Finkielkraut, enfant terrible de la filosofía francesa

Se publica el último libro del representante de los Nuevos Filósofos

En 1975 André Glucksman publicó el ensayo «La cocinera y el devorador de hombres», que ilustraba la ruptura de una parte de la izquierda intelectual con el marxismo-leninismo.

Con este libro Glucksman asestaba un duro golpe al comunismo y contribuía a la formación del antitotalitarismo de izquierdas al que se unieron Jean Marie Benoist, Michel Guerin, Jean Paul Dollé, Jacques Julliard, Pascal Bruckner, Daniel Mothé y Alain Finkielkraut.

Refiriéndose a este movimiento, otro filósofo coetáneo, Bernard-Henri Lévy, utilizó la expresión «nuevos filósofos» en un artículo publicado al año siguiente en «Les Nouvelles Littéraires» y el término hizo fortuna en los medios de comunicación. En 1977 Henri Lévy publicó en la misma línea «La barbarie con rostro humano».

Casi todos los miembros de este movimiento habían participado como estudiantes en las revueltas de Mayo del 68 y militaban en partidos marxistas y maoístas, pero las denuncias de los crímenes del estalinismo de Aleksandr Solzhenitsyn en «Archipiélago Gulag» y el desastre humanitario de la revolución cultural china les fueron alejando del marxismo.

Algunos acontecimientos de aquellos años reforzaron su disidencia: la huida de los vietnamitas (los boat people) tras la toma de Saigón por los comunistas, el papel del Partido Comunista de Álvaro Cunhal en la revolución de los claveles portuguesa, el genocidio ordenado por Pol Pot en Camboya, la invasión soviética de Afganistán, los acontecimientos de Polonia en los años ochenta… les fueron separando cada vez más de la izquierda política y alineándolos con el pensamiento de la derecha francesa, a la que algunos sirvieron como soporte electoral (Glucksman llegó a apoyar a Sarkozy en la campaña de 2007).

La presencia constante de los Nuevos Filósofos en los medios de comunicación, sobre todo en la televisión, les mereció el calificativo de intelectuales mediáticos. Su influencia en el pensamiento francés fue importante al menos hasta la caída del muro en 1989.

Alain Finkielkraut era hijo de un judío víctima del campo de concentración nazi de Auschwitz. Su obra «La derrota del pensamiento», publicada en 1987, uno de los libros más influyentes de los últimos años del siglo veinte en Francia, es un alegato contra la sociedad de consumo y la cultura de masas y un lamento ante el naufragio de los principios de la Ilustración en la sociedad francesa de fin de siglo.

También una crítica al conformismo y a la inacción de los intelectuales ante los excesos del nacionalismo sectario y el etnicismo en la sociedad posmoderna.

Siempre polémico y a contracorriente, Alain Finkielkraut publica ahora «La posliteratura» (Alianza Editorial), un ensayo en el que expone sus críticas a la ideología que promueve un nuevo orden moral basado en la cultura de la cancelación, el lenguaje inclusivo (al que compara con la neolengua del Orwell de «1984»), lo políticamente correcto, la inmigración sin límites, el auge del islamismo en Francia y los excesos de la defensa del laicismo (como la destrucción de belenes en Navidad), el antirracismo que, dice, terminará convirtiendo lo multirracial en multirracista; el ecologismo que fomenta la destrucción del paisaje con la instalación de turbinas eólicas, los abusos generados por el movimiento #MeToo y el Black Lives Matter, el neofeminismo, al que compara con un nuevo realismo socialista… una ideología que, según Finkielkraut, amenaza con «la deseuropeización del Nuevo Mundo y del Viejo Continente».

Utilizando como eje la literatura de Marcel Proust, Saint-Simón, Henry James, Houellebecq y sobre todo la obra de Philip Roth y Milan Kundera, Finkielkraut condena el nuevo orden moral que promueven todos estos aspectos de la sociedad actual.

Lo hace ilustrando con ejemplos la crítica a todos ellos, a riesgo de sufrir el rechazo a cargo de los sectores progresistas que los defienden, y abogando incluso por causas perdidas como las de Roman Polanski o Gabriel Matzneff, acusados de abusos sexuales con menores (en realidad no defiende a esos autores sino que critica la persecución y censura de sus obras).

He aquí algunos de los reproches de Finkielkraut a la cultura de la cancelación, el lenguaje inclusivo, el antisemitismo de izquierdas o el neofeminismo: La censura de las obras de Balthus en las que aparecen muchachas jóvenes en actitudes calificadas de provocativas. La retirada de circulación de los libros de autores acusados de sexismo como «Lolita» de Nabokov. Las acusaciones de antisemitismo y misoginia a Philip Roth por su novela «Mi vida como un hombre». Las declaraciones de Lionel Duroy al comparar la muerte de inmigrantes en el Mediterráneo con las víctimas de Auschwitz. La obligación de los profesores de universidad de advertir de contenidos políticamente incorrectos en obras literarias cuando hablan de mujeres, negros, musulmanes o nativos estadounidenses (los profesores, lejos de oponerse, enseñan el camino, dice Finkielkraut).

También el cambio de títulos de obras como «Diez negritos» de Agatha Christie o «El negro Narciso» de Joseph Conrad. Las protestas de estudiantes de Cambridge contra la celebración del bicentenario de Beethoven por considerarlo «demasiado masculino y demasiado rancio».

La sustitución, en la celebración del centenario de la batalla de Verdún, de la música clásica por el rap de Black M, una de cuyas letras dice «ya es hora de que mueran los maricas. Cortadles el pene y dejadles por ahí muertos» (la izquierda y los antirracistas se indignaron en nombre de la libertad de expresión cuando se pidió la cancelación de uno de sus conciertos).

O los nuevos criterios para elegir la mejor película en los premios de cine: la presencia de un treinta por ciento de mujeres, de personas con alguna discapacidad, de miembros del movimiento LGTBIQA o de un grupo racial subrepresentado: para Hollywood, dice Finkielkraut, los cineastas ya no son libres de imaginar a sus personajes y los propios personajes se convierten en especímenes.

Como metáfora de todo esto, Finkielkraut termina diciendo que el incendio de Notre Dame no fue un accidente ni un atentado: Notre Dame se suicidó, rodeada de basura y fealdad, y agotada por el turismo y por miles de millones de selfis.

Finkielkraut habla desde la derecha francesa pero sus consideraciones van dirigidas a toda Europa.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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