Se publica el Catálogo Razonado de la obra pictórica de Maruja Mallo, un gran trabajo documental sobre las pinturas de la artista, un ingente esfuerzo editorial que enriquece la historiografía del arte español de vanguardia del siglo veinte y un meritorio proyecto en el que han colaborado la Fundación Arte y Mecenazgo, la Galería de Arte Guillermo de Osma y la Fundación Azcona.
La presentación de este volumen en el Museo Reina Sofía fue una buena ocasión para reivindicar, a los veintiséis años de su muerte, la figura de Maruja Mallo y la obra de quien fue probablemente la pintora española más importante del siglo veinte, a la altura de Georgia O’Keeffe y Frida Kahlo, como señalan los responsables de esta edición en la introducción del catálogo, quienes también explican minuciosamente los criterios que rigen esta publicación.
Durante la presentación, en un auditorio abarrotado de público (lo que demuestra el interés por la figura y la obra de Maruja Mallo), las críticas de arte María Escribano y Estrella de Diego aportaron testimonios de su conocimiento personal y de su trato con la artista. El galerista Guillermo de Osma, responsable del proyecto, relató el esfuerzo de producción de este Catálogo Razonado y los avatares que hubieron de superarse para llegar a esta edición tan completa.
Antes de morir en 1995 Maruja Mallo manifestó a su hermano Emilio su deseo de que se hiciese un catálogo completo de su obra, para lo que aportó un baúl de documentos, fotografías, recortes de periódicos y objetos que la artista había acumulado durante su vida, además de listados de muchos de quienes eran los coleccionistas que poseían cuadros de su autoría. Guillermo de Osma y Juan Pérez de Ayala iniciaron ya en 2002 la catalogación de la obra de Maruja Mallo. Desde entonces no han cesado de trabajar en este Catálogo Razonado que ve ahora la luz casi veinte años después.
El catálogo reúne los 147 cuadros de Maruja Mallo y 40 bocetos, con sus correspondientes fichas, entre los que hay obras inéditas y varios dibujos de su cuaderno de Bueu, que la artista realizó durante su estancia en este municipio pontevedrés, en el que se encontraba cuando estalló la guerra civil y desde donde marchó al exilio.
Se recogen todas las exposiciones, individuales y colectivas, una amplia bibliografía sobre la artista y cinco ensayos de especialistas sobre su obra y su vida escritos por Fernando Huici, Antonio Gómez Conde (sobrino de Maruja), Guillermo de Osma, Estrella de Diego y Edward J. Sullian, algunos de ellos integrantes también del comité científico del catálogo junto a Bonet Correa y José Carlos Valle.
Es la primera vez que se establece el corpus de la obra de Maruja Mallo y es un verdadero placer recorrer las páginas de este catálogo y recrearse en cada una de sus pinturas, de una calidad y un colorido muy fiel a los originales, clasificadas en orden cronológico y reunidas todas las piezas de sus series, así como los dibujos preparatorios y los estudios sobre la figura humana, la naturaleza, el movimiento, las proporciones, trabajos previos a la producción de sus cuadros.
Contemplando estas reproducciones se aprecia la evolución de Maruja Mallo, desde sus primeros trabajos, copias de conocidos cuadros de Goya («El quitasol», «El pelele», «La gallina ciega»), los paisajes de Corcubión y los retratos que hizo a sus hermanos y hermanas, y a su madre, hasta las obras de sus últimas etapas, incluidas las influencias de la Escuela de Vallecas pasando por las fiestas populares, las verbenas, el deporte como referente de la modernidad, las máscaras, las cloacas, los esqueletos y las figuras danzantes, y el salto cualitativo que supuso para ella el conocimiento en París del artista uruguayo Joaquín Torres García y del rumano Matila Ghyka.
Ahora sólo falta esa gran exposición que se le debe a Maruja Mallo y a su obra.
Entre verbenas y cloacas, la vida exagerada de Maruja Mallo
Es absolutamente injusto que Maruja Mallo no hubiera gozado en vida de la popularidad que le correspondía por méritos propios. Mientras sus compañeros de generación (Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández…) con los que compartió experiencias personales y de grupo, siempre han estado muy presentes en las crónicas culturales, Maruja Mallo era apenas una cita a pie de página. No fue por ser de izquierdas y progresista (sus compañeros también lo eran) ni porque se exiliara durante la guerra civil (también Buñuel y Alberti) ni porque su obra no fuese conocida en su época (lo era). Su marginación se debió posiblemente al hecho de ser mujer.
Dice José Luis Ferris en su biografía de la artista («Maruja Mallo. La gran transgresora del 27», Temas de Hoy) que Maruja Mallo fue, por su obra, la mujer más vanguardista de su tiempo, y por su vida, la más moderna de cuantas tuvieron que enfrentarse a las leyes de una época. Extrovertida, independiente, feminista, rebelde e irreverente (ganó un concurso de blasfemias y se paseó en bicicleta por una iglesia de Arévalo mientras se celebraba un domingo la misa mayor)… Maruja Mallo destacó en el ambiente intelectual de la época también por su compromiso con los valores de la izquierda republicana.
La artista, nacida en Viveiro (Lugo) la víspera del día de Reyes de 1902, fue bautizada con el nombre de Ana María Manuela Isabel Josefa Gómez González (Mallo era el segundo apellido de su padre) y vivió sus años más decisivos en Madrid a partir de 1922, cuando su familia se instaló en la capital de España y ella se matriculó con su hermano Cristino en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con Dalí como compañero de curso.
