Una rinoceronte malaya, en portugués una abada, da nombre hoy día a una calle del centro de Madrid. La historia de cómo llegó a ocurrir eso es el núcleo de la nueva novela de Carlos Bardem, «Badaq», que el propio autor ha presentado en la libreria asociativa «La Libre» de Leganés.
Es ya la octava obra de un autor, que es ya un escritor consolidado, sin abandonar una carrera de actor que no tiene intención de dejar pese a su éxito literario.
Más de medio centenar de personas asistieron en «La libre» a la presentación de la novela. «Badaq» es una parábola ecologista y crítica sobre una época de la historia de España y del mundo a menudo glorificada, utilizando siempre el punto de vista del conquistador, del invasor.
Un galeón español, tripulado por hombres, desde el jefe de la expedición al último marinero, que vienen desde la miseria en la España de la época a saquear las riquezas de las islas del clavo en el archipiélago de la Sonda, actual Indonesia, sin más legitimidad que la que ellos piensan que les otorga el Tratado de Tordesillas por el que el Papa de la época dividió el universo entre España y Portugal, sin tener en cuenta para nada la existencia de los habitantes de esas tierras y su organización política y social preexistente.
Según afirmó Bardem en la presentación, la estrategia literaria de la novela es sencilla. Se trata de cambiar el tiro de cámara de la situación. De verla desde el punto de vista de los habitantes de esas tierras que vieron llegar a los «descubridores» sin entender en absoluto la legitimidad de aquellas gentes que llegaban a sus tierras con la pretensión de meterles a empujones en la historia justo antes de someterles y saquear sus riquezas.
«Badaq» es el nombre en malayo de la rinoceronta enana que protagoniza el relato y que nos pone ante los ojos el absurdo de la insaciable actividad extractiva que la humanidad lleva a cabo como forma de relacionarse con la naturaleza.
La rinoceronta juzga los hechos que los hombres protagonizan en la novela y de los que acaba siendo víctima. Una parábola que acaba en las calles del villorrio que era Madrid en aquella época, cuando también era capital de imperio, y que era también, según Bardem, prácticamente una finca familiar.