Unas doscientas obras de pinturas, dibujos, fotografías, documentos y audiovisuales relacionados con Maruja Mallo llenan las once salas de la planta baja del edificio Sabatini del Museo Reina Sofía de Madrid.
Por primera vez desde 1928 se pueden ver reunidos los cinco cuadros dedicados a las verbenas que Maruja Mallo pintó para la exposición organizada por Ortega y Gasset en la sede de la Revista de Occidente. La muestra llega desde Santander, donde ocupó durante seis meses la sala de exposiciones del Centro Botín.
Una alfombra de arte efímero de doce metros de largo y dos de ancho, elaborada por la agrupación Cunchas e flores de Bueu (Pontevedra) recibe a los visitantes a la gran exposición de esta temporada en el Museo Reina Sofía de Madrid.
Todas las etapas de la trayectoria artística de Maruja Mallo tienen en esta exposición una amplia representación. Desde las obras de sus primeros años, en los que apostaba por el arte popular y el realismo mágico, hasta su etapa surrealista y sus contactos con Benjamín Palencia y la Escuela de Vallecas, donde descubrió un submundo de paisajes yermos que le acercaron a una poética de la impureza y a practicar una estética de la podredumbre heredera del surrealismo.
En su última etapa pintó los dibujos geométricos y fantásticos en los que trataba de conciliar visiones del macrocosmos y el microcosmos.
Trece de las obras aquí expuestas forman parte de la colección permanente del Reina Sofía, incluida «Joven negra», de 1948, adquirida recientemente por el museo. Otras provienen de instituciones como el Art Institute of Chicago; el Centre Georges Pompidou de París; el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo, los museos Benito Quinquela Martín y de Arte Latinoamericano, de Buenos Aires, el Museo Provincial de Lugo, así como de colecciones privadas europeas y americanas.
Además hay dibujos, fotografías y documentos adquiridos recientemente por el museo. Y obras inéditas, como «Arquitectura fósil I» y un dibujo desconocido de 1933. También se puede ver «El espantapájaros», la obra que le compró André Breton en su primera exposición en París y que el fundador del surrealismo mantuvo en su colección hasta su muerte.
El título de la exposición, «Máscara y compás», alude a la máscara como referencia a las tensiones que enfrentan lo animado con lo inanimado, presentes en la obra de Mallo, y a la representación plástica de la naturaleza efímera. De ahí la pertinencia de la alfombra que recibe a los visitantes a la entrada del museo.
El compás, por su parte, es un instrumento fundamental en los trazados geométricos de la obra de Maruja Mallo, sobre todo tras la influencia del artista uruguayo Joquín Torres García y del rumano Matila Ghyka.










Una vida exagerada
Maruja Mallo fue una de las representantes destacadas de la Generación del 27, con Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández…, con los que compartió experiencias personales y de grupo.
Su biógrafo José Luis Ferris dice que Maruja Mallo fue la mujer más vanguardista de su tiempo y la más moderna de cuantas tuvieron que enfrentarse a las leyes de una época. Extrovertida, independiente, feminista, rebelde e irreverente destacó en el ambiente intelectual de la época también por su compromiso con los valores de la izquierda republicana.
Nacida en Viveiro (Lugo) la víspera del día de Reyes de 1902, fue bautizada con el nombre de Ana María Manuela Isabel Josefa Gómez González (Mallo era el segundo apellido de su padre) vivió sus años más decisivos en Madrid a partir de 1922, donde se matriculó con su hermano Cristino en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con Dalí como compañero de curso.
En la cultura de aquellos años el ultraísmo acaparaba la atención de los jóvenes escritores y la pintora se relacionó también con los que apuntaban en esa dirección: Ramón Gómez de la Serna, Rafael Cansinos Assens o Guillermo de Torre (casado con una hermana de Borges, que también se interesó por el movimiento) hacían una literatura y una poesía de tendencias muy marcadas por las artes plásticas.
En una sociedad antifeminista en la que existía un fuerte componente misógino incluso entre los intelectuales, a Maruja Mallo le costó instalarse en los ambientes culturales de la época y demostrar que la calidad de su obra estaba por encima de cualquier consideración relacionada con el espectáculo o la bohemia.
Eran los años en los que la mujer iniciaba la construcción de una nueva imagen estética adoptando los modelos de Cocó Chanel y el corte de pelo a lo garçon, dominada en las artes plásticas por el Art Nouveau y en lo intelectual por el krausismo de la izquierda regeneracionista. Maruja Mallo abrazó con fuerza todas estas tendencias mientras buscaba una forma de expresión personal, siempre preocupada por situar a la mujer en el centro de la modernidad.
El estallido de la guerra civil española sorprendió a Maruja Mallo en Galicia, en la villa de Bueu (Pontevedra), donde rellenó un cuaderno con dibujos de personajes, paisajes y elementos de aquella zona que se pueden ver en esta exposición.
También un cuaderno que se llevó a su exilio de Argentina cuando consiguió huir por Portugal gracias a la ayuda de su amiga la escritora Gabriela Mistral, entonces cónsul de Chile en este país.
El exilio argentino de Maruja Mallo fue un periodo fructífero gracias a sus contactos con los amigos que también se exiliaron en aquel país (Rafael Dieste, Luis Seoane, Eduardo Blanco-Amor), donde pintó obras importantes como «El canto de las espigas», la serie «Naturalezas vivas», los «Racimos de uvas» y los «Retratos bidimensionales».
Maruja Mallo decidió regresar a España en 1963 en medio de una total ignorancia por su persona. No fue hasta la llegada de la democracia que su obra fue recuperada y su figura objeto de reconocimientos con exposiciones en Galicia y Madrid.
Maruja Mallo murió en Madrid el 6 de febrero de 1995. Atendiendo a su voluntad, sus cenizas se esparcieron por las aguas de la Mariña lucense.
- TÍTULO. Máscara y compás
- LUGAR. Museo Reina Sofía. Madrid
- FECHAS. Hasta el 16 de marzo de 2026




