Andrés Marín ha alcanzado un nivel de excelencia distinto en su trayectoria con este «Éxtasis – Ravel. Un show andaluz». Una obra maestra en todos los órdenes: La danza se transforma en depurada dramaturgia. La música deconstruida de Ravel, transforma sus universos de origen, con los tres músicos que la interpretan, Óscar Martín al piano, Antonio Padilla y sus saxos y Daniel Suárez a cargo de la percusión.
La trama escénica sumerge desde el primer minuto en otra dimensión o mundo paralelo, lleno de magia, mérito del excelente trabajo del propio Andrés Marín y del artista plástico José Miguel Pereñíguez y a la iluminación de Yaron Abulafia.
Idea original y dirección musical de Andrés Marín sobre músicas de Ravel que culminan con el bolero más famoso de la historia de la música. Él comentó para los espectadores en un encuentro al final del estreno en Madrid, en la Sala Roja de los Teatros del Canal que ‘jamás hubiera hecho una interpretación más del Bolero, la obra más versionada, en concierto, ballet y cine.’ Pero nadie, antes de ahora, había pensado en una deconstrucción que es, sin duda, puro éxtasis, respetando las evasiones ravelianas de la realidad, hacia mundos paralelos distantes, hacia identidades que se encuentran en alguna otra dimensión cósmica.
No se trata, dice Marín, ‘de crear un disfraz, sino de fundir nuestro ser en todos los seres, en el abismo de reflejos simultáneos de un ser universal’. ¿Flamenco? Algún rastro queda en los pies del maestro y en los de Andrea Antó. O quizá sea también una deconstrucción del flamenco. Pero este «Éxtasis» es un reflejo de ese ser universal, que trasciende o abarca todos los lenguajes musicales y dancísticos.
Marín es consciente de la importancia de la interactuación que crea con el público. ‘Yo no transmito nada. Cada espectador se crea su propio mundo según sus circunstancias.’ Nada más cierto. El mundo mágico que va transcurriendo en la escena, ¿es a veces, para todos, un espacio – cueva de inmensa negrura que se pierde en el infinito? O durante el Bolero, las bailarinas Vanessa Aibar, Andrea Antó, Chloé Brûlé y Lucía Vázquez, se transforman en sombras de un bosque élfico que transportan al éxtasis durante el crescendo? ¡O a Lucía Vázquez, como fantasmal bailarina de ballet que a ratos surge de la nada y vuelve a sumergirse en la nada? La luz y la ausencia de luz sabemos que crea y hace desaparecer mundos y personas. O crea sombras que se arrastran de forma inquietante al límite de un espacio casi en tinieblas. O ilumina de pleno a Vanessa Aibar cubierta de transparencias rojas.
Lo que conecta todo el rato con la realidad más terrenal es el vestuario de Andrés Marín, de negro como siempre, pero esta vez envuelto en la bandera de Andalucía, como queriendo decir: ‘La música es francesa, la danza universal, pero esto es un show andaluz.’
El artista plástico José Miguel Pereñíguez trabajó con Marín en la pasada Bienal de Sevilla, en aquel espectáculo único, «La vigilia perfecta» creado para ser representado en el Monasterio de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, desde los maitines hasta las completas a lo largo de toda una jornada. Era el momento para que estos dos artistas se encontrasen. Y juntos han vuelto a trabajar en este otro trabajo único que es «Éxtasis». Realmente, este encuentro ha sido un punto de inflexión en la carrera del bailaor sevillano. No sé si también en la de Pereñíguez. Ojalá continúen juntos mucho tiempo.
Andrés Marín es un artista genial, creativo hasta el extremo. Siempre ha sido distinto. Nunca se ha parecido a nadie. Define su trabajo en esta última creación suya como ‘ser uno y luego otro. Ser de aquí y de cualquier parte. No parecerse a nadie. Ir hacia el vacío de los desiertos y transfigurarse.’ ¿Sugiere un lenguaje del Nuevo Testamento?
Esto es posible cuando se ha alcanzado la total libertad de espíritu. Por eso Marín huye de identidades impuestas y se refugia en la abstracción y la depuración. En «Éxtasis» ha querido vincular como nunca tradición y contemporaneidad. Ha logrado ser y dejar de ser.