Carlos Giménez, el pintor de nuestra infancia

Un escribano en la Corte

Carlos Giménez Todo Paracuellos

El País Semanal publicaba el 7 de febrero 2021 un excelente reportaje sobre un personaje que para los eruditos del mundo literario posiblemente sea un perfecto desconocido, pero que para muchos otros, entre los que me incluyo, ha significado y significa muchísimo, ya que ha tenido la valentía de plasmar a través de sus viñetas, tebeos, dibujos, dar vida en suma a lo que fue aquella España de los años cuarenta, cincuenta, sección niños pobres, huérfanos; es decir, los desheredados de la tierra.

Se trata de Carlos Giménez, dibujante de cuyos pinceles han salido obras como Paracuellos, España Una, Grande y Libre; Barrio, Los profesionales, entre otras. Nacido en 1941 en el madrileño barrio de Embajadores, el autor desgrana en la entrevista, humana, conmovedora, lo que fue su infancia en un internado del Auxilio Social de aquellos años, tiempos de posguerra, hambruna, de estraperlo y necesidades.

Historia que entronca directamente con la que a otros muchos niños con años parecidos a los suyos nos tocó vivir en los años cincuenta, no ya en internados del referido Auxilio Social, sino en colegios regentados por órdenes religiosas, lugares aquellos que respondían a nombres tan duros como humillantes, tales como hospicios, orfanatos, inclusas, aunque un tanto disimulados, camuflados con un ligero barniz llamado colegios. De ahí la coincidencia en tantas cosas entre unos lugares y otros, con similitudes muy cercanas.

Las viñetas del que pudiésemos llamar pintor de nuestras infancias van dejando huellas de aquellos años de internados en unos y otros lugares. A través de sus pinceladas se percibe la falta de libertad total, viviendo, como vivíamos, en lugares apartados del resto de la sociedad, sometidos unas veces a los falangistas de turno, otras a los curas preconciliares. Y planeando por encima de todo la censura, omnipresente en estos lugares.

Resulta curiosa la coincidencia al asegurar el pintor que los tebeos «eran el cine de los pobres», como también lo eran en el colegio en el que pasé mi infancia y juventud. Hoy moverían a la risa, pero poder disfrutar en aquellos años y situación de las aventuras en papel de personajes como El guerrero del antifaz, El Capitán Trueno, El Jabato, El Cachorro, o Purk, el hombre de piedra, entre otros, podría llegar a ser el mayor de los regalos entre las cuatro paredes del internado, que solo abandonaban en verano aquellos que tenían algún familiar que pudiera sacarlo de vacaciones.

Cuando ha pasado más de medio siglo de aquel tiempo que existió y que a muchos nos tocó vivir, recuerdo leyendo ahora el excelente reportaje que aquellos personajes de papel como afirma el autor, también nos transportaban a otros muchos niños y jóvenes a un mundo donde existían ríos, barcos, paisajes, e incluso y, afortunadamente, aparecían mujeres, como aquella Sigrid, la acompañante del Capitán Trueno, blonda y nórdica ella, o Ana María, la sempiterna y abnegada novia del Guerrero del Antifaz, un valiente cruzado siempre dispuesto a defender a la cristiandad y desfacer entuertos allá y acullá.

Paracuellos es sin lugar a dudas la obra más voluminosa de Carlos Giménez. En ella el autor deja constancia de lo que pretende con unos dibujos que intentan ser algo más que pinceladas: «Me gustaría que estos relatos que se cuentan fueran considerados no solamente como la historia de unos colegios raros y perversos, sino además, también, como una pequeña parte de la historia de la posguerra española. Quizá una parte no muy importante en términos generales, pero en términos particulares, para los que nos tocó vivirla y para nuestros familiares, suficientemente importante como para querer dejar constancia de ello». Algunos, no en el Auxilio Social, pero sí en el mundo de los orfanatos, lo supimos de primera mano.

A punto de cumplir los ochenta años, el autor asegura seguir trabajando más que nunca, al tiempo que deja una serie de reflexiones que dan que pensar. Con respecto a contar aquel tiempo de nuestra infancia y juventud, asegura: «La gente que podía contar todo aquello con sinceridad o con conocimiento se está muriendo o se ha muerto. Quedamos pocos».

Y aquella necesidad de comer que sentíamos los de la misma especie, dejó huella: «El hambre nunca se termina de quitar del todo. Por ejemplo, tengo un aprecio muy sobrevalorado de la comida. Yo no tiro nada de comida…».

Finalmente, muestra con orgullo lo que siempre quiso ser, y de lo que logró vivir: «Lo único que puedo decir es que he sido, y sigo siendo, un señor que hace tebeos»…

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha siete libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», «Memoria Histórica. Para que no se olvide» y «Una Transición de risa». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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