1901, la luz eléctrica llega a Sahagún. 1922, la luz eléctrica llega a Santa María del Páramo. Así lo cuenta Alberto, el narrador de Romanza y Mimbre, filandón o filorio que actuó el sábado pasado en Sahagún. Este dato ilustra que Sahagún era a principios del siglo veinte mucho más rico que El Páramo, y aquí venían los parameros a ganarse un jornal, mientras que ahora El Páramo, gracias al Pantano de Riaño y al riego por aspersión, es el vergel de Europa.
Tal vez por eso son tan pródigos en recoger ellos esa tradición del Filorio o Filandón labrada en múltiples veladas junto al fuego, a la luz de las llamas y del candil de aceite.
Romanza y mimbre son cinco componentes, dos de ellos imprescindibles, el narrador y la cantora. Ellos hablan de blindar la tradición, salvaguardar el patrimonio inmaterial defendiendo el folcklore leonés por los caminos de España y del mundo. Con tal entusiasmo, que contagian y alborozan con el recuerdo de las vivencias compartidas: canciones de guerra, de exilio y de emigración que van desde las más populares y anónimas (Esta noche ha llovido mañana hay barro, En casa del Tío Vicente), al Vals vienés que Leonard Cohen compuso, nada menos, inspirado en un poema de F. G. Lorca, pasando por Manolo mío de Luar na lubre, que da ganas de llorar porque esta vez es él el que muere. O esa tan triste compuesta por F.J. Valls y Emilio José y que no deja ver lo que ha pasado pero que debió ser algo tan terrible como esto: «Pero una tarde, mientras jugaba, vino un mal viento y se lo llevó».
Cómo no van a ser tristes estas canciones de pérdidas irreparables por los siglos de los siglos, si ya el Concilio de Trento metió mano en los filandones por lo que tenían de pernicioso y de relax (bailaban, algo que siempre estuvo muy mal visto) y por lo que tenían de ruptura de los estamentos tradicionales, ya que se podía dar la circunstancia de que, en una casa de posibles, fuera admitido, frente al cura, el maestro o el boticario, un pobre o una pobre trotacaminos con tal de que tuviera algo que aportar: relato, chanza, danza o novedad del exterior. Y siempre presidiendo, la dueña de la casa con la rueca. Hilando y, al mismo tiempo, sin perder hilo del Filorio.
Filorio suena como velorio, sí, porque la rueca es, además, el elemento de unión entre los dos mundos desde las hilanderas, presentes en la mitología griega y romana, ya que en ellas se veía cómo crecía la hacienda de la casa y cómo los espíritus cohesionaban entre sí. Ya lo dice Fray Luis de León en su oda a La mujer fuerte. Canciones y romanzas para evocar a los ausentes, cuando «ir» significaba no volver, perdido todo contacto con el hermano, con el hijo, con el novio..
Y también evocaban, cómo no, el trasmundo (trasmoz, que diría G. A. Bécquer), con toda la magia y la inocencia de los que creen en apariciones porque todo el tejido deshilachado se puede rehilar, de nuevo, como en la rueca.
La rueca era el símbolo máximo de hacendosidad y de aprovechamiento de los recursos. Ni un cabo debe quedar suelto, y la capacidad de manejo define a la dueña de la casa. Ella hilaba mientras los demás hablaban.
El éxito de la función fue tan evocador que superó todas las expectativas hasta el punto de armarse allí mismo, fuera ya de escena, un Filandón sahagunense para compartir recuerdos y saborear pérdidas irreparables suavizadas por un vino y un queso de la tierra que, Ramón R. de Aláiz, concejal de cultura de Sahagún, se había traído de la Feria de San Simón recientemente celebrada en Sahagún.
Esto es cultura.
- Romanza & mimbre. Folk de Filandón
- Componentes: Lola Quintanilla: voz y percusión
- Alberto Lozano Verdejo: narrador e investigador del folklore
- Luis Fernando Sanz: dirección musical, guitarra y voz
- Mercedes Álvarez: voz y percusiones
- David Álvarez (voz y presencia escénica)
- Auditorio Carmelo Gómez de Sahagún
- Fecha comentada: 3 de diciembre de 2022