Antes de ponerme a escribir esta crónica sobre el último trabajo de Rocío Molina que pude ver ayer en la sala Fernando Arrabal de las naves Matadero, he sentido una enorme curiosidad por ver lo que ya se había escrito sobre Carnación, ya que ha llegado a Madrid precedida de estrenos en la última Bienal de Venecia, donde fue premiada con el León de Plata de la danza por la Trilogía de la guitarra, y de la Bienal de Sevilla. Y como era de esperar ha habido de todo.
Ha habido de todo, porque los proyectos de Molina son como los ismos de la pintura del siglo veinte. Que lo que sucede, o lo que se ve, depende de la subjetividad del espectador, de la fase en que se encuentre la psiqué de cada uno, por lo que es lógico que no haya dos opiniones idénticas, cuando lo que transmiten esas imágenes son emociones, sentimientos, vivencias propias.
Los que ya conocemos los trabajos de Molina, la evolución de Molina, incluso cómo funciona la mente de esta singular artista, la verdad es que Carnación no nos ha sorprendido; diría que tampoco hay nada nuevo en ella, y digo esto, no en detrimento de la obra y creatividad de la artista, no. Lo digo, porque lo que va sucediendo en Carnación está presente en el pensamiento humano desde siempre, porque el deseo y sus múltiples manifestaciones, es inherente a nuestro género, venga de la geografía, filosofía o etapa histórica que venga. En eso nos parecemos mucho.
Me permito invitar a quien decida leerme, a que escudriñe en los recuerdos de sus imágenes mentales de deseos nunca realizados, reprimidos o no, porque hay deseos no fácilmente realizables. Y quizá llegarán a la conclusión de que en Carnación, Rocío Molina puede que se haya quedado a una distancia del límite.
No vamos a entrar en si este proyecto tiene más o menos que ver con el flamenco. Porque Carnación va más allá, más bien es un ballet muy versátil, que integra muchos estilos, y al mismo tiempo es un espectáculo teatral, en el que todo está al servicio de su única protagonista, desde el espacio donde se produce, los objetos en escena, los coros, la música instrumental y electrónica, los músicos y sobre todo el Niño de Elche, el pilar necesario para la existencia del personaje que interpreta Rocío Molina. Se diría que Carnación es la suite lógica de Caída del cielo. Pero aquí ha dado varios pasos hacia adelante.
Indagación sobre sí misma. Con mucha valentía. Rocío expone, arriesga y gana. Acepta ser incomprendida, sabe que por esa experiencia han pasado muchos desde que el mundo es mundo. Y sabe que por eso llena teatros, y recibe más aplausos que pitos.
Carnación
El espacio de la nave diez de Matadero, inmenso, casi sin fin, es el ideal, mucho más que el de un teatro, como escenario irreal, situado en otra dimensión, para el desarrollo de la historia. Hay en ella múltiples referencias de principio a fin. La enorme flor en la que se transforma de entrada, arriesgándose y sabiendo caer y levantarse repetidamente, casi obsesivamente. Referencias al núcleo central del Descendimiento de Van der Weyden; referencias a Sade. El significado psicológico de atar, atarse y desatarse. Atar, no permitirse el libre proceso del deseo, desatar, empezar a permitírselo. Conclusión, no hacen falta cuerdas para estar atado, ¿quién no lo está o lo ha estado alguna vez? Otra metáfora: La falda/jaula de mimbre que aprisiona, ¿quién no se crea sus propias prisiones? Punto de reflexión. Hay dolor, violencia, quizá ternura en ello. El maltrato no es nada nuevo, aunque quizá asuste verlo tan real y cercano en escena, eso depende de cada subjetividad individual. Maltrato y reconciliación, realidad cotidiana.
Vivir al límite, que maravillosa escena la que componen el Niño de Elche, la violinista Maureen Choi y Rocío Molina. Traspasar límites conlleva dolor y triunfo. Hay referencias bíblicas, como queriendo decir, que el erotismo de alto voltaje, el deseo, el placer, el dolor, la violencia, el maltrato, el sadomasoquismo, la ternura, son la suma desde el principio del mundo de la genética humana. Las referencias eróticas son muy antiguas y traspasan culturas y religiones. No hay más que echar una mirada al pasado y al mundo de ahora mismo para verlo. La referencia al exorcismo es otra realidad histórica.
Fascina tanto su complejidad como su facilidad según el ángulo desde donde se mire. Fascina tanto la belleza como el feísmo en esta Carnación. Eso también lo vimos en Caída del cielo. Es algo que está, quizá sin proponérselo en los deseos de Molina. Es la vida misma, nada nuevo bajo el sol.
Para Rocío Molina, vivirse a sí misma, autobiografiar sus sentimientos y emociones en sus espectáculos es lo más natural. Quizá lo máximo fue el Grito pelao que vivió con Silvia Pérez Cruz durante la gestación de su hija.
Solo le falta morir en escena.
No tengo más remedio que añadir, para poner punto final a esta crónica, que todo lo escrito aquí es el producto de lo que Carnación me ha sugerido, me ha hecho vivir, recordar y rememorar. Es algo mío, no del lector, por lo que quizá nada de esto le valga. Hay que verlo para afrontar el propio oscuro objeto de deseo.
Lo bueno, es que lo que no produce Carnación es indiferencia.
Ficha artística:
- Baile: Rocío Molina.
- Cante: Niño de Elche.
- Piano/electrónica/programaciones: Pepe Benítez.
- Violinista: Maureen Choi.
- Soprano: Olalla Alemán
- Coro: Capilla Renacentista.