Roberto Cataldi[1]

En un mundo donde se ha impuesto el individualismo en todos los órdenes de la vida, en muchos casos como una forma de autodefensa frente al naufragio socioeconómico actual, pero también como una revalorización intelectual donde se rescata la argumentación del «egoísmo ético», sustento teórico de una ideología que vela solo por sus propios intereses, resulta innegable la sensación de soledad que se extiende por todo el planeta.

En efecto, una concepción individualista no tanto en lo que hace a la defensa de la propia autonomía y dignidad, muy rescatable desde el punto de vista ético y moral, sino en lo que atañe a privilegiar intereses personales, a menudo mezquinos, defendiéndolos a cualquier precio.

Está claro que junto al desmedido propio interés, la codicia, la denodada búsqueda del éxito, se comprueba falta de solidaridad ante la adversidad de los otros, cuando no se los ignora, pues, al fin y al cabo el problema es de ellos.

Y al parecer muchos olvidan que el ser humano en mayor o menor medida es por naturaleza vulnerable, al punto que lo que hoy vivimos como éxito, mañana podemos llegar a vivirlo como fracaso.

Por eso pienso que es importante detectar aquello que hace que la vida valga la pena de ser vivida, ya que la existencia es efímera, y no estamos solos.

Afortunadamente siempre hay personas que revelan interés o sensibilidad frente al dolor del otro, y que con «conciencia moral» pero sin desatender sus asuntos, tratan de hacer un lugar en sus vidas para colaborar con quienes están atravesando una situación existencial difícil. No todos tienen dinero para donar, quizá sobreviven con lo justo, sin embargo tienen tiempo material, buena voluntad, y lo usan en una causa humanitaria.

Todos sabemos por los medios de las calamidades que están sucediendo en distintas regiones del planeta, las que podrían evitarse, pero las pasiones humanas y los intereses de ciertas dirigencias logran desencadenar conflictos violentos, llegando a dirigir sus movimientos bélicos desde sus escritorios, como si se tratase de un videojuego, mientras las poblaciones afectadas padecen injustamente un sinnúmero de calamidades.

Es más, a través de los medios uno recibe noticias día a día sobre este sufrimiento humano, pero no se ahonda mucho en la información porque para el público en general resultaría intolerable.

Cuando hace unos días le comenté a una amiga, prestigiosa intelectual, que mi hijo menor había viajado a Madrid con su familia por unos meses como parte de una compañía de un musical que cuenta una historia de nuestro tiempo, me respondió: «el arte nos salvará».

Y creo que tiene razón. El arte posee la capacidad de transformar ciertas realidades sociales, comunicando, trasmitiendo ideas, sentimientos, emociones, en una palabra, despertando lo humano que existe en cada individuo.

Esta semana en el Teatro Marquina de Madrid se estrenará el musical de Broadway «Come from away» (venir de lejos), que resultó ser un éxito en el Teatro Maipo de Buenos Aires, por la calidad estética de todos sus artistas que supieron transmitir al auditorio una historia real.

Con Mara, mi mujer, vimos el estreno, donde mi hijo menor Maximiliano Cataldi (un músico con formación integral al igual que sus compañeros), ejecuta la batería. Confieso que nos sorprendió la historia en la que se montó el espectáculo y que de hecho ignorábamos.

Pues bien, como consecuencia del atentado terrorista sucedido el 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos (un verdadero cisne negro según la denominación acuñada por Nassim Taleb), el país del norte debió cerrar su espacio aéreo y cientos de aviones fueron desviados a otros países.

Pero 38 aviones debieron aterrizar en el aeropuerto de una lejana isla, Gander -New Foundland (Terranova) en Canadá- donde existe un pequeño pueblo. Y más de siete mil pasajeros de todas partes del mundo quedaron varados allí por cinco días. Pero lo más destacable fue la solidaridad de sus habitantes, quienes con empatía procuraron acoger a todos en las instalaciones del pueblo, que evidentemente no estaban preparadas para una emergencia de tal magnitud, y hasta abrieron las puertas de sus propias casas… En efecto, les brindaron una cálida acogida a los infortunados viajeros.

El año pasado la compañía viajó a Gander solo para conocer ese pequeño pueblo solidario. La obra, ya multipremiada, con la inteligente dirección general de Carla Calabrese, logra transmitir ese sentimiento que nos muestra el lado luminoso de la condición humana, que nos revela que todavía estamos a tiempo de poder construir un mundo mejor en esta crisis globalizada que no da tregua. En fin, quizás un mundo sin fronteras…

Lo cierto es que en la vida no todo es material, ya que existe una dimensión espiritual, y los médicos acostumbrados a asistir el dolor ajeno lo sabemos muy bien. Lo bueno es que esta dimensión espiritual puede ser alimentada por cualquiera con pequeños actos altruistas, que en verdad nos reconfortan.

El arte es reflejo de la cultura, y el artista con su fina sensibilidad logra transmitir emociones que no solo nos conmueven sino que nos hacen reflexionar sobre nuestros problemas y la vida social en general. Mucho antes de nuestra era, Alejandro Magno sostenía que de la conducta de cada uno dependería el destino de todos.

  • Roberto Miguel Cataldi Amatriain, colaborador de Periodistas en Español, es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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