Antiguas fotos de un Madrid que tuvo que existir, que ahora mismo sólo permanece en algunos de sus edificios y en esas imágenes fantasmales, desiertas de la velocidad del presente, como lo que son: un insulto irreprochable al futuro.
Una insistencia en no estar en este ahora, como en aquel verso de la poeta en el que quien (o lo que) no comparecía en futuro alguno era un gato, un gato en un piso vacío. Un piso vacío que no es un piso vacío del Madrid tal y como lo conocimos, a menos que la poeta sepa algo que nunca nos ha dicho ni probablemente nos vaya a decir. [La poeta es la polaca Wislawa Szymborska.]
La poesía que Madrid merece tendrá que ser escrita sin mirar aquellas fotografías de un Madrid que estaba y estaba, como en el poema polaco. Un Madrid que estaba y estaba, pero que ya no ocurre como debería porque en un de repente paulatino acabó por irse.
Para siempre. Para siempre, salvo en estas antiguas fotos de un Madrid que no sabía que de él poco a poco iban quedando cada vez más únicamente tres pequeñas cosas: su nombre, algo de la memoria desvencijada de sus paisanos y esas imágenes pretéritas arrebatadas con cierto éxito a la eternidad. Una eternidad, eternidad sin ira, eternidad.
[¡Qué tiempos aquéllos! le escuchamos decir a la gente más simple ante aquellas antiguas fotos de un Madrid que no pareció pasar sin pena ni gloria, sino más bien como un monumento celestial a la dicha siempre perdida, siempre atrás.]
Foto: 1901, Puente de Toledo