Dorothée Vandamme[1]

Los Taliban afganos –el término «talib» designa a un estudiante de religión, talibán es el plural de talib– han regresado al poder en Afganistán tras veinte años de insurrección y combate contra las tropas internacionales.

En el momento en que se instaura de nuevo el Emirato islámico de Afganistán sigue habiendo muchos interrogantes acerca de esta organización: Quiénes son exactamente los Talibán, cual es su jerarquía, cuales sus apoyos, sus recursos y sus últimos objetivos.

Un movimiento pasthún…

Los Taliban proceden de tribus afganas pasthunes muchos de cuyos miembros se refugiaron en el Pakistán vecino a partir de 1979, y después regresaron a Afganistán durante la década de invasión soviética, que duró hasta 1989, para enfrentarse al Ejército Rojo.  

Fundado en 1994, en plena guerra civil, la organización tomó el poder en Afganistán en 1996 instaurando un Emirato islámico que fue derrocado dos meses después del 11 de septiembre de 2001, cuando los Taliban fueron derrotados.

Entonces, los Taliban se reagruparon en las regiones montañosas fronterizas con Pakistán, incluso algunos de sus dirigentes se ubicaban en el mismo Pakistán. Desde esos santuarios, fueron recuperando sus fuerzas y emprendieron el combate contra las tropas internacionales. Estimados en 7000 en 2006, sus efectivos fueron creciendo hasta cerca de 80.000, y hoy puede hablarse de 100.000. 

La insurrección, concentrada en principio en el este y el sur, se hizo nacional en 2006-2007. El objetivo era expulsar de Afganistán a las tropas internacionales y en particular a las estadounidenses, el mayor contingente desde el comienzo de la intervención.  

En paralelo con las operaciones sobre el terreno, los Taliban trabajaban su imagen, desarrollando una diplomacia. Y así fue como llegaron a las negociaciones con Estados Unidos que finalizaron con el Acuerdo de paz de febrero de 2020, firmado en Doha con la administración de Donald Trump.

Para algunos, los Taliban de hoy serían más moderados y más tolerantes que sus predecesores anteriores a 2001. Pero se trata de una imagen engañosa: tras una apariencia más moderna permanecen inalterables su ideología y su cosmovisión. 

Impregnados de las tradiciones y códigos morales y de honor de las tribus pasthunes, los Taliban son el fruto de la cultura afgana anterior a 1979, ensanchada con sufismo y costumbres preislámicas, y todo mezclado con la corriente ideológica deobandi, que representa una forma de reformismo puritano sunnita. Sin embargo, aunque el grupo tiene su origen en las regiones pasthunes no reivindica una identidad étnica y prefiere adoptar carácter nacional

La ideología talibana asocia religión y guerra, lo que explica que a veces se les defina como «mulás armados». Ambas dimensiones, la religiosa y la marcial, se refuerzan mutuamente. Intransigente e integrista, la cosmovisión de los Taliban no apoya ni la disidencia ni la contradicción lo que, por otra parte, es una de las claves de la longevidad del grupo.  

Tal y como la interpretan los eruditos del movimiento, la ley islámica permanece dotada de una moralidad suprema, casi sacerdotal: el Emirato islámico se considera moralmente superior y única fuente de la autoridad oficial y legítima en el territorio de Afganistán. El nacionalismo islamista es la piedra angular del movimiento y de él procede la inevitabilidad de la victoria de los talibanes, un mensaje ampliamente difundido en la propaganda del grupo.

Es cierto que el movimiento ha evolucionado: inicialmente anclado en la tradición pasthun, se ha ido acercando gradualmente a razonamientos similares a los de los grupos panislamistas como al-Qaeda. Una alteración que encuentra sus raíces en la necesidad pragmática de favorecer el establecimiento de la gobernanza de los Taliban en las regiones no pasthunes del país. 

Finalmente, el movimiento ha trabajado en sus relaciones públicas: un lenguaje que pretende ser tranquilizador, una búsqueda de aceptabilidad, una apariencia de moderación, y todo ello difundido gracias a un cierto dominio de las redes sociales, como Facebook, WhatsApp…

Los principales dirigentes

La consistencia ideológica del movimiento se debe en parte a que su liderazgo actual lo ostenta la generación anterior a 2001.  

Haibatullah Akhundzada, emir o «comandante de los creyentes» (Amir-ul-Mauminin), nació en la provincia de Kandahar, cuna de los Taliban. Tiene sesenta años y es, desde 2016, el tercer emir del movimiento, después de Omar (1996-2013) y Mansour (2015-2016). Akhundzada se unió a los Taliban a mediados de los años 1990 y se convirtió en una de las personas cercanas a Omar. Exjuez y erudito religioso, es una figura respetada por los Taliban. Discreto, aparece poco en público y existen muy pocas imágenes suyas, lo que recuerda la actitud del mulá Omar con respecto a las representaciones visuales.  

El emir está rodeado de tres diputados: Mohammad Yaqoob (hijo de Omar), Abdul Ghani Baradar (cofundador de los Taliban) y Sirajuddin Haqqani (al frente de la red Haqqani). El funcionamiento de la organización bajo el liderazgo del emir lo marca la  Shura Rahbari, o Shura de Quetta, que toma su nombre de la ciudad paquistaní donde se reagrupó la dirección talibana después de 2001.  

