La contracción económica debida a la pandemia por el coronavirus COVID-19, ha provocado ya consecuencias desastrosas que van a acarrear escenarios muy complicados en determinadas áreas de varios países que, actualmente, ya sufren problemas importantes.
En los países en desarrollo se está evidenciando ya una considerable reducción de la deuda y los acreedores se enfrentan a impagos que no van a ser solucionados. La llamada a una solidaridad global que invita a todos los países a aunar esfuerzos, queda muy lejos de la realidad, sobre todo en países que ya son vulnerables bien por una crisis de deuda, una pérdida de acceso a los mercados y por las fugas de capital que están teniendo lugar en la actualidad sin haber terminado con la emergencia sanitaria.
La inestabilidad es una realidad que ha sucedido y ha provocado también el colapso de las grandes cadenas de suministro y, con ellas, una caída de los precios de los productos básicos. Esto ha supuesto una repercusión económica, social y financiera absolutamente negativa, que va a llegar a durar mucho más que la pandemia y afectará, sin duda, a los países pobres, en desarrollo, o a aquellos que ya están endeudados.
Según el informe que ha publicado la Organización Mundial de la Salud (OMS), los mercados financieros mundiales se estancan a medida que los inversores corren a retirar fondos de los mercados emergentes y otros sectores de alto riesgo y, por ello, pasan a colocarlos en refugios seguros. Las salidas de capital de los mercados emergentes no tienen precedentes, ya que superan los 90 000 millones de dólares. Esto, sumado a que la propia pandemia ejerce una fuerte presión sobre los presupuestos, además del creciente desempleo, sumerge a los Objetivos de Desarrollo Sostenible a un lugar inestable que no deja patente el futuro de la economía.
El informe determina también que no está claro si los países en desarrollo volverán al mismo nivel de exportaciones y condiciones comerciales que antes de la pandemia, ni tampoco, cuándo lo harán. Es posible que estos se encuentren en una trayectoria de menor crecimiento económico en el futuro, lo que afectará el acceso a los mercados financieros durante los próximos años, sin que sea culpa suya.
Por un lado, según las estimaciones iniciales, África podría estar entrando en su primera recesión en veinticinco años, mientras que América Latina y El Caribe se enfrentan ya a la peor recesión de su historia. Hay que hacer todo lo posible, apunta el informe, por evitar lo que podría ser una devastadora crisis de la deuda con los impagos desordenados. Esto dañaría la confianza que los países en desarrollo han creado a lo largo de los años de cuidadosa reforma y sólida gestión económica.
Si no se aborda esta emergencia de desarrollo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) serán una quimera, y es necesario que todo cuanto se haga sea global, dado que centrarse solo en los países más pobres no bastará para hacer frente a la escala mundial del desafío, ya que el índice de la reducción de la deuda no se debe basar en el nivel de ingresos, sino en la vulnerabilidad de los países, que ya han sufrido recesión además de estar afectados por la pandemia.
Las medidas incluyen que los deudores y los acreedores compartan la responsabilidad de prevenir y solucionar las situaciones de deuda insostenible; que la reestructuración de esta deuda sea oportuna, ordenada, efectiva, justa y negociada de buena fe, para que tenga por objeto restablecer la sostenibilidad de la deuda pública y, con ello, aumente la capacidad de los países de lograr los objetivos de desarrollo sostenible y crezcan todos con mayor igualdad.
El enfoque global pasa por una moratoria generalizada de la deuda, que existan opciones de reducción creíbles, y que las cuestiones estructurales, tanto de la deuda internacional como de la propia crisis, sean contempladas desde a solidaridad y la unidad de todos los países.