La ciudad alemana de Chemnitz –pronunciado como Kémnits– es este año 2025 Capital Europea de la Cultura junto a Gorizia (Italia) y Nova Gorica (Eslovenia).
Bajo el lema «C_TheUnseen», Chemnitz nos invita a descubrir lo que no se ve o, al menos, lo que no se percibe a simple vista. Nos referimos a sus tesoros desconocidos, a la amabilidad legendaria de sus gentes, a sus fábricas abandonadas o incluso a las tendencias políticas de extrema derecha que auparon al partido Alternativa para Alemania (AfD) a la segunda posición en las elecciones parlamentarias de la región de Sajonia el año pasado.
Chemnitz opta por asumirse plenamente con sus contradicciones y paradojas. Y ese es el gran mérito de su capitalidad europea de la cultura. Esta localidad de tradición industrial de la antigua Alemania del Este, conocida en la época soviética como «la ciudad de Karl Marx», trata de reinventarse mediante un proceso de transformación.
Con 225 proyectos, cerca de mil eventos en 38 localidades de la región y novecientos actores de la sociedad civil, Chemnitz 2025 presenta un programa cultural en torno al eslogan «Ver lo que no se ve» (C_TheUnseen), cuyo presupuesto ronda los cien millones de euros.
Sin duda, uno de los proyectos más interesantes es el «Camino Púrpura» (Purple Path). Se trata de una larga ruta conformada por un museo de esculturas al aire libre que abarca 38 municipios de la región de Chemnitz y que puede recorrerse en autobús, en tren o en bicicleta.
Los organizadores han elegido el color violeta porque se relaciona con la inspiración, la creatividad, la magia y la transformación.
El Camino Púrpura
Entre las esculturas que jalonan este camino destaca la Chimenea arcoíris de Daniel Buren, artista conceptual francés de 86 años. Situada en pleno centro de Chemnitz, esta chimenea de trescientos metros de altura, que se enciende cada noche y se ilumina con los siete colores del arcoíris, pretende recordar la transformación del pasado industrial de la ciudad. Buren convierte así una antigua planta de energía térmica en una especie de faro en la noche que emite un resplandor inconfundible.
Otros artistas de renombre internacional, cuyas obras conforman esta ruta singular, son James Turrell y Rebecca Horn. Hacemos un alto en la escultura de Sean Scully, artista irlandés de 79 años, nacido en el seno de una familia trabajadora. Su obra, Coin Stack 2, es una escultura de bronce que representa una pila de cuarenta monedas y se halla junto a la iglesia de St. Wolfgang en Schneeberg, una bella localidad situada a unos 38 km al suroeste de Chemnitz. Las monedas simbolizan las exitosas luchas laborales de los mineros de Schneeberg en 1496 y 1498 contra el recorte salarial de una moneda por semana.
Otra obra de este inspirador sendero púrpura es Stack (‘Pila’), de Tony Cragg, un artista británico de 75 años afincado en Wuppertal. Cragg trabajó como técnico en un laboratorio de caucho y, según cuenta en su web, piensa a través de los materiales manteniendo una auténtica pasión por la geología y sus distintas capas y estratos. Asegura que la estratificación da una sensación de tiempo y tiene que ver con el crecimiento. Stack entra en diálogo con el paisaje, el terreno y la historia de la región, haciendo referencia al peligro de la minería de uranio que se explotaba en esa zona en la Alemania soviética.
El Camino Púrpura se convierte en una suerte de narrador. Bajo la superficie de las obras de arte e instalaciones, se escribe una historia poco conocida de la región, una narrativa sobre minería e industria, explotación y lucro, marginación y solidaridad, así como una historia de precariedad e innovación que continúa hasta nuestros días.
Construyendo puentes
35 años después de la reunificación de Alemania, Chemnitz se debate entre pasado y presente. Destruida tras la Segunda Guerra Mundial, esta ciudad del estado federado de Sajonia cuenta en la actualidad con cerca de 250.000 habitantes y, a pesar de haber sido una localidad rica por la explotación industrial y minera, vive hoy a la sombra de sus vecinas Leipzig y Dresde.
En agosto de 2018 fue escenario de violentas protestas xenófobas, en las que planeaba el odio al inmigrante, después de que un ciudadano sirio y otro iraquí fueran detenidos como sospechosos de haber apuñalado y dado muerte a Daniel Hillig, un alemán de 35 años de edad de origen cubano.
Apenas siete años después de este incidente, estamos contemplando el auge de la extrema derecha, que se confirmó en las elecciones del pasado 23 de febrero (2025), cuando quedó consagrada como segunda fuerza política del país.
En medio de una reciente oleada de atropellos masivos en Mannheim, Múnich o Magdeburgo, Alemania trata de reforzar su seguridad mientras el democristiano Friedrich Merz pacta con los socialdemócratas del SPD para endurecer la política migratoria bajo la promesa de medidas más severas para combatir la inmigración ilegal.
En 2021 Alemania registró la presencia de 1,24 millones de refugiados y 233.000 solicitantes de asilo, según ACNUR. A finales de 2023, eran ya 2,5 millones de personas las que contaban con un estatuto de protección. Más de las tres cuartas partes eran originarias de Ucrania, Siria, Afganistán e Irak.
Sin embargo, el día de la inauguración de esta capital europea de la cultura los habitantes de Chemnitz salieron a las calles en masa para afirmar su apoyo a las actividades programadas y hacer frente a una manifestación minoritaria convocada por la extrema derecha.
