El próximo 3 de noviembre los norteamericanos acudirán a las urnas para elegir a su nuevo presidente. De momento tienen en ese puesto a un tal Donald Trump, un político mesiánico, único en su género. Gobierna el país más poderoso del mundo en el ámbito económico, armamentístico, e influyente en otros muchos campos. Viene a ser, de alguna manera, una especie de forúnculo en el trasero occidental, un a modo de espantapájaros que aleja de sí cualquier cosa que se aproxime al raciocinio.
Mesiánico, un término que le viene al pelo porque en latín bíblico viene a definir a alguien como ungido. Y eso es precisamente lo que se considera en estos momentos el inquilino de la Casa Blanca: un hombre ungido por la verdad, su verdad, que está por encima de todo y de todos: ordena, manda, suprime acuerdos, se retira de organizaciones en las que su país lleva muchos años, retira ayudas a países, pone en duda datos científicos en temas sanitarios. Y con todo desparpajo, sin inmutarse.
Tal vez tenga algo que ver el hecho de que, en palabras de David Remnick, director de la prestigiosa revista The New Yorker, «Estados Unidos ha sido una democracia imperfecta desde que se fundó». Y claro, alumbra ejemplares de esta especie, cuyas ocurrencias tienen su repercusión en el resto del mundo.
El mismo periodista escribía una columna la misma noche de las elecciones en las que salió elegido Trump en la que, entre otras muchas cosas, decía: «La elección de Trump a la presidencia es una tragedia para la república americana». Para los norteamericanos, y para otros muchos millones de personas, puesto que en esta aldea global en la que nos movemos el Tío Sam manda mucho, al tiempo que pincha y corta.
A lo largo de los años, y por razones obvias, he tenido referencias de varios presidentes de Estados Unidos, cada uno con sus historias. Desde Richard Nixon con su Watergate, que le haría dimitir, a Bill Clinton y sus asuntos de lencería fina o líos de la entrepierna con la becaria Monica Lewinsky, pasando por Jimmy Carter, (Premio Nobel de la Paz en 2002); George W. Bush (formó parte del famoso Trío de Las Azores, junto a José María Aznar y Tony Blair); Ronald Reagan (mediocre actor y peor presidente, decían de él), o Barack Obama. Pero ninguno se acercaba ni por asomo a este Donald Trump, ya que se trata de un tipo único; tanto, que si no existiera habría que inventarlo.
Twitter parece ser su arma preferida, además de su lengua, siempre dispuesta a cualquier diatriba. Se le puede ocurrir cualquier flatulencia literaria en la mitad de la noche, y a los pocos minutos sus millones de seguidores aspiran entusiastas el olor twittero del mensaje. Nada más llegar de regreso a la Casa Blanca después de haber permanecido en el hospital contagiado del coronavirus, a las seis de la mañana ya había lanzado cerca de una veintena de mensajes vía twitts con textos tan elocuentes como “Ley y orden”, “Libertad religiosa”, “Pro vida”…
Es un presidente imprevisible, o tal vez demasiado previsible. Lo cierto es que escribir sobre este personaje resulta harto difícil, pues lo de hoy puede quedar viejo para mañana. Para intentar comprenderle su yerno, Jared Kushneer, nos dice que hay que leer el libro Alicia en el país de las maravillas. Debe ser difícil intentar comprender a un político que lleva como santo y seña el “America First”, importándole una higa el resto de la humanidad, como así ha demostrado en numerosas ocasiones.
La última barbaridad u ocurrencia de Donald Trump ha sido esa frase que hiere la sensibilidad, la inteligencia o el sentido común de cualquier persona en su sano juicio: «Es una bendición de Dios haberme contaminado del coronavirus».
¿Cómo es posible que diga eso el presidente de la primera potencia del mundo? De un país, como Estados Unidos, donde ya han fallecido más de doscientas mil personas por covid, con millones de contagiados. Donde siguen muriendo personas minuto a minuto, donde no tienen una sanidad adecuada o un hospital donde atenderles.
Y todo ello sucede en este inmenso país donde los multimillonarios campan por sus respetos, donde su presidente paga menos de mil dólares de impuestos aunque tenga negocios y millones por doquier, donde hay mendigos que se alimentan de la caridad o de lo que encuentran por la calle, muchos duermen al raso, y donde sus ciudadanos están armados hasta los dientes, porque, dicen, «hay que protegerse». América, sin ir más lejos…