Hace un siglo, durante la década de los años veinte, se registró en Alemania uno de los movimientos más revolucionarios de la reciente Historia del Arte. Bajo el nombre de Expresionismo las vanguardias encontraron un cauce en el que proponer sus nuevos planteamientos a través de los más diversos sistemas expresivos, desde la pintura y la escultura a la fotografía, la música, el teatro y sobre todo el cine.

Con el expresionismo los artistas rechazaban la representación de la realidad objetiva para tratarla desde un punto de vista subjetivo en el que predominaba lo emocional y lo intimista.

Los artistas se organizaban en grupos con nombres como El Puente o El Jinete Azul, desde donde plasmaban el malestar de aquella sociedad, criticaban la moral de la burguesía urbana y rechazaban la prosperidad de la élite, el hedonismo, el lujo, el confort y el materialismo.

Presentaban a la clase obrera como víctima de la industrialización y de la vida mecanizada que deshumaniza y aliena.

El hombre-máquina representaba junto al triunfo de la modernidad técnica, también la pérdida de lo natural.

Frankenstein, el monstruo que simboliza la fragilidad humana, encarnaba el horror de esa modernidad, al igual que la escultura de Rudolf Belling «Formas orgánicas (Hombre caminando)».

La angustia y el sufrimiento que experimentaban las clases sociales más bajas, especialmente los obreros, fueron los temas fundamentales tratados por el expresionismo. Los pintores de este movimiento lo hacían a través de una obra que rompía los valores estéticos tradicionales utilizando colores violentos, perspectivas distorsionadas, atmósferas inquietantes y figuras con deformaciones físicas.

Los años de la República de Weimar (1918-1933), fueron el primer periodo histórico en el que Alemania conoció un verdadero régimen democrático. Una sociedad del bienestar con partidos políticos, libertades en todos los ámbitos, protagonismo de la mujer y servicios sociales accesibles. Berlín era una capital cultural en la que se experimentaban todas las vanguardias.

Alemania era entonces el escenario idóneo para que progresaran las propuestas artísticas del expresionismo. Un país en plena industrialización que se sentía humillado por el trauma de la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio, con una profunda crisis económica que provocó inflación y pobreza, un poderoso flujo de habitantes del campo a la ciudad y un registro de tensiones políticas que desembocó en un dramático enfrentamiento desde la aparición del nazismo, que consideraba el expresionismo como un arte degenerado y que obligó a exiliarse a muchos de sus creadores.

Más de 150 piezas se han reunido para esta exposición en la Fundación Canal, dedicada al expresionismo en todas sus manifestaciones, entre las que hay pinturas, dibujos, grabados y esculturas de artistas como Ernst Ludwig Kirchner, Emil Nolde, Otto Dix, Max Beckmann… que reflejan la alienación de una sociedad en crisis, la deshumanización y la maquinización del hombre, la locura, el terror y la neurosis postbélica.

El expresionismo criticaba la atmósfera aplastante de las ciudades («Metrópolis» de Otto Dix) frente al bucolismo de la vida del campo registrado en los cuadros de Paula Modersohn-Becker («Camino en un pueblo suizo») y Emil Nolde («Paisaje italiano con casa roja»). Unas ciudades que eran estructuras de poder y opresión que los artistas representaban a través de una ambientación de perspectivas deformadas y calles trapezoidales por las que circulan sombras fantasmáticas.

Hay una importante presencia del circo y de las ferias ambulantes, espacios de libertad al mismo tiempo que de inestabilidad, miseria y muerte, que quedan reflejados en obras como «Pierrot y Máscara» de Max Beckmann y «Joven payaso» de Erich Heckel. En cine, «El Gabinete del Doctor Caligari» y «Sumurun, una noche» recogen también estos mundos.

El cine era el arte más joven de todos los que se manifestaban en todo el mundo, un género que facilitó el hallazgo de «la obra de arte total» buscada por los expresionistas, aquella que integraba a todas las disciplinas en un mismo ámbito envolvente.

El estreno de la película «El gabinete del Dr. Caligari» en 1920 abrió una nueva forma de expresión que combinaba todas las anteriores. Con el movimiento, las escenografías fantásticas y los contrastes lumínicos de luces y sombras, el cine iba más allá de lo que podían ofrecer la pintura, la escultura y la fotografía.

Era una forma ideal de reflejar la inestabilidad de la República de Weimar a través de la fascinación por la tecnología («Metrópolis» de Fritz Lang») y el terror («Nosferatu» de Robert Egges), con obras que eran verdaderas sinfonías que recogían el malestar interno del hombre, encarnando sus miedos y deseos reprimidos en un momento en que las teorías sicoanalíticas trataban de explicar el malestar en la sociedad y la cultura.

El cine era la manifestación ideal para reflejar lo onírico, lo grotesco y lo perturbador difuminando las fronteras entre pintura, escultura, teatro y literatura, y construyendo un universo estético y emocional único.

El cine de terror recogía el angustioso desequilibrio social y político a través de los mecanismos del sueño y el inconsciente.

El cine recogió también el clima de las ciudades como espacio apocalíptico frente a la tranquilidad de la vida campesina. Las imágenes de once películas del expresionismo alemán se pueden ver en esta exposición, con títulos como «El Golem», «Dr.Mabuse: el gran jugador» o «Misterios de un alma».

El expresionismo desapareció tras la Segunda guerra Mundial pero su influencia se manifestó en muchas corrientes artísticas del siglo veinte, como el expresionismo abstracto en los Estados Unidos, el informalismo europeo o la pintura de artistas como Francis Bacon y el español Antonio Saura.

Y en el cine, las películas de Tim Burton, David Lynch o Guillermo del Toro están para recordarnos que muchas de las cuestiones planteadas por el expresionismo siguen sin respuesta en la sociedad actual.

  • TITULO. Expresionismo. Un arte de cine
  • LUGAR. Fundación Canal. Madrid
  • FECHAS. Hasta el 4 de enero de 2026
Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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