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DANA sobre Levante: consecuencias sociales y políticas

Vicente López[1]

He estado dos días quitando barro y porquería en Picanya, una de las poblaciones más afectadas por la riada provocada por la DANA.

Hace algo más de cuarenta años estuve haciendo lo mismo en Carcaixent, tras la rotura del pantano de Tous: la tragedia era la misma pero con menos coches en las calles.

Tuve la misma sensación: tristeza, impotencia y desesperación. La población que ha sufrido daños materiales y personales sufre una gran conmoción. Es normal.

Su primera preocupación es ver su casa, su garaje, sus bienes y su calle sin barro. Desea volver a una normalidad que –en realidad– nunca será la misma. Sobre todo si han perdido a alguien. Todo ello se ve todavía muy lejos.

Pero la angustia siempre necesita culpables y no entiende de ritmos burocráticos o políticos: nadie avisó de lo que llegaba, la ayuda debería haber llegado antes.

Los voluntarios son maravillosos, pero hace falta algo más: los seguros ya veremos, las ayudas se perderán en los despachos, los políticos no tienen barro en sus casas, dónde narices está la policía, los bomberos, el ejército… De la angustia a la ira, del duelo al patíbulo. Y no es buena cosa hacer política desde este desespero.

La política debe delimitar incompetencias, debilidades, errores y mejoras. Es su función: construir. Pero en la sociedad de la tiranía individual y digital, la violencia ideológica y el negacionismo de la razón, acechan el fascismo de siempre y la ultraderecha. En esa atmósfera, se mueven como pez en el agua.

Tienen respuestas rápidas y contundentes para azuzar el victimismo: la culpa es de Pedro, lo público no sirve de nada, los científicos no han avisado, etcétera. Y hay gentes que encuentran en ese relato el consuelo temporal que buscan, el aliciente para seguir votando a esa ultraderecha que está en guerra contra los maleantes y los vagos, sobre todo si tienen un color o una religión distintas.

La izquierda, por contra, llena de complejos, ambigüedades, gobernanzas, equilibrios y controles de agendas y de tiempos, se vuelve inoperante y desesperante.

Creo, sencillamente, que es tiempo de poner los puntos sobre las íes. Aunque no dé votos, aunque sepamos, dada la estructura de poder, que seguramente perderemos la pelea de la hegemonía cultural, del relato.

Pero al menos daremos la batalla con fuerza y con convicción. Hay que hablar sin ambages del cambio climático y el negacionismo (y del «retardismo»), del daño que va a provocar, del fuerte debilitamiento del Estado.

También de cómo esa debilidad creciente fragiliza las políticas públicas que atienden a las clases subalternas (sin sector público, la DANA, como la pandemia, hubiera sido mucho más desastrosa).

Debemos enfrentarnos a la incompetencia absoluta corroborada por la gestión que hace la derecha neoliberal; por ejemplo, ante la muerte de personas mayores en la COVID o durante esta DANA, pasando por el 11-M, el Prestige o el accidente de metro de Valencia.

Hay que pedir ya responsabilidades políticas y desenmascarar (para el que quiera oírlo) a una derecha más o menos extrema que cada vez que llega al poder dinamiza la corrupción, la pobreza y la exclusión social, demostrando un desprecio absoluto por la vida y el bienestar de la clase trabajadora.

Los líderes de la izquierda, todos, deberían salir a decirle al pueblo qué ocurrió en realidad y qué ocurrirá si tanta gente sigue optando por la derecha más o menos extrema.

Hay que disputar también el relato de la verdad. Es momento de valentía política.

  1. Vicente López es director de la Fundación 1º de Mayo de Valencia

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