Los escaparates de los barrios madrileños guardan recuerdos que rara vez aparecen en los libros de historia. Son relatos escritos en letras de neón apagadas, en persianas bajadas y en locales que alguna vez fueron el alma del vecindario.

La desaparición de negocios tradicionales se ha convertido en un fenómeno habitual en España, la presión de las grandes superficies, el auge de las plataformas digitales y los cambios en los hábitos de consumo han llevado a muchos comercios de toda la vida a bajar la persiana.

Sin embargo, hay excepciones que confirman la regla. Una de ellas está en el Mercado de Chamartín y lleva un nombre grabado a fuego en la memoria de varias generaciones, se trata de la pescadería Ernesto Prieto, un ejemplo vivo de cómo se hereda y se transforma un oficio.

La historia arranca en 1937, cuando Ernesto Prieto Abad, recién llegado desde su Palencia natal, comenzó como aprendiz en una pequeña pescadería de Madrid. Su esfuerzo y visión lo llevaron a abrir su propio local en 1956, y pocos años después a instalarse en Chamartín.

Desde entonces, su apellido se asocia a la excelencia del pescado fresco en la capital. Fue pionero en presentar la merluza de pincho en distintos cortes, modernizando la manera de presentar el pescado en el mostrador, con cortes que pronto se hicieron habituales en la capital. Esa capacidad de innovar en los pequeños detalles, en lo cotidiano, es lo que sin duda diferencia este negocio.

Hoy, su legado sigue vivo en manos de la tercera generación. Y ahí radica lo excepcional, en un contexto donde lo habitual ha sido la desaparición de los negocios familiares, ellos han encontrado la fórmula para seguir adelante. ¿La receta? Una mezcla de respeto por la tradición y voluntad de reinventarse.

La segunda generación introdujo hitos insólitos para una pescadería, el primer vivero en 1977, un obrador propio en 1998 y, mucho antes de que el sushi se popularizara en España, una barra especializada en 2009. La tercera ha recogido ese testigo para llevar el negocio a la era digital con tienda online, envíos a domicilio y productos adaptados a los nuevos hábitos de consumo.

Porque vender pescado en 2025 no es lo mismo que hacerlo en 1960. El cliente actual busca frescura, sí, pero también comodidad y como no puede ser de otro modo, calidad. Quiere cortes específicos para no complicarse en la cocina, platos listos para llevar a la mesa y la seguridad de que lo que compra cumple con los más altos estándares con su correspondiente trazabilidad.

En ese sentido, Ernesto Prieto ha sabido leer el pulso de los tiempos, del mostrador clásico a la compra digital, de la visita al mercado al reparto a domicilio o de los cortes clásicos a las piezas para sushi.

¿Pueden sobrevivir los oficios tradicionales en un entorno dominado por eCommerce y las grandes plataformas? En los últimos años, España ha visto cerrar miles de negocios de barrio. Y, sin embargo, ejemplos como el de Chamartín demuestran que no todo está perdido.

Tal vez el futuro de estos negocios no consista en elegir entre tradición o modernidad, sino en demostrar que ambas pueden convivir. Y mientras muchas persianas se bajan en Madrid, el mostrador de Ernesto Prieto se abre cada día con el mismo propósito de siempre, acercar el mar a la mesa.

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