Alicia Población
La sala Guirau del Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa de Madrid acogió el 27 de noviembre 2020 en su escenario al Quinteto de Pablo Martín-Caminero. El contrabajista llevó a su banda habitual: Moisés Sánchez al piano, Michael Olivera a la batería, Ariel Brínguez al saxo y Carlos Martín, en sustitución del fallecido Toni Belenguer, al trombón.
Exceptuando a este último, todos ellos son quienes han grabado juntos el último disco de Caminero, Bost, (cinco, en euskera), que fue el protagonista del concierto.
Desde el primer momento, el contrabajista presentó de forma distendida y jocosa los temas creando un ambiente ameno y arropando al público, que soltó más de una carcajada.
Fue una pena que en un principio el sonido del piano se perdiera y que la batería sonara demasiado fuerte. Afortunadamente, gracias al técnico de sonido, el problema se fue resolviendo a lo largo del concierto.
La atmósfera que crearon precediendo la entrada del Blues para Gerardo Núñez, fue sin duda la responsable de poner al público a punto, dispuesto y atento a escuchar lo que pudiera suceder. Caminero y Moisés Sánchez se escuchaban mientras alguno de sus compañeros soleaba, y lo hacían a tan alto nivel que acababan prácticamente tocando a la vez: mismas notas, mismo ritmo, como si fueran un solo instrumentista.
Compartían esta complicidad, de igual manera, los cubanos Brínguez y Olivera, que no solo se criaron en la misma ciudad de su isla sino que además han tocado juntos en numerosas ocasiones. Se notaba, sin lugar a dudas, toda la música que habían compartido y que ponían en común una vez más. Olivera, por su parte, nos ofreció un solo sobre un vamp en el primer tema que sorprendió por su intensidad y contraste con el segundo. Este último lo cogió desde un piano delicado y preciso y lo hizo subir dando aire y amplitud a todo el tema. Nos dejó ver también su lado latino, tocando en el borde de los toms como si fueran pailas, con ánimo de incitarnos al baile.
Ariel soleaba sin límite. Parecía que nunca iba a llegar a la cima, a alcanzar el clímax. Sus compañeros también se agarraban a la música y la estiraban con él, nutriendo el deseo del público de una llegada que estalló con intensidad en más de una ocasión.
De Moisés… qué decir de Moisés. Cada vez que rozaba las teclas la sala se sumía en un silencio más allá de lo profundo. Acariciaba cada nota desde el hilo del alma tendiendo allí la escucha de la audiencia, y acto seguido nos llevaba de viaje hacia los acordes más intensos respaldado por sus compañeros. Fue particularmente remarcable el solo de la seguiriya que mantuvo en vilo al público desde la más absoluta delicadeza hasta su eclosión final.
Caminero cerraba los ojos antes de empezar cada tema y prácticamente no los abría hasta terminar. Echaba la cabeza hacia atrás y nos contagiaba su disfrute bañándonos en el placer de los sonidos graves y melosos del contrabajo. En sus solos se notaba la influencia de la falseta flamenca hasta el punto de creer en una posible aptitud para tocar la guitarra. Y es que la trayectoria del contrabajista engloba no solo el ámbito clásico y jazzístico, sino amplios conocimientos del flamenco que se dejaban ver en cada nota.
Pese a ser su primer concierto con la banda, Carlos Martín se fue soltando a lo largo de la noche regalándonos un solo en el último tema cuya energía arrastró tanto a la banda como al público que, al término, rompió en aplausos.
Como bien decía Caminero, «Toni Belenguer nunca será sustituible. De hecho, todo músico, por serlo, tiene y tendrá siempre la suerte de ser insustituible».
Una crítica concisa y de experta en música a las que no estamos muy acostumbrados. Gracias