La Shura, o consejo talibán, agrupa a los jefes del movimiento y decide las orientaciones políticas y militares. Bajo la dirección del consejo se encuentran las comisiones y los órganos administrativos. Esta estructura ha facilitado el desarrollo de instituciones paralelas durante el período 2001-2021, en terrenos tan variados como economía, sanidad o educación.

Al definirse a sí mismos como un protagonista estatal, los Taliban han adquirido los poderes soberanos tradicionalmente asociados con un estado. De ahí, a sus ojos y a los ojos de sus partidarios, la legitimidad de su uso de la fuerza.  

Aunque la dirección del movimiento se encuentra en manos de Akhundzada, el rostro más conocido del público es el de Baradar, de 53 años. Encarcelado en Pakistán de 2010 a 2018 (esta detención se entiende en el marco del doble juego llevado a cabo por Pakistán desde 2001, apoyando por una parte a las tropas internacionales y la lucha contra el terrorismo, y de otra apoyando igualmente a los Taliban),

Dada su autoridad y reputación como negociador, Baradar quedó en libertad a petición del emisario de Estados Unidos para Afganistán, Zalmay Khalilzad, para participar en las conversaciones entre los Taliban y la administración Trump. Un rol que le ha dado visibilidad y legitimidad.

Por otra parte, algunos lo presentan como el auténtico líder del movimiento. Sea como sea, lo cierto es que Baradar, número dos de los Taliban, ha jugado un papel central en la estrategia que ha permitido reconquistar tan rápidamente el país

Recursos y apoyos

A los  recursos ideológicos se añaden los recursos materiales, económicos y diplomáticos. Desde su nacimiento los Taliban, cuyas filas están repletas de antiguos combatientes contra el ejército soviético, poseen las armas abandonadas por los soviéticos en su retirada así como las armas occidentales entregadas a los combatientes afganos para apoyarles en su lucha contra los soviéticos.

A medida que se han ido consolidando sus conquistas territoriales de los últimos meses, los Taliban han podido sumar a ese arsenal los equipamientos modernos que las tropas internacionales entregaron a las fuerzas nacionales de seguridad.

En el plano económico, el cultivo de opio y el tráfico de drogas, aunque menos importantes que antaño, siguen siendo una fuente central de ingresos para la organización. Además practican otras actividades delictivas: extorsión, tráfico de madera, minería ilegal, secuestros…

La relación existente entre terrorismo, insurrección y criminalidad transnacional organizada es bien conocida y está documentada. Las donaciones y contribuciones económicas de organizaciones islámicas de caridad proporcionan también ingresos al movimiento, lo mismo que los impuestos a las empresas, los transportes y los derechos de aduanas.

Además, no es baladí que la reconquista de territorios haya incluido rápidamente zonas fronterizas, lo que garantiza ingresos suplementarios. Finalmente el ISI, el servicio de inteligencia del ejército paquistaní, aporta al movimiento un apoyo económico y material nada despreciable

A nivel diplomático los Taliban han sabido utilizar el contexto geopolítico internacional para hacerse con el apoyo, o al menos la neutralidad, de un cierto número de  actores internacionales de primera magnitud, entre ellos China, Rusia (que, por otra parte, les sigue considerando grupo terrorista), Irán y Qatar. Así, los Taliban encuentran las  garantías que buscan: si no el reconocimiento oficial al menos la no injerencia. 

Más allá de los representantes estatales, los talibanes mantienen relaciones con otros grupos, entre ellos el Movimiento Islámico de Uzbekistán, que además de contar con su apoyo participa en operaciones comunes en el norte de Afganistán. Más conocidas, y motivo de preocupación, las relaciones con al-Qaeda, basadas sobre todo en la historia de sus relaciones y una motivación religiosa común, siguen siendo muy importantes a través de la red Haqqani.

Afiliada a los Taliban sin dejar de ser un movimiento separado, la red Haqqani les proporciona armas y entrenamiento. Los vínculos entre ambos grupos han quedado demostrados por el nombramiento de Surajuddon Haqqani en el consejo taliban. 

Finalmente, existen relaciones entre los Taliban y el TTP (Tehrik-e-Taliban Pakistan, o talibán paquistaní), debido a su posición ideológica y étnica. Sin embargo, sus objetivos son distintos, cada uno tiene un proyecto nacional en su país de origen. 

Notemos aquí que no se ha puesto de manifiesto que exista relación entre los Taliban afganos y la rama Khorasan del Estado islámico, activa en Afganistán y Pakistán, que ha reivindicado el atentado del 26 de agosto de 2021 en el  aeropuerto de Kabul; por el contrario, existe oposición entre ambos movimientos.

Continuidad de 1994 a 2021

Sería erróneo concebir la evolución del grupo como una gradación neta que va del extremismo a la moderación. Los Taliban de 1994 estaban más atentos al comportamiento externo de la población; los de 2021 prestan particular atención a la vida moral interna de los afganos, como un requisito para la adhesión total a su proyecto político. Asistimos así a la represión estricta y violenta de las manifestaciones en las provincias del país: ejecuciones, matrimonios forzosos de mujeres y niñas, cierre de escuelas… 

La apariencia ha evolucionado, el discurso es más suave, pero la sustancia permanece inalterable. 

  • Profesora en la Universidad Católica de Lovaina
  • Este artículo se ha publicado originalmente en el digital francés The Conversation para ser su contribución al Foro Mundial Normadía por la Paz, organizado por la región normanda los días 30 de septiembre y 1 de octubre 2021.
  • Traducción de Mercedes Arancibia

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