Muchos padres, en el fondo, desean que su hijo destaque por sus capacidades intelectuales. Esta aspiración, aunque a menudo no se verbaliza, puede llevar a algunos a considerar la posibilidad de hacer un test de coeficiente intelectual (CI) a su hijo desde una edad temprana. Pero ¿es siempre útil? ¿Y cuál es el momento más adecuado para hacerlo?
Comprender el propósito real de un test de CI
Según Monique de Kermadec, psicóloga clínica y psicoanalista especializada en altas capacidades, los tests de CI son herramientas esenciales para entender cómo funciona la mente de un niño. No se trata solo de saber si es “inteligente”, sino de identificar sus puntos fuertes y sus debilidades, comprender su estilo cognitivo, y orientar mejor su educación.
El test permite situar al niño en una escala estandarizada: entre 90 y 110 se encuentra la inteligencia media. Si el resultado está por encima de ese rango, se habla de inteligencia superior. Un resultado inferior a 80 puede indicar un funcionamiento intelectual lento, y por debajo de 70, se considera una posible discapacidad intelectual.
Tests adaptados según la edad
Existen varios tipos de test según la etapa del desarrollo:
- El WPPSI (Wechsler Preschool and Primary Scale of Intelligence) está destinado a niños de 2 años y medio a 6 años.
- El WISC-5 (Wechsler Intelligence Scale for Children) es el más utilizado para edades entre 6 y 16 años.
- A partir de los 16 años y para adultos, se aplica el WAIS (Wechsler Adult Intelligence Scale).
Cada test evalúa distintas áreas: razonamiento verbal, habilidades visoespaciales, memoria de trabajo, velocidad de procesamiento, capacidad de abstracción y razonamiento lógico.
Estos tests duran entre una hora y una hora y media, y su precio puede variar según el profesional, generalmente entre 300 y 800 euros. Los resultados se interpretan en función de la edad exacta del niño, con un sistema de referencia que agrupa a los niños por tramos de tres meses, lo que garantiza una mayor precisión.
¿Existe una edad ideal para hacer el test?
Es una de las preguntas más frecuentes que se hacen las familias, y la respuesta no es tan simple. Según los expertos, la edad ideal depende de la madurez cognitiva del niño y de la razón por la cual se quiere hacer la evaluación.
Anne Lefebvre, psicóloga clínica y psicoterapeuta, explica que en ciertos casos —por ejemplo, si se sospechan necesidades educativas especiales o si el niño muestra señales de sufrimiento escolar— es útil realizar el test desde una edad temprana. Sin embargo, si el niño no presenta señales preocupantes y simplemente se busca “medir su inteligencia”, es preferible esperar.
Por qué se desaconseja hacer un test antes de los seis años
Antes de los seis años, el cerebro infantil todavía está en pleno desarrollo. Según Georges Cognet, psicólogo clínico, hacer un test de CI antes de esa edad puede dar resultados poco fiables, ya que las habilidades cognitivas varían rápidamente en esta etapa. Además, existe un riesgo importante de malinterpretar los resultados, generando expectativas o temores innecesarios.
Por eso, los tres especialistas consultados coinciden en desaconsejar este tipo de evaluación antes de los seis años, salvo necesidad educativa o médica clara.
A medida que el niño crece, los resultados ganan en estabilidad
Cuanto mayor es el niño, más fiables y estables serán los resultados obtenidos. Esto se debe a que el cerebro humano continúa desarrollándose a lo largo de la infancia y la adolescencia, hasta alrededor de los veinte años. En este sentido, un test en la adultez temprana (a partir de los 20 años) ofrecerá una medida más sólida de la inteligencia general, menos influida por factores externos o emocionales.
Conclusión: evaluar con sentido y prudencia
En resumen, hacerle un test de iq a un niño puede ser útil, pero no debe hacerse a la ligera ni por simple curiosidad. Conviene esperar hasta los seis años como mínimo, y aún más si no hay señales preocupantes. Solo un profesional formado podrá orientar la decisión, interpretar correctamente los resultados y, sobre todo, acompañar emocionalmente a los padres y al niño en este proceso.