Ha sido este pasado lunes de Pascua (6 de abril de 2021) cuando Dario Franceschini ha firmado el decreto por el que queda oficialmente abolida la censura cinematográfica en Italia, siempre representada por unas tijeras que, desde «Rocco y sus hermanos» hasta «El último tango en París», pasando por todas las películas que llevaban la firma de Pasolini, significaba los cortes de toda índole –política, moral o religiosa- a que podían verse sometidas las creaciones de los realizadores italianos desde 1914 hasta ayer mismo.
Muy pocos de los «grandes» escaparon en su día a la censura. A partir de ahora nadie podrá «prohibir, condicionar, cortar o modificar» una película.
Lo que significa que ya nadie, persona u organismo, podrá como en el pasado pedir cortes o modificaciones ni conseguir prohibiciones de exhibición como, por ejemplo, fue el caso de la película de 1955 «Totó e Carolina», realizada por Mario Monicelli, bloqueada por la censura durante dos años y estrenada después con ochenta cortes por «infracciones contra las fuerzas del órden»; o, en 1972, «El último tango en París», de Bernardo Bertolucci, condenado por «pansexualismo agravado» y privado de sus derechos civiles durante cinco años, película de la que se destruyeron todas las copias, excepto tres que se han conservado en la Cinemateca Nacional.
En lugar de las «tijeras», el ministerio de Cultura ha creado una Comisión para fijar las franjas de edad recomendadas para cada película, compuesta por cuarenta personas que van desde expertos del sector cinematográfico y de la protección de menores hasta miembros de asociaciones de padres y grupos de defensa de los animales.
Según un trabajo desarrollado por Cinecensura, una exposición virtual patrocinada por el el mismo Ministerio de Cultura, 274 películas italianas, 130 estadounidenses y 321 procedentes del resto de países del mundo fueron censuradas, prohibiéndose su exhibición en Italia, desde 1944; otras más de diez mil se estrenaron en los cines después de sufrir cortes y modificaciones lo que, a juicio del realizador Pupi Avati, a quien en 1975 censuraron la película satírica «Bordella», «las hacía más atractivas, sobre todo en el terreno erótico, suscitando la curiosidad del público. En cambio, no se censuraban las películas por su violencia».
Para algunos observadores, a lo largo de un siglo la censura acabó originando una especie de oportunismo: guionistas y realizadores intentaban evitarla para conseguir las subvenciones estatales.
El último caso importante de censura se remonta a 1998 y fue la película «Totó que vivió dos veces», del dúo de realizadores Daniele Ciprì y Franco Marescoest, que transcurre en un Palermo «monstruoso y apocalíptico plagado de personajes grotescos y blasfematorios», censurada a causa de las denuncias efectuadas por diversos medios católicos.