El surrealismo había hecho su aparición en Europa y Maruja Mallo también se apuntó a un movimiento que prometía el fin de la vieja era y el advenimiento de un nuevo espíritu de rebelión. En la cultura de aquellos años el ultraísmo acaparaba la atención de los jóvenes escritores y la pintora se relacionó también con los que apuntaban en esa dirección: Ramón Gómez de la Serna, Rafael Cansinos Asens o Guillermo de Torre (casado con una hermana de Borges, quien también se interesó por el movimiento) hacían una literatura y una poesía de tendencias muy marcadas por las artes plásticas.
En una sociedad antifeminista en la que existía un fuerte componente misógino incluso entre los intelectuales, a Maruja Mallo le costó instalarse en los ambientes culturales de la época y demostrar que la calidad de su obra estaba por encima de cualquier consideración relacionada con el espectáculo o la bohemia. Eran los años en los que la mujer iniciaba la construcción de una nueva imagen estética adoptando los modelos de Cocó Chanel y el corte de pelo a lo garçon, dominada en las artes plásticas por el Art Nouveau y en lo intelectual por el krausismo de la izquierda regeneracionista.
Maruja Mallo abrazó con fuerza todas estas tendencias mientras buscaba una forma de expresión personal, siempre preocupada por situar a la mujer en el centro de la modernidad. Estaba influenciada por el futurismo, que le permitía trasladar a sus pinturas el deporte, la velocidad, y el dinamismo (como reflejó en «Figura de deporte» o «La ciclista») y también por el cubismo de Picasso y Juan Gris y el Realismo mágico de Franz Roh. Todas estas influencias las aplicó a las estampas en las que recogía la animación de las verbenas del Madrid de aquellos años.
Para Maruja Mallo fue decisivo el encuentro con Ortega y Gassett quien, fascinado por sus pinturas, decidió organizar la primera exposición (y la única) en la sede de la «Revista de Occidente», algunas de cuyas portadas Maruja Mallo ilustró con sus dibujos. Sus contactos con Benjamín Palencia y los artistas de la Escuela de Vallecas le descubrieron un nuevo submundo de paisajes yermos que le acercaron a una poética de la impureza y a practicar una estética de la podredumbre heredera del surrealismo.
De su estancia en Tenerife se vino con «La mujer de la cabra», una obra en la que quiso representar una imagen de mujer integral y heterogénea con cualidades compatibles con el espiritualismo y la feminidad, un cuadro en el que presentaba la imagen de la nueva identidad de la mujer.
Y de su estancia en París se trajo la frustración de un surrealismo, entonces muy politizado, que había expulsado de sus filas a Louis Aragón, Paul Éluard, Buñuel y Giacometti. Pero también la impagable experiencia de sus contactos con Picasso, Joan Miró, Magritte, Cocteau, Jean Arp y el uruguayo Joaquín Torres García, una de sus influencias más decisivas a raíz de la cual volvió a un lenguaje universal basado en las matemáticas, la geometría y el orden de la naturaleza, acompañado todo ello de un fuerte compromiso social. Todo eso lo proyectó en sus «Arquitecturas minerales», «Arquitecturas vegetales» y «Construcciones campesinas».
El estallido de la guerra civil sorprendió a Maruja Mallo en Galicia, en la villa de Bueu (Pontevedra), donde rellenó un cuaderno con dibujos de personajes, paisajes y elementos de aquella zona. Un cuaderno que se llevó a su exilio de Argentina cuando consiguió huir por Portugal gracias a la ayuda de su amiga la escritora Gabriela Mistral, entonces cónsul de Chile en este país, mientras su compañero Manuel Fernández Martínez, Mezquita, sindicalista y miembro de POUM, con quien había viajado a Galicia, era detenido en la frontera.
El exilio argentino de Maruja Mallo fue también un periodo fructífero gracias a sus contactos con los amigos que también se exiliaron en aquel país (Rafael Dieste, Luis Seoane, Eduardo Blanco-Amor), donde pintó obras importantes como «El canto de las espigas», la serie «Naturalezas vivas», los «Racimos de uvas» y los «Retratos bidimensionales» inspirados en el cuaderno de Galicia.
En esta etapa americana Maruja Mallo no paró de viajar: Chile, Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú y Nueva York, donde dio conferencias y participó en exposiciones colectivas mientras en España un silencio de plomo se abatía sobre su figura y su obra.
Pese a todo, Maruja Mallo decidió regresar definitivamente a su país en 1963 para empezar desde cero con nuevas propuestas, en medio de una total ignorancia por su persona. No fue hasta la llegada de la democracia que su obra fue recuperada y su figura se convirtió durante la transición en una presencia asidua en tertulias y reuniones de intelectuales y artistas, en las que exhibía una imagen heterodoxa, con maquillajes llamativos y tocada con un permanente abrigo de piel de lince con el que cubría, según algunos, un cuerpo totalmente desnudo.
En los últimos años de vida fue objeto de reconocimientos con exposiciones en Galicia y Madrid y la concesión de las medallas de oro de Bellas Artes y de la Xunta de Galicia.
Maruja Mallo murió en Madrid el 6 de febrero de 1995. Atendiendo a su voluntad, sus cenizas se esparcieron por las aguas de la Mariña lucense.
Un magnífico artículo enhorabuena Paco.