La presencia de David Peña Dorantes en esta Bienal 2020 presentando en estreno absoluto una nueva composición, «Identidad», para narrar jirones de su vida, ya es un hito. Pero si además lo presenta en la intimidad de ochenta afortunados espectadores en vivo y en directo en ese privilegiado espacio barroco de la iglesia de San Luis de los Franceses de Sevilla, ya es algo superlativo.
Los que no pudimos estar allí, a nuestro pesar, lo vimos en streaming, que no es un mal sistema, pero no comparable, sobre todo al sonido real.
Es cierto, que David Peña Dorantes viene de ilustres dinastías flamencas de Lebrija y Utrera por los cuatro costados. Nombres como Pinini, María la Perrata, Juan Peña el Lebrijano lo dicen casi todo. Porque todo esto no sería nada sin el trabajo vocacional y factual de este artista, primer pianista de la familia, sin un trabajo constante, de muchas horas diarias, como estudiante primero, como intérprete y como compositor y arreglista desde sus tiempos del conservatorio. Destaca también su devoción y dedicación a su mundo, el mundo gitano. Desde «Orobroy» su primera composición cuando solo contaba trece años hasta ahora mismo.
Vengo siguiendo a David Peña Dorantes desde que empecé a reseñar flamenco en 2015, desde un concierto en Flamenco on Fire con Marina Heredia. Y sobre todo desde aquella monumental entrevista en Madrid en 2017, cuando acababa de lanzar «El tiempo por testigo» que también tenía bastante de autobiográfico y de la que hablamos entonces largo y tendido. Estuvimos en 2018 en la clausura inolvidable de la Bienal en el puerto de Sevilla donde estrenó «La Roda del Viento» con la que se inauguraba el quinto centenario de la primera vuelta marítima al planeta, viaje epopéyico financiado en su totalidad por España.
Y ahora otro estreno absoluto, “Identidad”, su séptimo gran trabajo de creación propia, aunque esto no sea todo. Lo que se identifica con trabajo constante, que empezó desde la infancia, desde que descubrió los sonidos del piano en una vieja pianola en casa de la abuela y desde que poco más tarde su padre le dijo, «si quieres ser músico tienes que estudiar». Y desde que descubrió en el conservatorio su privilegio único de tener lo flamenco y lo clásico. Vocación y trabajo constante.
El concierto
En San Luis, el miércoles 30 de septiembre 2020, estrenó un trabajo de auténtica factura flamenca, en la que se reconoce, con la que se identifica. Nunca antes le había escuchado algo tan completamente flamenco, poniéndolo al mismo tiempo a nivel universal. Dorantes es uno de los artistas que pone al flamenco en el lugar de calidad artística que merece. A la altura de los grandes compositores y de las grandes músicas. Con el privilegio del ritmo privativo del flamenco.
Presentarse como concertista en solitario fue también algo nuevo, arriesgado y superado con creces. Dorantes una vez más no pudo sustraerse como ya es habitual en él a probar los sonidos de la caja armónica del piano, ese «arpa tumbada» que entraña ritmos y percusiones de sonoridad y flamencura increíble. Es su obsesión, arrancar sonidos flamencos para convertir al piano en instrumento flamenco de primer orden. Y lo consigue.
¡Qué concierto! Empezó por unas rondeñas que titula La Hazaña con lo que está narrando un retazo de su niñez en Lebrija, aquel que cuenta sus hazañas y aventuras en bicicleta, con las que empezó a descubrir nuevos caminos partiendo de aquel primer barrio de su vida, Barejones, que estuvo en su disco de 2017.
Siguió por una soleá por bulerías, Corredera con la que rememora a sus mayores, los cantes y fiestas familiares que eran muchas porque en las familias gitanas siempre hay algo que celebrar y siempre hacen piña con cualquier motivo. Y está tan presente la solemnidad alegre de la soleá por bulerías lebrijana, tan al golpe, tan paraíta. Y tan presente hasta hoy en la vida de nuestro artista.
Arriba en el monte, qué sugerente título para esta granaína con la que rememora el temprano traslado de su familia a Tomares cuando tenía ocho años. Pero hete aquí que lo que mejor recuerda del hecho es el descubrimiento de un bandoneón de su padre entre un montón de mantas aún no empaquetadas. De nuevo lo que recuerda de entonces es un instrumento musical, un nuevo camino a otras posibles músicas…
Tras la languidez de la granaína, ya se estaban echando de menos las alegrías A la puerta. A la puerta de su casa cuando apareció su padre con una vieja pianola de caoba. ¿Sería la de la casa de la abuela? Lo reconoce como un punto de inflexión en su vida. Quizá su vocación de pianista empezó con aquella pianola.
Después regresa con la solemnidad de la seguiriya con El paso. Aquí ya está hablando de sus tiempos del conservatorio, -creo recordar que empezó con doce años– cuando descubre que el flamenco de toda su vida no solo encaja en lo que está aprendiendo, es que produce una convivencia enriquecedora. Incluye un recuerdo de Oleaítas mare
La Ciudad tenía que ser por tangos, la música y baile más urbanita que existe. Aquí ya está narrando su etapa madura, el mundo, el cosmopolitismo de las ciudades y sus gentes. La convivencias, la interculturalidad y la diversidad de identidades.
Dos bises de dos trabajos anteriores: Niñez, una nana de su trabajo El Sur y las rumbas La Máquina, aquel gran experimento de El tiempo por testigo.
Del niño que descubría caminos con la bicicleta en Lebrija al hombre artista reconocido internacionalmente que ha sabido hacerse. Vocación y trabajo. Y la suerte de haber nacido en el ambiente más propicio imaginable.
Un concierto para la memoria. Lástima que el streaming no se deje copiar, ni siquiera parcialmente.
Acabamos de saber que Dorantes ha recibido el premio Embajador de nuestra tierra 2020 de Canal Sur TV, programa La Tarde, aquí y ahora. ¡Felicidades David!