Desde su muerte hace ahora siete siglos, los restos del que fuera el mayor poeta del Medievo, Dante Alighieri, no pudieron ser visitados ni venerados por sus admiradores hasta hace cien años cuando, durante las conmemoraciones del sexto centenario, se pudo reconstruir su esqueleto.
Un cadáver exquisito
En mayo de 1987 una noticia agitó el mundo de la cultura. Unas cenizas de Dante y la sábana en la que había quedado impresa la huella del cráneo del poeta habían desaparecido del despacho del director de la Biblioteca Nacional de Florencia, donde estaban custodiadas en dos sobres amarillos.
La desaparición no se advirtió hasta muchos años después de que fueran guardadas en ese lugar, por lo que se especulaba con que fueran robadas durante la II Guerra Mundial, pero en 1999 unos empleados las encontraron dentro de una bolsa en una estantería.
Otra parte de las cenizas de Dante estaban en la Biblioteca del Senado, en Roma, conservadas en un medallón de oro que el joyero florentino Leopoldo Settepassi había regalado a la amante del escultor Rico Pazzi, autor de la estatua de Dante en Florencia.
El medallón acabó en manos del senador Alessandro Di Ancona, quien lo donó a la Biblioteca del Senado. Contiene restos de las paredes del sarcófago de Dante y de la corona de laurel con la que su amigo y mecenas Guido Novella ungió el cadáver del poeta.
Lo que quedaba del esqueleto de Dante reposaba en Rávena, la ciudad que lo acogió durante su exilio. Cuando Florencia quiso reconciliarse con su poeta reclamó su devolución para instalarlo en la iglesia de Santa María del Fiori, sin conseguirlo.
Fue el papa Leon Diez (de origen florentino) quien exigió su traslado a Florencia para inhumarlo en un sepulcro que iba a construir Miguel Ángel. Para evitarlo, en 1519 unos monjes franciscanos escondieron los restos en una caja cuyo paradero fue ignorado durante siglos. En 1865 los encontraron unos obreros que estaban abriendo una zanja en un convento medieval de Rávena.
En la caja había un esqueleto al que faltaban varios huesos, y dos cartas fechadas en 1677 en las que Antonio Santi, el prior del convento, afirmaba que aquellos eran los restos auténticos de Dante.
En 1878 el secretario del municipio de Rávena entregó a su sucesor un paquete con huesos de Dante que había sustraído de la iglesia en la que reposaban. Eran algunos de los que faltaban al esqueleto.
Años después, en 1886, unos vecinos de Rávena entregaron un cofre con un hueso del poeta y una esquela en la que se afirmaba su autenticidad. Con todos estos restos en 1921 se reconstruyó el esqueleto de Dante, que desde entonces permanece en Rávena.
La obra de un exiliado
El periodo creativo más fecundo de Dante fue durante su exilio en Rávena, donde vivió los últimos veinte años. Su Florencia natal lo deportó al considerarlo un traidor por defender la causa de los güelfos Blancos frente a los a los Negros (Dante había luchado contra los gibelinos), arrasó su casa, lo despojó de sus bienes y lo condenó a ser quemado en la hoguera. Aún seis años después de su muerte el cardenal Bertrando del Poggetto quemó en público su libro «De Monarchia» por herético (defendía la separación entre Iglesia y Estado) y propuso desenterrar sus restos para aventar las cenizas.
Dante había muerto en Rávena entre el 13 y el 14 de septiembre de 1321 a causa de unas fiebres contraídas en un viaje a Venecia, poco después de terminar los últimos versos de la «Comedia», en la que venía trabajando desde hacía quince años.
La obra de Dante ha tenido lecturas diversas a lo largo de la Historia, desde el mismo momento de su escritura, pues el autor florentino ya la reconocía como polisémica.
Antes de la «Comedia» Dante había publicado algunas creaciones que aún hoy pueden leerse con interés: «De vulgari eloquentia», «Convivio», «De Monarchia» y sobre todo «La vida nueva», un libro de carácter autobiográfico compuesto en verso y prosa, trascendido de misticismo, que escribió entre 1292 y 1293, al que añadió algunos versos de juventud.
Unos años antes había muerto Beatriz Portinari, figura central de la obra del poeta florentino. En «La vida nueva» Dante relata desde el primer encuentro con su amada, cuando tenía nueve años, hasta decir de ella «lo que jamás fue dicho de ninguna», transformando a Beatriz en mediadora entre los hombres y Dios.
Para Dante Beatriz fue una fuerza que lo poseyó desde el primer día y que se acrecentaba en cada ocasión en que volvía a encontrarse con ella. En «Convivio», escrita entre 1304 y 1307, la sigue buscando a través de la Filosofía, hasta que en la «Comedia» la encuentra en el más allá y se deja guiar por ella hasta el Paraíso, reino de la paz, la filosofía y el amor.
Desde su muerte se escribieron numerosas biografías de Dante. La primera fue la del poeta Giovanni Bocaccio, a quien la ciudad de Florencia encargó la creación de una cátedra dedicada al florentino cuando quiso reconciliarse con su figura (fue Bocaccio quien añadió el adjetivo Divina al título de la «Comedia»).
Una de las mejores biografías y análisis de la obra de Dante Alighieri la publicó el poeta español Ángel Crespo con el título de «Conocer Dante y su obra», una visión totalizadora y humanista que rinde homenaje, además, a Virgilio y a Homero, recordados por Dante en la «Comedia». Además Ángel Crespo analiza en esta obra el concepto sublime que Dante tenía de la relación amorosa, que el italiano reflejara en «La vida nueva» y en la «Comedia».
La crítica a «La divina comedia» se publicó en el suplemento «Sábado» el 17-noviembre-2018