banca de Gotemburgo, la obra de este fotógrafo sueco está marcada por un acontecimiento que marcó también su vida, el suicidio de su padre, militar, cuando tenía dieciséis años.
A partir de entonces la muerte estuvo presente en Strömholm en forma de cementerios, monumentos funerarios, cadáveres de personas suicidadas, de niños muertos, de acontecimientos cotidianos o extraordinarios, como su participación en la guerra civil española y en la segunda guerra mundial en Finlandia y Dinamarca. Una de sus exposiciones se titulaba «Imágenes de la muerte».
«No retrato lo que veo, sino lo que he visto», era su máxima favorita, la misma que la del pintor Edward Munch («No pinto lo que veo sino lo que recuerdo», escribió en «El friso de la vida»). Su obra está considerada como una de las más representativas de la Europa de posguerra por su carga humanista y su compromiso social.
Huyendo del entorno familiar y de la autoridad de su padrastro, con quien tenía frecuentes enfrentamientos, se convirtió desde los diecisiete años en un viajero impenitente. Estudió Arte en Dresde y en esta ciudad contactó con los círculos contra el nazismo que ya comenzaban a pulular en toda Alemania.
De allí se trasladó a París en 1937, donde asistió a la Exposición Universal de ese año, en la que se exhibía el Guernica de Picasso. En Francia continuó sus estudios de Arte con André Lhote y terminó su formación de regreso a Estocolmo. Volvió a París con el artista sueco Dick Beer, quien influyó profundamente en su obra antes de su muerte prematura. Durante años se dedicó a la pintura y a la escenografía de teatro.
Strömholm se instaló en Paris en 1947, terminada la guerra, y fue en esta ciudad donde decidió hacerse fotógrafo porque la fotografía le permitía expresarse mejor. En París se habían dado cita algunos de los mejores fotógrafos de la época, a quienes conoció: Cartier-Bresson, Brassaï, Édouard Boubat.
En los años cincuenta también formó parte del colectivo alemán Fotoform, que estudiaba fundamentalmente nuevas formas expresivas del lenguaje fotográfico. Con los artistas de este grupo participó en exposiciones en varios países europeos y en Estados Unidos.
También ejerció como profesor de fotografía en la Universidad de Estocolmo.
Después de la guerra viajó por diversos países (España, Suiza, Italia, Túnez, Hiroshima, Calcuta, Nairobi, Nueva York), lugares que fotografió incesantemente.
Uno de los escenarios más importantes de su fotografía fue España, a donde llegó en 1938 con veinte años, en plena guerra civil. Se solidarizó con el bando republicano y sirvió de correo con los españoles refugiados en Francia. En los años cincuenta regresó a España como guía de turistas suecos que se trasladaban en autobús a Barcelona, Madrid, Valencia y Palma de Mallorca.
Durante los itinerarios Strömholm iba haciendo fotografías de los ambientes urbanos de aquella España de guardias civiles, marines norteamericanos, curas y sobre todo niños, uno de los temas que practicó durante toda su vida.
Volvió a principios de los años sesenta en compañía del poeta Lasse Söderberg para un libro que no se editó hasta muchos años después, en 2013, con el título «Viaje en blanco y negro», que es un retrato documental de la España del franquismo al mismo tiempo que una reflexión sobre la vida y la condición humana.
Influidos ambos por la obra de Luis Buñuel, recorrieron los escenarios de sus películas y de su biografía. Conocieron a Antonio Saura en Cuenca, quien hizo un retrato de Strömholm que se utilizó como portada de una revista cultural sueca.
Entre sus géneros más practicados están la fotografía urbana y nocturna en la estela de Brassaï, los objetos encontrados en plena identificación con los surrealistas (almacenaba una gran cantidad en su casa de Fox-Amphoux en la Provenza francesa), y los retratos de artistas que hizo por encargo para los periódicos brasileños «A Manha» y «Diário de Noticias», acompañados de textos del periodista Louis Wiznitzer: Giacometti, Marcel Duchamp, YvesKlein.
En esta exposición se pueden ver 150 imágenes, todas en blanco y negro, y más de noventa documentos del archivo personal del fotógrafo, muchos de ellos nunca expuestos.
Aquí se dedica una sala roja a los retratos íntimos de transexuales que el fotógrafo conoció en los alrededores de la place Blanche, en el barrio parisino de Pigalle, cuyo mundo ejercía sobre el fotógrafo una gran fascinación y en cuyo trabajo su implicación iba más allá de ser un mero testigo para transformarse en una relación empática.
Aquellos transexuales trabajaban en cabarets y algunas ejercían la prostitución, eran acosadas por la sociedad y reprimidas por la policía.
Para Strömholm fue la oportunidad para indagar con la fotografía en los espacios fronterizos entre los géneros e inspiraron su libro «Las amigas de la place Blanche».
Su amistad con algunas de ellas duró hasta la muerte del fotógrafo. Estas fotografías constituyen uno de los primeros documentos reivindicativos de un modo de ser diferente.
En una de las salas se proyecta el documental «Cierra los ojos y ve», realizado en 1996 por Joakim Strömholm, uno de los dos hijos de sus cuatro matrimonios.
- TÍTULO. «Un grito de libertad»
- LUGAR. Fundación Mapfre. Madrid
- FECHAS. Hasta el 5 de mayo