El miércoles 06 de noviembre se presentó en el Instituto Cultural de México en España el libro Canto al Cáncer del narrador, dramaturgo, director de escena, guionista, comunicador cultural y poeta mexicano Alejandro Aura.
Tratándose de México, y teniendo tan cercano el Día de muertos, no me extrañó nada el título y fui para allá con la intención de que me sorprendieran, y así fue: por su celebración de la vida cuando se está cercano a la muerte, cuando se tienen los días contados y las fuerzas flaquean, el libro de Alejandro Aura, muerto en Madrid en 2008 a los 52 años, está compuesto de veintiocho cantos compuestos en 31 días del blog del autor que son un canto de vida.
El blog era su desahogo diario, recostado como estaba en la cama, condenado por el cáncer a una muerte a plazo fijo y con muy corto plazo.
Eduardo Vázquez, amigo de Alejandro Aura, quien vino con él desde México y siguió su enfermedad, le ha contado al editor Ricardo Cayuela, quien es quien habla en la presentación, el proceso de los avances de la enfermedad en tres pasos. Estos se señalan con números y vienen a ser como los «pasos» de la pasión:
«Todo empezó con una risa atorada que no acaba de salir del pulmón (paso uno). A ello le sucede un malestar que crece y se va apoderando del cuerpo como que no quiere la cosa (paso dos). Y ya en la tercera fase, se inicia el proceso vital de morirse (paso tres)».
Esto del «proceso vital» tiene su cosa puesto que hablamos de morirse. La descomposición del cuerpo viene atravesada por nostalgias y recuerdos de lo que nunca más será.
Entre el paso dos y el paso tres, Alejandro recibió una terapia en Madrid que le hizo olvidar el cáncer durante dos años… hasta que volvió como un zarpazo con el pronóstico de la inmediatez.
Fue entonces cuando se escriben los veintiocho Cantos.
«Por consiguiente, sigue Cayuela, estamos ante un libro consciente de que se está escribiendo, y se critica a sí mismo, y se pregunta por el sentido de lo que hace, con la suerte envenenada de saber que está siendo leído».
Este Cayuela, quien conoció muy bien a Alejandro Aura, lo define sin fisuras como un hombre entero y muy de fiar, por los siguientes motivos. Motivos que para él son definitivos: uno, honrar a los muertos; dos, hornear el pan; y tres, ser un buen anfitrión.
Todas estas virtudes las tenía reunidas Alejandro Aura, pero la última lo convertía en heredero de Aristóteles y su «areté», que así llamaba el griego a la hospitalidad y todo lo que lleva consigo:
«Aura como anfitrión era único: te llevaba a su casa y cocinaba para ti, cosa que hacía muy bien, al tiempo que te servía un vino o uno de sus coctéles y te daba una conversación maravillosa, amena y entretenida, jovial y culta como él, y se le veía disfrutar con su actividad de anfitrión. Como invitado, no era tan bueno y veías que tenía prisa por irse. Lo suyo era ser anfitrión en Cervantes 9, su casa, con esos balcones a la calle…»-
Todo este discurso, que puede parecer largo y prolijo, no fue en absoluto cansino sino que, por el contrario, fue amenísimo. Y dicho en voz muy baja, logró entre el auditorio un silencio atronador. Estoy segura de que más de uno fue a ver los balcones de Cervantes 9, animado por el Protos que nos dieron a ingerir después (en México, ya se sabe, miman el culto a los muertos), por si quedaba aún visible en ellos la estela generosa de Aura.
Cervantes 9, donde supongo que sigue viviendo su viuda, Milagros Revenga, editora de Sabor a Aura y presente en el acto, quien por algo se hace llamar Remedios Aura: «tres años me bastaron», dice, y sobran más palabras.
Ricardo Cayuela fue precedido en la palabra por Jorge Abascal, director del Instituto Cultural de México en Madrid y por tanto anfitrión del acto, quien, sin haber conocido personalmente a Aura, conoce su labor como gestor cultural, y sobre todo su obra narrativa, novelas y cuentos, de donde extrajo y nos leyó fragmentos escogidos.
Pero lo más brillante, lo que dio al acto un aura de celebración de principio a fin (amén de las elegantes grandes copas del brindis que ya estaban expuestas a la llegada para la celebración), fue la intervención del actor Marcelo Galván, quien recitó tres largos poemas del libro de Alejandro, tres «cantos» majestuosos al cáncer, que nos hicieron creer que todo, toda la vida de Alejandro Aura, su gran cultura y hospitalidad, también su lucha y su rendición ante el cáncer, había valido la pena.
Un recital adornado, también naturalmente, con los sonidos y la luz más hermosos y adecuados, obra de la directora de escena Gema Aparicio.