Ayer vi ¡por fin! en el Teatro Bellas Artes de Madrid el espectáculo que ya lleva dos años de rodaje por teatros de toda España «Lorca en Nueva York» interpretada y dirigida por el actor Alberto San Juan, con la música para recrear los distintos ambientes que se narran de la ciudad de los rascacielos por la banda compuesta por Claudio de Casas, guitarra y bajo eléctricos, Pablo Navarro, contrabajo, Miguel Malla, saxo y teclados y Gabriel Marijuan, batería y percusiones. Músicas de jazz que se escuchaban en los ambientes neoyorkinos en los años 1929 y 1930 más un son cubano de Compay II para ambientar sus tres meses en La Habana.
Por supuesto, mucho se ha escrito ya de «Lorca en Nueva York». Pero como dice en alguna entrevista Alberto San Juan, la magia del teatro es que cada función es diferente, porque va creciendo. En concreto este «Lorca en Nueva York», nació como un monólogo, sin música, con los poemas elegidos de «Poeta en Nueva York», o como decía el propio Lorca, «Nueva York en un poeta», leídos a la par que interpretados.
La ambientación musical, tan adaptada a cada tema, alguno tan popularizado como el de los negros de Harlem o Wall Street, o la dedicada al verano en Vermont, porque en Nueva York hacía ‘un calor ecijano’, completa el espectáculo, ya que la música es Nueva York sin necesidad de imaginarla. O es Vermont. O es La Habana. La música complementa a las palabras, palabras todas de Federico, tanto las de los poemas elegidos, La aurora, Llegada a la ciudad, 1910 (cuando Federico tenía doce años) Los negros, El rey de Harlem, Wall Street, Danza de la muerte, Verano, Insectos, Vuelta a la ciudad, Oficina y denuncia, Despedida de New York, Grito hacia Roma y Son de negros, como las de la conferencia de presentación de «Poeta en Nueva York» en la Residencia de Señoritas de Madrid en abril de 1932.
Durante ese año, también escribió sus dramas surrealistas El Público y Asi que pasen cinco años. Año de lo más fructífero, aunque no aprendiese mucho inglés en la Universidad de Columbia, un pretexto para su viaje hacia el olvido de Emilio Aladrén.
Trato de visualizar la Nueva York de 1929 y el impacto que pudo causar en Federico, sobre todo Harlem, el ghetto de la población negra neoyorkina, donde no solo había pobreza y marginación, también había mucha música, soul, blues, jazz, vocal e instrumental, una forma de salir del fondo del pozo. Otra forma era el baile, el boxeo, el basket, quizá algo más. Pero a esto tenían acceso muy pocos en ese cambio de década.
Había comenzado el negocio de las drogas, pero por entonces no había causado aún la destrucción, muerte y delincuencia posterior, que asoló no solo Harlem, toda Nueva York, buena parte de Estados Unidos y finalmente al mundo. La droga era un negocio sumamente rentable. Lo sigue siendo.
Wall Street. Federico vivió el crash bursátil (que no crack) de octubre de 1929. Si desde su llegada a Nueva York, en la primavera de ese año, le había impactado el corazón del capitalismo más despiadado, él describe cómo le impactó ese crash acompañado de la riada de suicidios, en un poema en el que hace un retrato magistral de la condición humana.
Fui por primera vez a Nueva York en los años setenta del siglo pasado. Y fui igualmente testigo de esa diversidad. Me quedó la imagen de un hombre caído en la calle, por la razón que fuera muy enfermo, pero nadie se acercaba a socorrerle. Había que esperar a que llegara la policía, porque podía ser una treta para robar a quien se acercara a él. Me impresionó el corro de gente a cierta distancia, la llegada de dos policías que se lo llevaron. Me ocurrieron cosas preciosas por ser extranjera, como la chica que conocí en el metro y que se ofreció a acompañarme por Manhattan, haciéndome de guía gratuita el resto del día. Algo parecido me ocurrió en el MOMA. En una reunión donde había judíos, sacaron a relucir en mi honor, toda la parafernalia de la Inquisición, como si yo fuese Torquemada. Como la vida misma. Nueva York siempre impresiona.
Alberto San Juan. Ochenta minutos impersonando a Federico, con la la voz puesta en sus poemas y sus palabras, con el gesto corporal, a veces muy histriónico, acompañándolas. Conozco desde hace muchos años «Poeta en Nueva York», desde antes de conocer Nueva York, mucho antes de que Camarón de la Isla y Enrique Morente pusieran en el flamenco el surrealismo lorquiano. Pero nunca, nunca, había vivido el significado de esos poemas tan en carne viva como ayer.
«Yo no he venido aquí a entretener a ustedes» decía San Juan / Federico al comienzo de su monólogo. Nadie estaba allí para ser entretenido, con Lorca es imposible. Con Lorca se vive intensamente, hacia adentro, hasta la médula, hasta el alma. No tengo noticia de cómo vivió el público de aquella conferencia de presentación de «Poeta en Nueva York» poco después de su regreso en la Residencia de Señoritas, instalada en diez hoteles con jardín entre las calles Fortuny y Rafael Calvo de Madrid. Evidentemente eran señoritas intelectuales, ricas, pijas que diríamos hoy. Pero intuyo que a pesar de todo, el lenguaje de Federico, impactante ayer, sin concesiones, tuvo que levantar ampollas en todo o parte de aquella audiencia.
Lo sé, porque he tenido familiares progres, militantes socialistas en los años treinta del siglo veinte, algunos represaliados por el franquismo. Pues hoy en día, esas progres parecerían de la derechona, en aspectos fundamentales relativos a los derechos de la mujer, por no hablar de la libertad de la mujer. Todo es relativo, la verdad absoluta sigue sin existir, continúa siendo subjetiva y cambiante según las circunstancias.
Desde que vi hace años, creo que en 2012, la ópera «Aynadamar, la fuente de las lágrimas» en el Real, hasta ayer, no había vuelto a penetrar en la persona que pudo ser Federico García Lorca con tanta intensidad y realismo, gracias a Alberto San Juan. Lo de ayer fue un antes y un después en mi culto por el poeta y dramaturgo.
Federico /San Juan, habla de sí mismo, de sus sentimientos reprimidos. No cuesta imaginar el terrible sufrimiento de ser homosexual en esos años, que ni los progres ni la madre que los parió entendían. Ser homosexual era ser un proscrito social. ¿Cuánta gente de su entorno llegó a saberlo? Sabemos que el progre Buñuel dejó de hablarle cuando lo supo. Alberto San Juan saca la pluma, no siempre, pero reiteradamente en su impersonación de Federico. Lo que sí sabemos es que su condición sexual le costó la vida, que esa fue la razón con más peso en la decisión de asesinarle. Tenía treinta y ocho años, acababa de escribir La casa de Bernarda Alba, otro testimonio tremendo de la realidad social de las mujeres en ese tiempo, en Granada, pero no solo en Granada. ¡Ay, las mujeres en la poesía y dramaturgia de García Lorca!
Qué fácil resulta hoy ver hoy todo esto, desde la enorme distancia social que nos separa de aquellos llamados felices años veinte, que terminaron el jueves 24 de octubre de 1929, precisamente en Wall Street, Nueva York. Allí estuvo nuestro poeta y allí lo narró en verso surrealista para el mundo.
Dijo Alberto San Juan al final de la representación: «Algunos de ustedes quizá habrán pensado que se han añadido palabras nuevas adaptadas a la situación actual, pero no. Todo lo que he dicho son palabras textuales de Federico, que continúan tan vigentes como entonces».
Y ha pasado casi un siglo.