Un joven incapaz de mentir ni en las situaciones más comprometidas, un niño que nunca dice la verdad, del que hay que interpretar sus mensajes entendiendo lo contrario de lo que expresan, una barca roja con poderes extraordinarios que lleva a sus ocupantes a lugares remotos, una lluvia que cae incesante durante meses sobre un pueblo marinero paralizado, un incendio que devora un astillero de ribeira… son algunos de los elementos que jalonan «La canción de la salitre» (Multiverso Editorial), la primera novela del joven narrador gallego Mario Otero Lemos, todos ellos herederos de la tradición literaria del realismo mágico.
Otero inicia su carrera de escritor con esta novela de aventuras centrada en el mundo del mar, el territorio que mejor conoce gracias a su relación con los ambientes marineros de la villa de Cangas do Morrazo, donde vive desde que nació en 2002. «La canción de la salitre» se puede definir como una obra iniciática de aventuras que es al mismo tiempo novela de formación de un joven rebelde, José Antonio, el protagonista, que decide liberarse del yugo represor de la familia huyendo de su entorno en busca de una nueva vida y de un nuevo futuro en libertad. Los encuentra en un territorio extraño y en la hospitalidad de una familia formada por personajes más próximos a la ficción literaria que al mundo real del que procede: Celtia, Rua y Alborada pertenecen a un universo de seres inéditos en el entorno hasta entonces conocido del protagonista. El contacto con estos seres extraordinarios va a cambiar su vida.
Aunque no se trata de una obra madura, hay en esta primera novela elementos que permiten advertir un futuro prometedor en la carrera literaria de Mario Otero. Cito un párrafo representativo: «El sol caía poco a poco deshilachando la tarde en una luz cada vez más frágil que doraba los bloques de piedra y el campanario. Desde lo alto, las casas del pueblo perdían sus colores heterogéneos, acaparados por el naranja uniforme de las tejas, y se apreciaban como insignias, bodoques que adornaban la costa de helechos salpicada por un agua turquesa que se arrugaba en las franjas de viento. En la finca de la iglesia, los músicos volvieron a tocar, y las notas enmudecieron los restallidos de los árboles y las ramas secas».
La de Mario Otero es una prosa bien ejecutada, con un vocabulario rico, una imaginación exuberante, unos personajes bien perfilados y una buena resolución de situaciones que invitan a pensar en una evolución progresiva en obras futuras, en la búsqueda de un estilo propio y en la corrección de ciertos descuidos de principiante, sobre todo, como en este caso, en relación con algunos aspectos anacrónicos de la trama.