Botero, sus noventa años y su arte

Conocí al artista colombiano Fernando Botero en la Galería de Arte de Nohra Haime, en el antiguo edificio Fulher en Nueva York, el día de la inauguración de las obras de su señora, la artista Sophia Vari.

Mientras Sophia y la directora de la Galería, Nohra, terminaban detalles de la exposición, tuve el privilegio de conversar con el maestro. Le comentaba el trabajo que significa montar una exhibición, yo lo sabía por haber trabajado en el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina y luego como comisaria de muestras de arte del patrimonio norteamericano «La escuela del rio Hudson» y «George Catlin» que itineraron por toda America Latina y se expusieron en Colombia, en el Museo de Arte Moderno que dirigía Gloria Zea (a quien conocí y era encantadora), su primer esposa y de quien luego se divorció.

Botero veía el montaje como algo de su profesión y le daba deleite ver sus obras expuestas. Me platicó de la donación de sus trabajos a su país natal, para el Museo de Antioquía, (donde ahora le harán un gran homenaje), pero también de su interés de donar obras a Bogotá, para otro museo. En el 2000, se inauguró el Museo Botero en Bogotá, en el histórico barrio La Candelaria y cuando fui invitada al Festival de cine, en uno de mis viajes, pude ver la colección donada por el maestro, que acompañó ese proyecto con entusiasmo y también recordé nuestro encuentro en Nueva York.

Encuentro, donde sin quererlo, hablamos de algo entrañable: nuestra patria, de como se lleva el país con uno, que sus cuadros reflejaban esa Colombia de sus amores, como yo mi mundo del cine argentino. Botero consideraba «imposible separarme de las imágenes de mi país», me decía. El arte se nutre de vivencia, recuerdos, emociones, lecturas y hechos, es complejo el proceso creativo y coincidimos que la patria va con uno.

Este pensamiento y sentir se refleja en su obra. Botero encontró un estilo, algo que sin duda, elaboró a través de sus estudios y viajes, hasta consolidarlo como algo personal y único. Los recuerdos de Colombia aparecen en sus grandes telas, sus grupos familiares, sus plazas, su arquitectura colonial, una luz semidorada, los bodegones y frutas.

Nos refleja un mundo idílico, una «Colombia o Latinoamérica» soñada y ensoñada, con personajes y escenas familiares, sus obras nos narran historias cercanas y reflejan su mundo boteriano, un mundo imaginado y evocado con su estilo inconfundible. Sus morrudos señores y señoras, traslucen una crítica a la burguesía pero también nos ofrece una imagen de bienestar y presencia, de ensanchamiento y posesión. Los cuadros de Botero dicen mucho y siempre incitan a pensar y, por qué no, a sonreír. Formación clásica y humanista, barroquismo, figuración, armonía entre línea y color, angustia del espacio vacío, exhuberancia tropical, visión post-colonialista, cuadros costumbristas, crítica social, gigantismo, volumetría, retratos latinoamericanos, personajes que conviven con nosotros, ilusión de un mundo plácido y venturoso…

Todo eso y mucho más, luego vendrá el dolor, la muerte de su hijo Pedrito, la violencia en su tierra colombiana, la Guerra de Irak y su serie sobre «Abu Ghraib». Su reencuentro con la escultura lo lleva a presentar sus personajes, en gran tamaño, en diversos escenarios del mundo.

Aunque estaba tranquilo en la galeria y era muy cortés conmigo, no perdía el accionar de Sophia y las piezas que exponía. Algo hablamos de su estancia en Nueva York, en Europa, en Colombia, los artistas son los primeros globalizadores, en sus viajes a cada país que llegan aportan al medio cultural y también reciben visiones para su quehacer artístico.

Botero es el primer artista latinoamericano vivo con mayor cotización en el mercado del arte y cuyas obras están expuestas en varios continentes, no solo en museos, en parques y avenidas, conquistando el paisaje urbano: en China, Japón, Dubai, Moscú, Estados Unidos, México, Argentina. Los franceses se sorprendieron con las estatuas de mujeres rollizas en los Campos Eliseos, y los neoyorquinos con el gigantesco busto de hombre expuesto en Park Avenue, en Nueva York.

Botero: Mujer con espejo en la Plaza de Colón, Madrid
Botero: Mujer con espejo en la Plaza de Colón, Madrid
Botero: gato en el Raval, Barcelona
Botero: gato en el Raval, Barcelona

Botero en España

Los españoles han admirado La mano de Botero en el Paseo de la Castellana, La mujer con espejo, en la Plaza Colón, y el famoso Gato que se encuentra en la Rambla del Raval, en Barcelona. Hay, según tengo entendido, cinco esculturas de Botero en España.

El vínculo de Botero con España es de larga data, ya que fue el país que escogió para sus estudios cuando llegó a Europa. En 1952, arriba a Barcelona y luego se instala en Madrid donde se inscribe en la Real Academia de Arte de San Fernando. Como estudiante y envuelto en cierta bohemia, para mantenerse, hace dibujos y pinturas en el atrio del Museo del Prado.

Fue también España el lugar del dolor cuando su hijito Pedro sufrió un accidente de tránsito y murió.

A partir de la década de los años ochenta, Botero comienza una serie de exposiciones en todo el mundo que aún continua en actividad.

En aquel encuentro, Botero me comentó que aunque viajaba mucho su gran felicidad era cuando pintaba. Empezó a llegar gente a la galleria, y quedamos en hacer la entrevista en otro momento, tal vez deba ir a Pietrasanta, donde vive ahora, para hacerla…

Botero nació en Medellín, el 19 de abril de 1932, cumple este 2022 los noventa años, y los celebra con muchos homenajes en Colombia y en el mundo entero, además, lo celebra como a Botero le gusta: pintando y en familia.

¡Feliz Cumpleaños, maestro y gracias por la obra que nos lega!

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