Cuando estamos asistiendo en el Parlamento a sesiones que en ocasiones se asemejan a discusiones dignas de taberna de puerto, preñadas de insultos, faltas al respeto, a la verdad, elevando en ocasiones de forma vergonzosa los bulos a la categoría de verdades cuasi absolutas, resulta reconfortante comprobar al mismo tiempo cómo un niño de cinco años recita de memoria algunos párrafos relativos a la Constitución española, con textos adaptados lógicamente a su edad escolar.
Podríamos decir que frente a los exabruptos de algunos padres de la patria, la sensatez toma cuerpo en la boca de un niño.
He tenido la ocasión de comprobarlo en las pasadas fiestas navideñas, en las que siempre se teme que le toque de vecino de reunión al cuñado de turno, el eterno paliza dispuesto a arreglar de un plumazo el país, cuando no el mundo, entre lingotazo y lingotazo. Ha sido en el pueblo madrileño de Getafe, y el niño se llama Samuel Mendiola Cano, tiene cinco años y estudia en el colegio San José FESD de dicha localidad.
A su edad, comentaba la criatura en la reunión cosas relativas a su día a día en el colegio, de lo que aprendían los niños, como la cosa más natural. Y entre esos saberes nuevos están cosas relacionadas con nuestra Constitución adaptadas como es lógico, a los primeros años de la infancia. Como esta poesía, que deja las cosas bien claras para los niños de cinco años, pero que sin embargo al parecer les resulta tan difíciles de comprender a algunos mayores:
La Constitución te hace conocer cuál es tu derecho y cuál es tu deber.
Yo tengo derecho a poder jugar, y debo las normas siempre respetar.
Yo tengo derecho a la educación, y debo en la escuela prestar atención.
Yo tengo derecho a la sanidad, y debo cuidar de mi higiene personal.
Yo tengo derecho a dar mi opinión, y debo escuchar con educación.
Porque para esos niños que a sus cinco años están aprendiendo normas de convivencia impartidas por un profesorado entregado para cuando se hagan mayores, «La Constitución se aprobó en 1978. Es la ley más importante del país», según reza otro de los textos a los que tuve acceso.
Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿tanto les cuesta a algunos mayores entender cosas tan sencillas que a estas alturas del año 2022 están a ras de enseñanza primaria?
No es que haya que convertir el hemiciclo en un parvulario, pero sí al menos que, siendo nuestros representantes, porque para eso los hemos elegido, guarden las formas debidas, se respeten en las lógicas discrepancias que pueda haber en función del credo político de cada cual porque, como dice el texto que aprenden esos niños de tan pocos años, «Yo tengo derecho a dar mi opinión, y debo escuchar con educación». Sobre todo, cuando lo que nos estamos jugando es el día del diálogo y el entendimiento en nuestro país, en el que todos nos jugamos tanto.
Bienvenidas sean las enseñanzas democráticas para estos niños que un día se harán mayores y serán ciudadanos con responsabilidades en diferentes ámbitos, algunos en el político, sin lugar a dudas. Sembrar la primera semilla es el camino adecuado para que un día fructifique en una sociedad más justa y respetuosa, a la que todos, mayores y pequeños, tenemos derecho.