A estas alturas de septiembre, las agendas familiares se llenan de horarios: colegio por la mañana, extraescolares por la tarde y, para muchos, clases particulares en lo que «peor se les da».
Las matemáticas suelen ser la reina de este podio, hasta el punto de que parece impensable no reforzarlas. Pero ¿qué ocurre cuando este refuerzo constante se convierte en una lucha interminable que desgasta al niño/a y a la familia? ¿Y si en lugar de reforzar aquello que no le motiva, le ayudamos a potenciar lo que realmente disfruta o se le da bien?
Quizá ha llegado la hora de preguntarnos si realmente necesitan un diez en lo que menos disfrutan o si basta con un aprobado digno que les permita avanzar, mientras invertimos tiempo y energía en aquello que de verdad les apasiona.
El aprobado también vale
Un cinco en una asignatura difícil no es un fracaso, es un logro. Significa que ese alumno/a ha alcanzado lo básico, lo suficiente para comprender los fundamentos y avanzar. No todos los estudiantes tienen que ser brillantes en todo, ni deberían vivir como un error aquello que simplemente se les da regular.
El empeño de buscar la excelencia en cada materia acaba transmitiendo un mensaje dañino parecido a si no eres perfecto en todo no vales. Cuando en realidad, la vida profesional y personal no exige dominar todas las áreas, sino encontrar un camino (o varios) en el que lo mejor de cada uno pueda crecer.
Potenciar fortalezas en cualquier ámbito
Cuando hablamos de «lo que se le da bien» no deberíamos pensar solo en actividades artísticas o creativas, puede ser que los pequeños disfruten en la biblioteca devorando novelas, que se emocionen resolviendo experimentos de física y química, que destaquen en deporte, que tengan oído para los idiomas o que sean especialmente empáticos ayudando a los demás.
Si esas capacidades reciben apoyo, pueden convertirse en futuros proyectos de vida. Una afición por la literatura puede desembocar en carreras de comunicación o docencia, el interés por la ciencia puede convertirse en un investigador puntero, y la habilidad social puede derivar en el liderazgo o trabajos de acompañamiento humano.
Imagina pasar cuatro, cinco o seis cursos recibiendo clases particulares todas las semanas de una asignatura que no te motiva. Lo que empezó como un apoyo para superar la dificultad puede desembocar en una experiencia que machaca la curiosidad y mina las ganas de aprender.
La saturación convierte el estudio en castigo, y el alumnado acaba asociando todo lo escolar con frustración. Por eso es necesario equilibrar. No se trata de abandonar lo que te cuesta, sino de aceptar que no todo merece el mismo nivel de exigencia.
La educación debería ser menos un catálogo de asignaturas a superar y más un mapa de exploración. Forzar al infante a centrarse únicamente en lo que menos les atrae no garantiza éxito futuro. En cambio, dar espacio a lo que disfrutan puede abrir caminos inesperados.
Y detrás de esa estrategia está el mensaje más valioso: no eres solo tus dificultades, eres también y especialmente tu talento.