Por unanimidad, la Asamblea Nacional francesa ha aprobado una nueva ley que penaliza las llamadas «terapias de conversión», supuestos tratamientos destinados a cambiar la orientación sexual o la identidad de género de las personas LGTBQ. Las condenas a los infractores pueden llegar hasta dos años de cárcel y 30.000 euros de multa, que pueden aumentar cuando la vúctima sea un menor o un adulto vulnerable.
El presidente francés, Emmanuele Macron, ha aplaudido la aprobación de la ley, que entrará en vigor dentro de catorce días, con un tuit en el que dice que «ser uno mismo no es ningún delito». La ministra de Igualdad y Diversidad, Elisabeth Moreno, ha añadido que «no hay nada que curar. La homosexualidad y la transidentidad no son enfermedades».
El Senado había aprobado anteriormente la tramitación de la Ley, que le remitió la Asamblea Nacional en octubre de 2021, por una aplastante mayoría de 305 votos positivos frente a 28 negativos del conservador Partido de los Republicanos.
Naciones Unidas ha condenado en varias ocasiones las llamadas terapias de conversión –también conocidas como «terapias de reconversión» y «terapias de curación gay»- que mezclan creencias religiosas y falsa ciencia, y que habitualmente consisten en sesiones de grupo, inyecciones de hormonas, descargas eléctricas, oraciones y hasta exorcismos, para cambiar la identidad de las personas LGTBQ+.
Numerosos profesionales científicos llevan años advirtiendo de que todas las formas de terapia de conversión –que en la práctica tratan de impedir o suprimir la homosexualidad, el lesbianismo, la transexualidad, etc., o de impedir a alguien que viva como un sexo diferente al que registraron en su nacimiento- «son contrarias a la ética y potencialmente peligrosas».
La nueva ley –similar a las que ya existen en Canadá, Brasil, Ecuador, Malta, Albania o Alemania- llega justamente cuando Francia celebra los cuarenta años de la despenalización de la homosexualidad.
Las «terapias de conversión» nacieron en Estados Unidos en los años setenta del siglo veinte, en los movimientos de cristianos radicales que se dieron la misión de convertir a los homosexuales en heterosexuales, en el convencimiento de que la diversidad sexual y de género es una «disfunción biológica» y, desde el punto de vista moral, que la diversidad es «fundamentalmente mala».