Vladímir Makanin (1937-2017), escritor ruso, calificó al ajedrez como «la primera pasión de mi vida». Ese amor por los 64 escaques provocó que estudiara matemáticas.
Así, en unas declaraciones señalaba: «me apasionaba el ajedrez… Empecé a perder la vista porque estaba todo el día estudiando, y cuando cerraba los libros de texto me ponía a jugar, y luego me pasaba las noches repasando las partidas… Tuve que abandonar el ajedrez, y todavía ahora si me paso leyendo tengo problemas…»
«A mí, en tanto que individuo, no me formó la universidad sino los años transcurridos en la escuela, el tiempo que pasé jugando al ajedrez. De niño, jugaba con mis tíos mayores. Dos o tres movimientos antes de perder la partida, mi tío se ponía a sudar, a removerse en la silla, a fumar (en aquel entonces todavía se podía fumar en los torneos), mientras que yo, un chaval, permanecía tranquilo y me regocijaba en silencio. (…) Y en el ajedrez, antes que nada, hay mucha lucha. Y concisión de pensamiento. Y filosofía».
El escritor ruso, en una entrevista, también estableció un símil entre literatura y ajedrez: «Ganar con las blancas es como escribir emulando a alguien, es demasiado fácil sumar puntos».
Y añade posteriormente: «Pero cuando escribes un relato o una novela moviéndote en un espacio no trillado y con nuevos tipos de héroes es como si jugaras con las negras. Y, en este caso, no se puede pensar en la victoria, quererla enseguida… No, tienes que comprometerte con la posición de las piezas no para ganar sino para que algo mágico, algo único de tí se pierda en el tablero de ajedrez».
También citó en cierta ocasión una frase que adjudicaba a Alexandre Alekhine (1892-1946): «Recurriré de nuevo al ajedrez» añadiendo la frase adjudicada al que fuera campeón del mundo: «Para jugar realmente bien, necesitas poder ganar con las negras».
Lo cierto es que he buscado si Alekhine dijo exactamente esa frase y, salvo error u omisión involuntario por mi parte, y que me corrija o aporte un dato nuevo algún amable lector, no he encontrado referencia alguna.
La más parecida a ese pensamiento la pronunció Efim Bogoljubov (1889-1952): «Si juego con blancas yo gano porque tengo el primer movimiento. Cuando juego con negras, también, porque soy Bogoljubov».
Pero volviendo a las alusiones ajedrecísticas de Makanin, citaba: «Aquí se puede aplicar, por ejemplo, una famosa regla del pensamiento muy certera: la amenaza es más fuerte que el hecho de que ésta se haga realidad», sosteniendo que: «Basta con que una pieza presione en una posición, que amenace (sólo eso), y el adversario, por sí solo, dará un paso en falso».
Realmente este pensamiento evoca otra frase de un ajedrecista, en este caso, Aron Nimzowitsch (1886-1935) quien, en realidad, dijo algo muy parecido, «en ajedrez, la amenaza de una jugada es más fuerte que su ejecución».
Curiosamente luego la popularizó y la adaptó el que fuera luego campeón del mundo, su compatriota Anatoli Karpov, «la amenaza de la derrota es más terrible que la derrota misma».
También en otra entrevista en un medio ruso, el escritor vuelve a la dicotomía entre blancas y negras: «Hay a quien le gusta jugar con blancas y a otros con negras, las blancas juegan de forma dinámica, las negras deben defender, sin prisas, lentamente porque un paso irreflexivo conduce a la pérdida».
Cuándo se le pregunta si su vida fuera una partida de ajedrez, con qué prefiere jugar, con blancas o negras, responde que con ambas, «la elección es difícil, las blancas juegan para ganar, las negras para empatar» pero se pregunta, «¿sería interesante para mí ganar con negras? No, espero a cambiar de color».
Asimismo hace una comparativa musical, «con blancas es como tocar un recital de piano en una pequeña sala, con negras es música sinfónica».
En su obra, aunque lógicamente no la ha leído completa, no hay referencias explícitas al ajedrez, excepto en un pequeño relato titulado ‘Un cuento logrado de amor’, al inicio cita al describir varios letreros en un viejo edificio de Moscú, «y en diagonal lucía una frase alegre muy reciente ‘Jugamos al ajedrez’», lo que refleja, sin duda, con esta simple línea la alegría que le produce al autor enfrentarse ante los 64 escaques.
Finalmente, habría que recordar la frase de otro escritor ruso, Ivan Turgueniev (1818-1883), «el ajedrez es una necesidad tan imperiosa como la literatura».
Biografía
Vladímir Makanin nació en Orsk, en 1937. Estudió matemáticas en la Universidad Estatal de Moscú y dio clases en varios institutos superiores. Publicó su primera novela, Línea recta, en 1965, de la que dijo, «puse todo en su lugar como piezas de ajedrez», llegando a las treinta títulos entre relatos y novelas. No entró en la Unión de Escritores de la Unión Soviética hasta 1985.
Su obra se popularizó y fue traducida a partir de los años noventa. Falleció en 2017 a los ochenta años. Como curiosidad expresó siempre su admiración «como héroe literario» por Don Quijote.
Entre sus premios, el Booker (1993), el Pushkin (1998) por el conjunto de su obra, Premio Estatal Gran Libro de Rusia (1999), Premio Penne en Italia (2001), Premio Austríaco de Literatura Europea (2012) por toda su obra y el Premio Literario Yasnaya Polyana (2016) por la mejor novela escrita en ruso.
En español se pueden encontrar: Un río de rápida corriente (Alfaguara, 1988), Solo y sola (Alfaguara, 1989), El pasadizo (Siruela, 1992), El profeta (Alfaguara, 1987, reeditada en 2011 por la editorial Marbot). Además, El prisionero del Cáucaso y otros relatos y Asán (ambas en Acantilado, 2011 y 2015, respectivamente).
El prisionero del Cáucaso es el título también de los poemas de Aleksandr Pushkin (1799-1837) quien lo escribió en 1821 y de Mijail Lermontov (1814-1841) quien, asimismo, lo realizó en 1828.
Finalmente, Lev Tolstoi (1828-1910) escribió también el cuento ‘El prisionero del Cáucaso’ en 1872. Además de esta coincidencia en el título de una obra, se encuentra otra, ambos fueron grandes aficionados al ajedrez.
Se da la circunstancia que El prisionero del Cáucaso fue llevada al cine por el georgiano Giorgi Kalatozishvili (1929-1984) en 1977 y hay otra versión, una coproducción ruso-kazaja, dirigida por Sergei Vladimirovich Bodrov, ya en 1996 que consiguió el premio en el festival de Cannes. Ambas siguen el relato de Tolstoi.
Pero el relato de Makanin también se llevó a la gran pantalla, siendo además su guionista. Fue estrenada en San Petersburgo en 2008, por el director Alexéi Uchitel, con coproducción ruso-búlgara, bajo el título de ‘Cautivo’. La película fue premiada al mejor director en el 43 festival internacional de Cine de Karlovy Vary, en Chequia.