Por ese orden, y aunque a los legos en la materia pueda resultarles difícil de comprender, estas tres situaciones suelen ser el gran filón de las revistas conocidas por un sector de lectores como la llamada prensa del corazón, mientras que para otros se trata simple y llanamente de la prensa que alimenta al músculo cardíaco.
En resumidas cuentas, y para entendernos, se trata de las revistas que semanalmente tenemos en los quioscos contándonos a bombo y platillo con todo lujos de detalles, la boda de Fulanita, («Qué guapa iba la novia»), el divorcio de Menganito («A ese tarambana se le veía venir…») o, incluso, descendiendo a la zona lacrimógena en ocasiones, con frases como: «Pobrecillo, qué buena persona era», refiriéndose al finado que nos dejó la semana pasada.
En estas estaba cuando un vecino que trabaja en el gremio, concretamente en la conocida en el sector cuore como la biblia de todas ellas, el ¡Hola!, me lo corroboró una vez más, con ocasión del fallecimiento del duque de Edimburgo, esposo que fuera de la Reina Isabel II, hecho que lógicamente le daría mucho más trabajo, pero al mismo tiempo se venderían muchos más miles de ejemplares de su revista, que es a lo que están al pie del cañón en el oficio, máxime si se dedican al respetable oficio de informar a la ciudadanía de los mencionados eventos semana tras semana.
En el interior del citado semanario multicolor se le dedicó al tema, además de la portada, que resultó primordial, como suele suceder en estos casos, un amplio reportaje en catorce páginas interiores con todo lujo de detalles acerca de la vida y milagros de un hombre que al parecer tanto ha significado para la reina, su familia y para su país en general, que le ha llorado a los cuatro vientos a través de las televisiones de medio mundo.
A punto de cumplir los cien años, vivió setenta y tres al lado de la Reina, su esposa, pero, eso sí, marchando siempre tres pasos por detrás de ella en toda aparición pública, como mandaban los cánones. Como resulta fácil de imaginar, la publicación en cuestión habrá tenido una gran tirada, habiendo sido leída por millones de personas que es, al fin y al cabo, lo que interesa, en gran medida, a los anunciantes, pompas fúnebres aparte.
Llegados a este punto, demostrando con hechos lo interesados que estamos por conocer los dimes y diretes de famosos de cualquier tipo y pelaje, podríamos decir que una vez más se corrobora la teoría del paleontólogo Juan Luis Arsuaga, quien dijo hace tiempo una frase acerca de cómo somos y procedemos los seres humanos, palabras que vienen a retratarnos tal cual: «Somos la especie cotilla. Pero cotillas delirantes, hasta el extremo que nos interesa la vida de la gente que no existe. Todo el arte, la literatura, es puro cotilleo. La diferencia entre `Madame Bovary´ y `La Vieja del visillo´ es lo bien o lo mal contadas que están».
Es esa Vieja del visillo que llevamos dentro la que nos induce a interesarnos por todo lo que ocurre a nuestro alrededor, y las publicaciones dedicadas a exhibir la vida, milagros, desgracias y triunfos de todos aquellos que están en el candelero son conscientes de ello, y lo ofrecen con todo lujo de detalles, en papel couché, donde las fotos en colorín lucen mucho más. Hagan ustedes la prueba y acérquense a un quiosco de prensa, donde semanalmente se exponen los semanarios dedicados al tema en cuestión.
Pero lo más interesante de todo el tinglado montado es que hoy en día todo tiene un precio, todo se compra y se vende, ya sean divorcios, bodas, bautizos, funerales, unos cuernos cogidos in fraganti o la presentación en sociedad de la niña de sus ojos, que dará mucho juego no tardando mucho, porque al fin y al cabo, bussines is bussines…
De ello han tomado hace tiempo buena nota otros medios de comunicación, como son las radios, y sobre todo ciertas cadenas de televisión, donde existen programas dedicados única y exclusivamente o bien a ensalzar a cualquiera, «si el guión lo requiere», o bien a despellejarla, si las circunstancias «lo aconsejan», en función de conseguir una buena cuota de pantalla, que es lo que realmente interesa.
Y mientras tanto, la Vieja del visillo que llevamos dentro descorre con disimulo la cortina de su ventana para ver lo que pasa por esa calle llamada existencia.