Rafael Alconétar Vélez (1975-2009), profesor de Literatura de una universidad de provincias, aparece muerto en un descampado, asesinado al parecer por lapidación, en lo que aparenta ser un crimen en el que habrían participado varias personas.
En «La Pasión de Rafael Alconétar» (KRK), el escritor, filólogo y profesor de la Universidad de Extremadura Mario Martín Gijón elabora un perfil de este misterioso personaje a través de las voces de quienes lo conocieron y lo trataron en sus últimos años.
Dependiendo de las relaciones que hubieran mantenido con él, unos ensalzan su figura hasta convertirlo en un personaje de culto, un creador maldito, un lúcido idealista, mientras que para otros (sobre todo para algunos compañeros de claustro) habría sido un farsante, un impostor, un loco, un libertino corruptor de menores a quien terminan expedientando por sus aventuras sexuales y su comportamiento excéntrico.
Alconétar, docente que imparte sus clases con métodos al margen de los procedimientos ordinarios y de los programas oficiales, tiene a su cargo un taller de literatura cuyos alumnos terminan fascinados por sus enseñanzas y por su personalidad.
Son ellos quienes a lo largo de esta novela llevan, diez años después de su muerte, la iniciativa de contar quién era Rafael Alconétar, de definir al profesor que les descubrió otra forma de ver el mundo, de interpretar la sociedad, de acercarse a la cultura y al sexo: «nos enseñó a ver todo de otra manera», dice Pedro Muñoz, su discípulo más entusiasta, quien lleva el peso de encuadrar al personaje, junto a otras dos alumnas, Dolors Cavalls y Susana Cordero, celosas enamoradas del docente con el que llegan a mantener relaciones íntimas a sabiendas de que es un seductor cuyas conquistas son de todos conocidas.
Otro alumno que abandonó el taller por las dudas metodológicas y el comportamiento del profesor, Jaime Becerril, lo define desde fuera del círculo de sus seguidores más fieles, mientras colegas, amigos cercanos, enemigos declarados, amantes despechadas y conocidos de trato superficial, van elaborando un perfil poliédrico del personaje al tiempo que cada uno de los interlocutores se va definiendo a sí mismo.
A lo largo de la novela se ponen en duda algunos de los acontecimientos que sustentan la historia, desde los orígenes y la trayectoria profesional del controvertido profesor hasta su asesinato, que algunos creen que fue en realidad un suicidio, o una mezcla de ambos: «Que se matara él o que provocara con calculada deliberación su asesinato, verdadero suicidio encubierto, qué cambia eso», dice su amigo Josué Pérez Williams (p. 439).
Hasta hay quien piensa que no murió, que su supuesta muerte es una falsedad, una impostura, otra de sus genialidades, urdida para evadirse de una realidad que rechazaba y lo rechazaba. A lo largo de la novela se intercalan fragmentos inéditos de las obras de Alconétar, de su poesía y de sus «Sagradas escrituras», que revelan a un autor heterodoxo y libertino.
El otro protagonista de esta obra inclasificable, a la que su autor llama ‘novelaberinto’, es el lenguaje, un prolongado juego de palabras que recuerda a los de Guillermo Cabrera Infante y Julio Cortázar (por cierto que esta novela también puede leerse alterando los capítulos), pero sobre todo al Julián Ríos de «Larva», una sucesión de palíndromes, aliteraciones, paronomasias, calambures… que se prolongan a lo largo de todo el texto en las voces de los protagonistas, con hallazgos brillantes, sorprendentes, agudos, graciosos… toda una exhibición de dominio lingüístico no sólo del idioma español sino también del inglés, francés, alemán, italiano, catalán… en los que están escritos algunos capítulos de la novela, lo que hace más impenetrable una lectura de más de 740 páginas, ya de por sí compleja, aunque también gratificante, sobre todo para quienes gustan de sumergirse en el lenguaje envolvente de la literatura.
Las relaciones del texto con la cultura literaria del autor son múltiples y van desde Joyce y Clarice Lispector a Bataille y Baudelaire, del discurso enfático de Félix Rodríguez de la Fuente a la filosofía de Wittgenstein.
Al mismo tiempo «La Pasión de Rafael Alconétar» es una crítica a un sistema educativo rutinario, burocrático y anquilosado, al mundillo literario que premia el espectáculo por encima de la calidad, a una sociedad de consumo culturalmente mediocre y sometida al dictado de una estructura mediática potenciada ahora internet y las redes sociales.