Serían las nueve de la mañana del 20 de noviembre de 1984 cuando sonó mi teléfono. Era el doctor Santiago Brouard: «Buenos días Maite, te llamo para cambiar la hora de la cita que teníamos para esta tarde. Ha surgido una emergencia con un bebé y no podré atenderos. Si podéis venir, ahora, sobre las once, os atiendo con mucho gusto. Si no os viene bien, lo dejamos para otro día». No habría otro día.

Fuimos a la cita sobre las diez y poco antes de la media mañana de aquel 20 de noviembre, salíamos de la consulta del doctor Brouard por la misma puerta por la que, horas después, entraban los asesinos del reconocido pediatra, disparándole mientras atendía a un bebé de apenas dos meses. Resultaron ser miembros del GAL.

Habíamos acudido para hacer el reportaje gráfico que había quedado pendiente un día antes, cuando entrevistamos al doctor Brouard mientras tomábamos un café en el Club Deportivo de Bilbao, al que acudía con frecuencia a jugar en su frontón buscando, posiblemente, esa difícil evasión cuando lo cotidiano era que el terrorismo de ETA estuviera presente en nuestro día a día.

En una mesa próxima a la que nos sentamos para hacer la entrevista, unas personas ojeaban un periódico, entablillado. En su portada un titular, rutinario, destacaba el asesinato, en Rentería, del policía municipal Vicente Gajate, militante socialista y afiliado a UGT. Los impactos de bala en la nuca, llevaban el sello de ETA que reivindicó el atentado.

Nos miramos. Sobraban las palabras. Al doctor Brouard, me unía desde hacía muchos años, mucho antes de su errónea militancia en HB, una relación afectiva, cuando era el médico por excelencia de tantos bilbaínos bajo su custodia de pediatra, por eso me permití decirle casi en voz baja: «No es la vía doctor. No es la vía, al contrario, asesinar no arregla nada de lo que pretendéis». Hizo un leve gesto de asentimiento.

Iniciamos la entrevista retrocediendo en el calendario hasta 1974, recordando aquel día en el que llamaron a la puerta de su consulta dos jóvenes militantes de ETA y le condujeron hasta un lugar en el que se hallaba otro militante de ETA que había sido herido de bala por la policía y precisaba ayuda médica.

Comprometido con el juramento de Hipócrates, no dudó en atender al herido, quien, casualmente, reconoció al doctor Brouard, el pediatra de su hija. Se producía un punto de inflexión, ya que se daba de bruces con la ley si él herido era detenido, hecho muy probable y señalaba al doctor Brouard como la persona que le dio ayuda médica. En medicina prevalece el derecho del paciente y negarle atención viola este principio.

Con la voz quebrada recordó su forzosa salida de España: «Me veía en una situación difícil de gestionar; buscando ayuda, acudí a Xabier Arzallus, pero el PNV me dio la espalda. Me vi solo y opté por lo que, entendí, como la única vía. Salir de España de inmediato».

La entrevista, fue intensa, aunque ajenos a que sería la última que concedía el doctor Brouard. Entre los temas de actualidad, estaba el debate sobre la ley del aborto: «No creo que prospere» me dijo. Intuí, que, más que una opinión, era un deseo personal y se lo dije. «Los médicos abogamos por la vida». Fue una respuesta firme que, a su vez se contradecía con los hechos de ETA.

Fue el pediatra de varias generaciones de bilbaínos y, muchos de estos niños que acudían a su consulta, eran atendidos desde la generosidad del doctor Brouard, cuando la economía de los padres era precaria.

Santiago Brouard fue un ilustrado de la medicina, pero hasta los sabios se equivocan de camino.

La entrevista, fue publicada en Interviú al día siguiente del asesinato,

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