En una finca se reúnen mamá, sus increíbles (alguno hasta literalmente) hijos y su fabulosa nuera. Todos ellos hace tiempo que no se ven.
Llevan tiempo sin verse y necesitan hacerlo para contar y contarse, para decir y decirse, para dar la cara y para darse la vuelta, pero como si un texto de Chejov lo hubiera reescrito Lubitsch y hubiera ido a parar a manos de Marcos Fernández Alonso, lo que se dice, se cuenta y se mira aquí, es más; mucho más. Todo eso y más… ¡familia!
Sí es verdad que van a conversar entre ellos, pero hablan para sí, se van a dejar con la palabra en la boca y con la boca llena de palabras. Se van a tomar la medida y se van a cambiar el paso. Se van a tomar al pie de la letra y a ponerle otra letra al pie. Se conocen y se reconocen, claro, por eso son familia y por eso tensan la cuerda y nunca la acaban de romper, y por eso se miran con la escafandra a calzón quitado para apostillarse, contradecirse y no dejar de quitarse la razón.
Antonio Romero borda a uno de los hijos que, dubitativo y desconcertado, quejumbroso y determinado, se intenta construir una identidad a golpe de voluntad, tambaleos y buenos deseos. Marcos Fernández Alonso es su hermano, quien intenta recuperar la identidad que una vez tuvo haciendo chas para que aparezca a su lado. Entre ambos Maya Reyes, la mujer del primero, refulge dulce, conciliadora y realista, mientras todos se estrellan contra una extraordinaria María Segalerva, una madre y muy señora mía, que no está dispuesta a que la carne de su carne y la sangre de su sangre le desbarate la obra de una vida y le plaguen de botritis y antracnosis (sean éstos lo que fueren) su reluciente Jardín del Edén.
Y, así, estos Cuatro Fantásticos, despliegan toda su complicidad (que es mucha), se sintonizan en la misma frecuencia y se convierten en una Hidra de Cuatro Cabezas, y entregan una función tan deliciosa como inteligente, tan equilibrada como armoniosa, tan brillante como contenida en la que se dedican a, juntos, actuar e interactuar, a llevarse y a traerse, a centrase y a descentrarse y, sobre todo, a jugar (con primeras, segundas y hasta terceras) al tulalallevas, al pañuelo y, especialmente, al tirayafloja. Y, mientras tanto, en el escenario se va creando Magia -no trucos, Magia de verdad y en mayúsculas- como si, sin ir más lejos, un peral entrase por la ventana. Nada más y nada menos.
Luis de Luis, crítico de teatro
Teatro Lara, Corredera Baja de San Pablo, 15. Madrid.
Sábados y domingos a las 19 horas.
Equipo artístico y técnico
Reparto
Antonio Romero
María Segalerva
Maya Reyes
Marcos Fernández
Luces: Juanjo Hernández y Juan José Medinilla
Vestuario y escenografía: Itziar Hernando
Texto y dirección: Marcos Fernández Alonso
Compañía: Nueve Norte