Desde mediados de este mes de abril de 2020, los escasos transeúntes que ahora tiene el cruce entre las calles Juan Muñoz y Santa Rosa, uno de los sitios más concurridos de la madrileña localidad de Leganés, pueden contemplar con sorpresa que en un banco de la calle se acumulan una serie de productos que podrían constituir la compra diaria de una familia modesta.
Sobre el respaldo del banco, un cartel anuncia: «Coge lo que necesites. Deja lo que puedas». Al pie, lo que parece una firma: Leganés Solidario.
Leganés Solidario no existe. O, para ser exactos, no es ninguna organización oficial, social, vecinal o municipal. Leganés Solidario son Alberto, un joven profesional de 36 años y su pareja, Débora. En una de sus pocas salidas en estos días de confinamiento, para ir a comprar al supermercado cercano, se les ocurrió la idea. Habían oído hablar de iniciativas parecidas en Italia. Después supieron que también en España existían acciones parecidas.
Lo que ellos colocaron en el banco eran productos de primera necesidad: arroz, pasta, legumbres, pan de molde, jabón. Productos no perecederos capaces de sacar a cualquier ciudadano de una urgencia. El cartel lo elaboraron con lo que tenían a mano, una serie de rotuladores de colores. El importe total de la compra depositada en el banco no superaba los diez euros.
La iniciativa va dirigida en principio a todo el mundo. Alberto y Débora son conscientes de que habrá gente que necesite en algún momento cualquiera de los productos que están depositados en el banco, banco de madera, ojo, y que, en cambio, no pueda depositar nada nunca. Los indigentes que pululaban hasta hace poco por Leganés y que ahora se habrán tenido que meter nadie sabe dónde, son un ejemplo.
Así, son dos tipos de público a los que se dirige esta iniciativa. Los que pueden dar, aunque sea poco, y los que necesitan recoger aunque también sea poco. Una forma directa de contribuir a paliar el desastre social y las necesidades personales que nos traído la pandemia de COVID-19. O quizás no nos la ha traído. Solo nos ha enseñado la fragilidad del mundo que creíamos tener.
Alberto y Débora no pertenecen a ninguna organización social, lo que no les impide haber cobrado conciencia de como está la sociedad en la que viven.
Desde que colocaron su compra, han podido bajar pocas veces al sitio donde está el banco. Pero sí las suficientes para comprobar que ha habido movimiento. Alguien se ha llevado cosas y otros han repuesto otras.
Hay gente que ha apoyado la iniciativa. No pretenden ser la solución. Pero sí servir de ejemplo y que pequeñas acciones como esta se extiendan, al menos por Leganés. Ya ha habido gente que les ha llamado para contarles que viven en Zarzaquemada, al otro lado de Leganés, y que no pueden subir hasta el centro. Pero que toman nota.
Puede que dentro de poco, veamos por todo Leganés bancos de madera en los que no podamos sentarnos porque ya estén llenos de pequeñas muestras de solidaridad.