Francis Fernández Carrasco[1]
El confinamiento obligado por la pandemia está siendo más o menos respetado. Algunos, han aprovechado para sacar lo peor y lo más ingenioso de sí mismos. Y muchos ciudadanos han decidido resucitar nuestra picaresca que vuelve y resucita, una y otra vez.
La barra de pan
Nunca se habían visto tantos chavales jóvenes con una barra de pan en la mano por la calle. En la otra mano tienen una cerveza. Suelen estar al pie de un balcón desde el que un par de colegas conversan con ellos. Caen varias cervezas desde el balcón para seguir la charla. Si viene la policía, se enseña la barra de pan «recién comprada». El libro de instrucciones es fácil de entender y se ha extendido por toda la geografía.
El paseo del perro
Hay quien asegura que se han llegado a ofrecer perros para pasearlos en la plataforma Wallapop. Sin haber llegado a comprobar eso, quien esto suscribe sí ha visto adelgazar al perro de una vecina: es ordenadamente prestado a varios vecinos del inmueble que aprovechan su ocio de jubilados, y necesidad de salir, para pasear al perro y permanecer a salvo de las multas. El perro hasta hace poco estaba gordo. De momento, no le hace ascos a tanto paseo con dueños diferentes a todas horas del día.
Los vídeos por WhatsApp
La necesidad de la gente de volcar su creatividad en las redes sociales –dicen que para mitigar su aburrimiento- ha logrado una erupción de creadores audiovisuales que nadie hubiera podido imaginar. Hemos perdido la vergüenza y enseñamos desde las gracias de nuestro niño -forzado a correr por encima de los muebles del comedor y la cocina- hasta versiones de éxitos musicales con la letra cambiada para dar consejos y reflexiones sobre la pandemia. Abrir un correo o un Whatsapp es empezar a perder el aprecio a los compatriotas y a la especie humana.
La compra por capítulos
¿Para que vamos a hacer la compra de una sola vez si podemos ir a la tienda retirando en cada ocasión un solo artÍculo? Además, casualmente se nos olvidan los ajos cuando llegamos a casa, y así tenemos que volver. Es otra ingeniosa forma de burlar el confinamiento utilizada mayoritariamente por ciudadanos y ciudadanas en edad provecta. No obstante, empiezan a ser denunciados a grito pelado por los dependientes delante de los demás clientes que esperan pacientemente su turno en la cola.
La España que quiere seguir vacía
Los miles de kilómetros cuadrados de nuestro país que hasta hace poco reclamaban medidas para la repoblación, y que consiguieron incluso materializar sus aspiraciones con un diputado en las últimas elecciones, han cambiado de opinión. Los vecinos de los pueblos más remotos se han parapetado detrás de sus ventanas y balcones para espabilar a gritos a todo forastero que se atreve a aparecer por sus calles con pinta de turista capitalino. La conciencia de que, además de comprar en el pueblo, pueden traer la epidemia les ha hecho cambiar. Ahora se mantienen vigilantes… Y no les falta razón.
Inquisidores de balcón
Una variante bastante más antipática de lo anterior. Hay ciudades donde vecinos y vecinas con ánimo inquisidor -y excesivamente colaborador con las fuerzas del orden- se dedican a denunciar, ocasionalmente con insultos y descalificaciones, a todo el que aparece por las plazas y calles. Varios padres con niños aquejados de autismo -necesitados de expansión y ejercicio físico y autorizados para ello- han sufrido en sus carnes los insultos e improperios de estos vecinos inquisidores que solo han cesado tras la presencia de las fuerzas del orden.
- Francis Fdez. Carrasco es periodista. Trabajó veinticuatro años en TVE y fue director del periódico Leganés Actualidad.