Estreno internacional simultáneo en cines y en el auditorio del Instituto Francés de Madrid, conmemorando el centenario del nacimiento de María Callas, de este documental restaurado por Tom Wolf, del concierto debut de Callas en la Ópera Garnier de París el 19 de diciembre de 1958. Una joya de muchísimos quilates.
En 1958 María Callas estaba en la cumbre de la fama mundial, por su voz de soprano sfogata (sin límites) aplicable a distintas coloraturas en cada uno de los papeles que interpretaba, incluida la voz mezzo soprano de la Rosina de «El barbero de Sevilla».
Estaba en la cumbre de su elegancia, tras haber perdido casi cuarenta kilos en menos de diez años; en la cumbre de sus dotes actorales y sobre todo en la cumbre de algo añadido a voz, elegancia, glamour, trabajo actoral. Un carisma que es absolutamente personal e intransferible y que en el caso de María era conocerla y adorarla.
El concierto
Interpretó en la primera parte su papel estrella, la Casta Diva de «Norma» de Bellini; la inquietante escena del Miserere de «Il trovatore» de Verdi y el ya citado de «Il barbiere» de Rossini. Vestida con un modelo de terciopelo rojo pasión y un millón de dólares en joyas.
Pero la segunda parte del concierto hizo aún más historia. El segundo acto de intensidad dramática inigualada de la «Tosca» de Puccini, en el que destacó como actriz al mismo altísimo nivel de su voz poderosa.
Ese concierto al que asistió el tout París, desde el presidente de la República, M. Coty, los duques de Windsor, Charlie Chaplin, Brigitte Bardot, entre otros, ha sido actualizado por el cineasta norteamericano Tom Wolf, máximo especialista en María Callas, quién gracias al reciente descubrimiento de las bobinas originales y fuente de sonido ha podido hacer esta restauración que nos convierte en espectadores directos de esa única primera noche de Callas en París.
Wolf es autor de varios libros sobre Callas, del documental María by Callas, (2017) una obra de teatro inspirada en las Cartas y Memorias, y ahora el documental del concierto que nos ocupa. También es el fundador y presidente de la Fundación María Callas, que vela por el legado artístico y personal de la artista, con cuyos contenidos se abrirá un museo en París en fechas próximas.
Es cierto que este concierto marcó un hito por ser la presentación en París de una ya considerada la mayor cantante de ópera del siglo veinte. Pero no se puede olvidar que Callas ya había sido transformada en una actriz de la categoría de una Eleonora Duse o una Sara Bernard por el director Luchino Visconti, quien la dirigió en cinco óperas.
Pero hubo dos que quedaron para la historia: «La Traviata» de Verdi, estrenada el 28 de mayo de 1955 en La Scala de Milán, con la que nació el concepto de dirección escénica en el mundo operístico; y dos años más tarde en una ópera rescatada del olvido, «Anna Bolena», de Donizzeti, con la que Callas / Violetta obtuvo un récord de aplausos de veinticuatro minutos. Sin embargo, a gusto de Visconti, el trabajo más bello que hicieron fue la «Ifigenia in Tauride» de Gluck a finales de 1957.
Es decir, María Callas llegó a París convertida en una cantante, actriz inédita en la época. Hasta entonces nadie esperaba que las cantantes de ópera fueran también excelentes actrices. El hito de Callas en este histórico concierto de París en 1958 estuvo impregnado de esa transformación. Y está claro que París es París, centro mundial de arte, cultura y savoir faire en acogida de artistas, consagrados o por consagrar.
Francia es el ejemplo de poner en valor todo lo suyo y en adoptar como suyo lo que llega de fuera. Consecuencia de ello, el hecho de que este estreno mundial simultáneo haya sido adoptado por los Institutos Franceses. Todo sea por la grandeur de la France.
A ver cuando copiamos.
