Y no lo dice un escribano de andar por casa, sino toda una autoridad en la materia, como es Lola Pons Rodríguez, catedrática de lengua en la Universidad de Sevilla y autora del libro «Una lengua muy muy larga», entre otros varios dedicados a explicar cómo nos entendemos los hispanohablantes de uno y otro lado del charco, gracias a que en el año 218 a. C. los romanos, aparecieran por estas tierras ibéricas hablando y escribiendo en latín, de donde descendemos como lengua romance en latín vulgar junto a otras lenguas vecinas, como son el italiano, rumano, francés o portugués.
El citado libro tiene muchas ventajas para cualquier lector interesado. En primer lugar, está escrito por toda una autoridad en la materia. Por otra parte, enseña cosas desde la óptica del humor, una situación que nos acerca la sonrisa, que viene a ser la distancia más corta entre las personas. Y finalmente penetramos a través de sus páginas en unas historias difíciles de imaginar, pero que existieron a la hora de conformarnos como sociedad idiomática, en un momento en el que el idioma español, según el último informe de Instituto Cervantes, es hablado por unos 580 millones de personas en el mundo.
El subtítulo del libro ya nos aclara por dónde van a ir los tiros en esta lección sobre el pasado y presente de nuestra lengua común: «Más de cien historias curiosas sobre el español». Y tan curiosas, según vamos viendo conforme avanzan las páginas, teniendo en cuenta que este idioma que algunos llaman de Cervantes se habla en más de veinte países en el mundo, es un corpus vivo y por lo tanto en constante evolución, con palabras que ya existían, otras que nacen, viven, perduran o se olvidan.
Según Lola Pons, hay tres grandes momentos que han influido en la evolución de nuestro idioma, además del ya comentado de la llegada de los romanos que además de calzadas, puentes, viaductos, leyes, también nos trajeron una lengua común que acabó imponiéndose a las prerrománicas hasta entonces existentes.
El primero tuvo lugar en el siglo trece, época del reinado de Alfonso X, un rey «que apoyó decididamente la escritura en castellano de textos científicos, legislativos y administrativos». El segundo momento nos acerca a los siglos dieciséis y diecisiete, el llamado Siglo de Oro en la literatura, con escritores de la talla de Lope de Vega, Quevedo, Cervantes o Garcilaso, entre otros. Fue un tiempo en el que al español le cambió la cara, desapareciendo sonidos medievales y surgiendo sonidos nuevos, siendo los hablantes de entonces los propios protagonistas.
Y el último gran momento de nuestra lengua nos lleva al siglo dieciocho, con la creación de la Real Academia Española, la famosa RAE. «Será la primera vez que haya un intento desde arriba de establecer normas para el español». El fundador junto a otros sería el marqués de Villena, quien fuera virrey de Nápoles y a su regreso, junto a gente ilustrada, fundaría dicha RAE, poniéndole el lema de Limpia, fija y da esplendor, ya que los seguidores de Góngora llenaban páginas y páginas de frases oscuras y rebuscadas, por lo que había que limpiar…
Resultando imposible resumir en un par de folios las 287 páginas de «Una lengua muy muy larga», merece la pena señalar al menos algunas de las materias tratadas en el libro, como son, entre otras: el cambio de ph por f, una k tako de arkaika, porque ya la utilizaban los griegos; los signos de ortografía, por qué en unas partes nos tratamos de usted y en otras de vos. Los ladrones han sido como un tesoro para nuestra lengua, debido a que hemos tenido muchos a lo largo de la historia. Vean algunos términos para definirlos, según la «especialidad»: butronero, bajamano, motochorro, tironero, caletero, descuidero, ratero, cangallero, carterista, cicatero, aguador, perista, lince…
También conoceremos cómo un rey pudo ser sabio y burro al mismo tiempo en un cartel, o las cosas que se aprenden leyendo manuscritos, o por qué se abreviaban las palabras (para ahorrar tinta). María Molinar, su inmenso trabajo y su famoso diccionario, la tristeza de un judío sefardí porque nadie habla su lengua, largamente centenaria, por qué se inventaron las minúsculas, ya que en latín todo eran mayúsculas, por qué los hispanohablantes utilizamos b o v según el país en que vivamos, y otras muchas historias.
A través de Argentina entraron al idioma español muchos italianismos hoy de curso legal, como son grapa, valija, bagayo, laburo, entre otras. Del Perú tenemos cancha, caucho, chirimoya, pampa, papa o puma. Del japonés ya usamos como la cosa más normal términos como samurái, bonsái, yudo, haraquiri, soja, tsunami.
Hoy todos queremos tener unos dientes perfectos, pero según el Diccionario de Autoridades de 1732, los dientes servían «para cortar y moler el manjar». Gente práctica, ya que lo importante era tener algo que llevarse a la boca, y poder molerlo…