La iglesia de Santiago de los Españoles fue desde mediados del siglo dieciséis hasta el siglo dieciocho uno de los lugares de mayor importancia religiosa, simbólica y representativa de la monarquía española en Roma. Por eso esta exposición se abre con un óleo de Gaspar van Wittel que muestra la romana plaza Navona en 1699, con la fachada de la iglesia en su extremo derecho. La iglesia cambió su nombre por el de Nuestra Señora del Sagrado Corazón tras ser vendida por España.
A comienzos del siglo diecisiete el banquero palentino Juan Enríquez de Herrera mandó construir en esa iglesia una capilla dedicada a san Diego de Alcalá, a quien había rogado por la sanación de su hijo enfermo. La pintura al fresco le fue confiada a Annibale Carracci (1560-1609), uno de los reformadores de la pintura barroca, quien contó con la ayuda de uno de los pintores de su círculo, Francesco Albani. Esta colaboración se vio alterada a finales de 1604 por una grave enfermedad del maestro que impidió a Carracci continuar su trabajo. A partir de entonces fue Albani quien, bajo la supervisión de Carracci, se encargó de terminar las pinturas.
En 1833, y como consecuencia del deterioro de la iglesia, se encomendó a Pellegrino Succi que arrancase los frescos para salvarlos de la destrucción. El escultor Antonio Solá dirigió toda la operación y, finalmente, en 1850, tras concederse un permiso papal, consiguió embarcar dieciséis pinturas en el puerto de Civitavecchia con destino a Barcelona, donde permanecieron nueve de ellas, mientras que otras siete eran trasladadas a Madrid.
El Museo del Prado conserva las siete que pintó Carracci, recientemente restauradas. Ahora se muestran en un montaje de Francisco Bocanegra que permite al visitante recorrer las diferentes alturas de la capilla y recorrer su decoración. Se trata de un excepcional conjunto de pinturas murales poco conocidas en las que se reproducen escenas de la vida de san Diego de Alcalá, franciscano andaluz fallecido en 1463.
Tras arrancar las pinturas de los muros de la capilla, de los diecinueve fragmentos solo dieciséis llegaron a España (siete se conservan en el Museo Nacional del Prado y nueve llegaron a la Real Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi, desde donde fueron trasladados al MNAC). Los tres restantes, trasladados a la iglesia romana de Santa María de Montserrat, entonces de la corona de Aragón, no han podido ser localizados.
Los siete frescos que pertenecen al Prado son cuatro trapecios que decoraban la bóveda de la capilla donde se narran asuntos de la vida de San Diego, y tres óvalos que decoraban las pechinas, los correspondientes a Santiago el Mayor, San Lorenzo y San Francisco, estos últimos se encuentran entre las pinturas más bellas de todo el conjunto (un cuarto óvalo, que representaba a San Juan Evangelista, se perdió).
El MNAC de Barcelona conservó nueve pinturas murales y otras tres al fresco que representan al Padre Eterno, a san Pedro y a san Pablo, que flanqueaban el cuadro del altar en el muro testero de la capilla, una obra que hoy se encuentra en la iglesia romana de Santa María de Montserrat. Junto a estas pinturas se exponen aquí dibujos relacionados, estampas que reproducen los fragmentos perdidos y libros de exequias de los reyes de España en los que se reproduce el interior de la iglesia.
Las pinturas de la parte baja de los muros del interior de la capilla se exhiben en una sala en cuyos laterales se muestran dos de los milagros de san Diego: la Curación de un joven ciego y el Milagro de las rosas. En el altar colgaba el cuadro al óleo que representa al santo intercediendo por Diego Enríquez de Herrera.
En una sala se exponen cuatro pinturas producto de la colaboración de Carracci y Albani. Se sabe que cada una fue realizada en dos jornadas. Albani pudo iniciar las cuatro escenas y Carracci terminar las partes más comprometidas y concluir con un repaso general de la pintura. La Asunción requirió cinco jornadas; los Apóstoles alrededor del sepulcro, ocho, y el Milagro de las rosas, seis.
La figura del Padre Eterno conserva la estructura de madera original ideada para sostener la pintura por su parte posterior, mantener la rigidez del lienzo de traspaso y evitar posibles deformaciones de la superficie.
La capilla Herrera fue el trabajo más importante de la producción final de Annibale Carracci, quien, como consecuencia de la grave enfermedad que le sobrevino durante su realización, no volvió a emprender trabajos de esta entidad. Murió el 15 de julio de 1609, apenas tres años después de terminar estas pinturas.
Es destacable el esfuerzo hecho para salvar estos frescos de la iglesia de Santiago de los Españoles para evitar su desaparición. Cuando termine el periodo de exposición en el Prado, la muestra se trasladará al Museu Nacional d’Art de Catalunya y posteriormente al Palazzo Barberini, las dos instituciones que han colaborado a montarla en la pinacoteca madrileña.
- TÍTULO. Annibale Carracci. Los frescos de la Capilla Herrera
- LUGAR. Museo del Prado. Madrid
- FECHAS. Hasta el 12 de junio