Talleres para la tolerancia y los valores democráticos
En este contexto, la cultura tiene un papel primordial para construir puentes entre los ciudadanos de diferentes orígenes y nacionalidades.
Una de las propuestas de Chemnitz 2025 es precisamente tender pasarelas con la tolerancia y los valores democráticos. A lo largo de todo el año se organizarán talleres y proyectos socioculturales con los países vecinos, en particular con Polonia, República Checa y Ucrania.
Entre los carteles que encontramos por toda la ciudad, destacan lemas como Kultur est eine migrantin (‘La cultura es una migrante’) o Wählen Demokratie (‘Elige la democracia’), escogidos por la organización de Chemnitz 2025 para poner el foco en las zonas de sombra de su tejido social.
Pero no cabe duda que el actual escenario político es complejo. El futuro canciller Merz quiere poner freno a la acogida de refugiados en territorio alemán. Los conservadores y el partido de centroizquierda, que han llegado a un acuerdo para formar gobierno, estudian nuevas políticas que incluirían la deportación de refugiados con antecedentes penales. Merz plantea incluso declarar el estado de excepción para permitir controles más estrictos en las fronteras alemanas.
Una cultura del garaje
Otro proyecto destacado de Chemnitz 2025 se presenta bajo el nombre de #3000 garajes y pretende recuperar espacios en los que poder crear, hacer música o reunirse en asambleas. Se trata de garajes que, durante la era soviética, no solo sirvieron para guardar el Trabant –el coche por excelencia de la Alemania comunista–, sino que también albergaron peluquerías clandestinas, trasteros o laboratorios fotográficos.
Chemnitz dispone en la actualidad de 30.000 garajes. La mayoría de ellos fueron construidos después de la Segunda Guerra Mundial y esconden decenas de miles de historias particulares. La fotógrafa rumana Maria Sturm se reunió con un centenar de personas en sus garajes para hacerles retratos en gran formato, entrevistarlos y recopilar sus historias. Cincuenta de estos retratos cuelgan de los escaparates de diversos comercios de la ciudad.
Una perspectiva sostenible e intergeneracional
Pero, ante todo, Chemnitz 2025 apuesta por crear fuertes lazos que unan a jóvenes y mayores para que conecten de diferentes formas, ya sea cantando y bailando juntos, ya sea creando la programación de festivales de cine y música, compartiendo y debatiendo ideas en programas de radio y podcasts o desarrollando productos textiles para una moda más sostenible.
El proyecto «El hilo rojo» (‘Der rote faden’) conecta los conceptos de generación, moda y sostenibilidad. Los sastres que trabajaban en la República Democrática de Alemania (RDA) reactivan su artesanía para desarrollar y producir nuevas creaciones de moda junto con los jóvenes en la Facultad de Artes Aplicadas de Schneeberg.
De hecho, el término sostenibilidad nació en Chemnitz. Fue el administrador de minas Hans Carl von Carlowitz quien acuñó esta voz en 1713 al darse cuenta de que la actividad minera estaba acabando con los bosques de la zona debido a la gran cantidad de madera que se requería para afianzar los túneles.
En su libro Sylvicultura económica expresaba su preocupación por la explotación abusiva del entorno y empleó por primera vez el término alemán nachhaltigkeit, que se traduce como ‘sostenibilidad’.
Además, Carlowitz aplicó sus teorías al proceso de fabricación y comercialización de cerveza, y fue de este modo el precursor del reciclaje de los toneles de madera en que se transportaba esta bebida al promover la reutilización de estos recipientes.
Innovación, transformación, reconstrucción…
Mientras, ahí sigue la gigantesca cabeza de Karl Marx, testigo imperturbable del devenir de Chemnitz en las últimas décadas. Envuelta en el aire helado y la neblina, desde su localización privilegiada ha visto pasar obreros, mineros, costureras y trabajadores del ferrocarril, pero también ricos industriales, artistas e intelectuales. ¿Y qué es lo que observa hoy esa cabeza de cuarenta toneladas?
Chemnitz prosigue su transformación, que a veces pasa por la reconstrucción. Es el caso de la Villa Esche, construida entre 1903 y 1905 en el más puro estilo modernista o Jugendstil por el arquitecto Henry van de Velde. La directora de la Villa Esche, Andrea Pöetzsch, recuerda las décadas de obras e intenso trabajo de restauración que fueron necesarias para convertir la casa en museo.
Chemnitz 2025, capital europea de la cultura, despliega una idea de sueño y utopía. En el amplio programa de actividades que se desarrollan a lo largo del año, encontramos, por ejemplo, la búsqueda de espacios de generosidad para compartir experiencias, crear lazos de vecindad y dar forma al futuro. Hay también un concurso de azoteas coloridas donde poder cantar canciones de (in)seguridad en tiempos inciertos.
Por último, cabe destacar que Chemnitz propone también un diálogo con la naturaleza con enfoques novedosos. Se nos ofrece así la posibilidad de dormir en pleno bosque mediante un planteamiento disruptivo que consiste en acostarse en minialojamientos hechos con barriles de cerveza.
Se retoma así el gesto del cínico Diógenes, pero también las ideas del visionario Carlowitz como padre de la sostenibilidad, que meditó sobre la preservación de los recursos naturales mediante el reciclaje y la reutilización.