Después de nueve meses de clase, despertadores tempranos, deberes, exámenes, carreras al salir del colegio y mochilas cargadas, llega el esperado y deseado verano. Sin embargo, el verano es mucho más que sol y vacaciones. Es, para muchos, una necesidad vital: la pausa que permite volver a empezar.
Desconectar no es un lujo, es una parte más del proceso educativo. Es necesario parar para respirar, dejar espacio a lo vivido, procesar lo aprendido, y permitir que el cuerpo y la mente descansen. Aprender no es solo acumular contenidos, también es necesario un descanso activo, saber parar, mirar hacia dentro, y reconectar con uno mismo y con los demás.
Durante el curso, todo parece girar alrededor del rendimiento académico. Sin embargo, cuando se cierran las aulas, se abre el mundo y, en verano, ocurren aprendizajes que no caben en un cuaderno. Se aprende cuando se cocina con la abuela, cuando se organiza una merienda con primos, cuando se cuida una planta o se sube a un árbol y cuando se lee por gusto. Aprender también es aburrirse y descubrir qué hacer con ese tiempo sin horarios.
Por eso, es importante recordar que el ocio no es una pérdida de tiempo, es un derecho y es un terreno fértil para el desarrollo personal. En el juego libre, en el descanso y en la convivencia nacen habilidades que no siempre se enseñan en la escuela: la creatividad, la empatía, la iniciativa, la autonomía,la espontaneidad, la escucha…
La falta de rutinas incrementa las desigualdades
Pero no podemos obviar que el verano no es igual para todos. Mientras algunos niños y niñas disfrutan de campamentos, viajes y días en familia, otros se enfrentan a más de dos meses de incertidumbre, con adultos que trabajan sin descanso, hogares donde falta lo básico o situaciones de soledad que se intensifican cuando la rutina desaparece.
No hay deberes, pero tampoco hay quién los sustituya con actividades estimulantes o apoyo emocional. Y es ahí donde deberían entrar las políticas públicas y los recursos comunitarios. Actividades culturales, talleres en bibliotecas, espacios gratuitos para jugar, aprender y relacionarse.
El descanso también debe ser accesible. No podemos seguir cargando sobre las familias la responsabilidad de llenar el verano de aprendizajes productivos, ni tampoco sobre los menores, que no tienen la culpa de nacer en un contexto con menos oportunidades.
Es imprescindible que las instituciones garanticen alternativas inclusivas y que se reconozca, de una vez por todas, el valor del ocio como parte del desarrollo integral. Sin una estructura que sostenga el tiempo libre de forma equitativa, las diferencias se amplían y, quienes más apoyo necesitan, muchas veces, vuelven en septiembre con la mochila más vacía que nunca.
Este verano, ojalá podamos vivirlo como lo que es: un paréntesis merecido, un tiempo para descansar sin culpa, para jugar sin prisa y para aprender sin exámenes. Que cada niño y cada niña tenga la oportunidad de reconectar con lo esencial: con su cuerpo, con sus emociones, con la naturaleza, con sus seres queridos y, sobre todo, consigo mismo.