Eslovenia ha sido desde sus orígenes un lugar de entrecruzamiento de rutas y culturas. Por ser fronterizo con Italia, Croacia, Hungría, Austria y el mar Adriático, su esencia se forja en relación a las rutas y a los pueblos que transitan su territorio. Pertenece a la región de los países balcánicos, formó parte de la República Federal Socialista de Yugoslavia y fue el primer país en independizarse al declararse República de Eslovenia el 25 de junio de 1991.
«Vivimos contentos esta realidad de ser libres y con nuevas posibilidades», me expresa una maestra.
En tiempos prehistóricos, la región, formó parte de la cultura Halstatt, luego, se asoció al Imperio Romano, que tenía especial interés en su hierro; Emona, la actual capital Lubliana, ya tenía influencia en la época romana, y el territorio era puente entre oeste, este, norte y sur.
Los eslavos llegaron tardiamente, hacia el siglo sexto, se cristianizaron con el apoyo de los bávaros, consolidándose así la región llamada Carantania que más tarde se unió al reino de los francos manteniendo su príncipe y su ley. En el siglo catorce formó parte del Imperio Austrohúngaro, durante el siglo veinte fueron parte de Yugoslavia, hasta constituirse en un país independiente.
Actualmente, son parte de la Unión Europea y el euro es moneda oficial. Su economía se desarrolla con un ritmo de crecimiento favorable. Hay una expansión turística, gracias al flujo que reciben de Croacia, han comprendido que el turismo es una industria positiva, y tratan de consolidarla como importante fuente de ingresos.
Para conocer, mejor el país, optamos por visitarlo en automóvil, ya que Eslovenia decretó el fin de la pandemia manteniendo el protocolo de la mascarilla.
En el cruce fronterizo, llevando el pasaporte, el test PCR o la carta de vacunación el trámite es simple, sin complicación salvo una breve espera.
Al entrar al territorio, nos recibe una buena carretera y un paisaje de colinas y campos cultivados con pequeños poblados rurales. Pasamos a vuelo de pájaro por Novo Mesto, una bella ciudad a la vera del río Krka, para seguir rumbo a la capital: Liubliana.
Lubliana es una típica urbe europea, que conserva su tradición histórica y a la vez se proyecta como metrópoli cosmopolita, moderna y dinámica. Sorprende su gran actividad cultural y universitaria, ya que tiene tres universidades de importancia: Liubliana, Maribor y Primorska. La universidad de Liubliana está entre las quinientas mejores del mundo. Cabe destacar que la educación de Eslovenia ocupa la posición doce en el mundo siendo, por otra parte, un país totalmente alfabetizado.
El emblema de la ciudad es su castillo, que se reconoce desde lejos al entrar en la ciudad y que subimos a conocer, puesto que se encuentra en una colina. Es un castillo medieval, restaurado con sus murallas. La gran sala palaciega está hoy dedicada a exposiciones, la torre es especialmente interesante porque tiene una vista panorámica de la ciudad. Adosada a la torre, se encuentra la Capilla de San Jorge y la prisión con los calabozos conservados de la época de los Habsburgo. En la parte alta hay un salón que presenta una breve historia de Eslovenia, tal vez demasiado sucinta pero que, según me explicaba la curadora es una síntesis museográfica.
El castillo es hoy un gran centro cultural donde se asiste a funciones de teatro, de cine, exposiciones, conciertos, danza y variados eventos, es también una experiencia donde confluye pasado y presente y un lugar de encuentro por su cafetería y restaurante.
Al bajar decidimos visitar la catedral de San Nicolás levantada sobre los cimientos de una iglesia románica. Recién en 1701, el arquitecto jesuita Andrea Pozzo diseñó la catedral que hoy vemos, de estilo barroco. Igualmente interesante es la iglesia franciscana de la Anunciación junto al río que cruza la ciudad. El monasterio franciscano guarda una importante biblioteca con incunables y manuscritos medievales. Puede hecerse el circuito de iglesias del período barroco como la Iglesia de San Florián, la Iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia y la de las Ursulinas, entre otras.
Otro atractivo de la ciudad es el puente de los dragones, sobre el río Ljubljanica, restaurado en el siglo diecinueve, remodelado durante el Imperio Austrohúngaro en estilo de la Secesión de Viena (importante movimiento de vanguardia), donde las balaustradas fueron rematadas por dragones. Según me dijera un eslovenio que me dio indicaciones sobre la ciudad, hay una leyenda sobre esos dragones pero no pude verificarlo. En cambio, si es verificable la presencia romana a través del Foro, del cual quedan vestigios y un cementerio romano.
Las universidades le dan un aire estudiantil y refuerzan la imagen de una ciudad de jóvenes y de estudio. En general, el eslovenio es amable y le gusta que visiten su país. Cuando le pregunté a un joven universitario qué se sentía sabiendo que la ex primera dama de Estados Unidos Melanie Trump era eslovenia, me contestó sin asombrarse: «en Eslovenia hay muchas muchachas guapas».
Fue interesante conocer (con máscara) el Museo Nacional, que plasma la historia de los eslovenos ; la Galería Nacional, que reúne una buena colección de arte desde el medioevo hasta el siglo veinte. Entre los pintores destacados de Eslovenia se encuentra el artista impresionista Ivan Grohar y una relevante pintora realista, Ivana Kobilka.
Sorprende la actividad musical de la capital, el bello edificio de la Opera, el Teatro dramático y la Filarmónica de Eslovenia, además de los numerosos recitales y conciertos que se ofrecen. Son famosos los Festivales Internacionales de Músicas Alternativas y Étnicas y el Festival Internacional de Verano que atrae numerosos turistas, como asimismo el Maratón Internacional que, desde 1996, presenta corredores de todo el mundo, sin olvidar a los famosos esquiadores, como la joven Tina Maze.
La naturaleza es la gran protagonista de esta nación orgullosa de su presente, puesto que por donde uno mira hay extensas forestas y montañas elevadas, como el famoso Monte Triglav en los alpes Julianos, ya que el país se encuentra rodeado por los Alpes, playas y rincones salvajes que dialogan con sembradíos prolijos y apacibles.
Atravesar Eslovenia en auto es sentir el hechizo de ese paisaje verde, con los manchones rojos de los techos de las casas campesinas, prolijamente dispuestas y alegradas con flores, presidiendo los cultivos.
Por otra parte, Eslovenia tiene tres puertos con salida al Mar Adriático: el encantador puerto de Izola, el de Piran y el más comercial, el puerto de Koper.
A Eslovenia no le falta nada, bucólicos paisajes, forestas y montañas, playas, historia, música, arte y una floreciente economía, con solo dos millones y medio de habitantes. Sin embargo, su crecimiento demográfico parece detenido…
«Tal vez falten mas niños», me dijo una abuela mientras cuidaba a su pequeña nieta, «para alegrarnos en esta vida de paz y de trabajo. Nos gusta que nos visiten porque seguimos siendo un país de cruce de caminos, de culturas y de vidas».
Nos despedimos de Eslovenia con la sensación de que la grandeza de una nación no está en su tamaño geográfico, sino en el alma de su pueblo.