Si la semana pasada escribía yo como antesala de los Premios Goya acerca de la delicada situación laboral, y sobre todo económica, de una parte muy importante de las gentes del cine y la televisión, que ayunos de ingresos las están pasando canutas, refiriéndome a la otra cara de esa moneda llamada artisteo o farándula, en esta ocasión deseo ocuparme de la semblanza de un actor, un gran actor, que ha dado muestras de saber hacer, estar, interpretar, al tiempo que de una humanidad que es de agradecer.
Me refiero a Antonio, Banderas, quien fue el maestro de ceremonias de la entrega de los cabezones en la 35 edición de los Premios Goya, junto a María Casado. En un acto tan difícil de llevar a cabo, con los nominados repartidos por toda la geografía, con conexión de intervenciones y cámaras simultáneas, amén de música, intervenciones, creo que Banderas supo ser, una vez más, ese gran actor que siempre ha sido. Y el hecho de hacerse cargo de esta edición en su propio teatro de Málaga, el Soho Caixabank, con todo lo que ello suponía son palabras mayores; tanto, que un crítico del género, ligero de teclas y lenguaraz en ocasiones, ha escrito cosas como estas: «El posibilismo y Banderas superan el ´gran marrón’».
Premios aparte, sobre los que ya se han escrito cientos de páginas, me quedo con una de las intervenciones del director de ceremonias que tal vez haya pasado inadvertida, pero que si embargo significa mucho para esta profesión, de la que formo parte. Se refirió Banderas en un momento dado a cómo es por dentro el mundo del cine, de la televisión, del que sólo se conoce la espuma que sobresale, pero que además de la purpurina encierra otros cuerpos opacos que no está de más conocer.
Habló de la industria en sí, de los rodajes por dentro, diciendo que todo ello es una labor de equipo, en el que participan muchas otras personas, además de las estrellas protagonistas, como pueden ser los técnicos de sonido, de luces, cámaras, fotógrafos, maquilladores, etcétera. Únase a todo ellos el resto de los actores, actrices en sus papeles, grandes o pequeños, y podrá comprenderse la dimensión de las palabras de un actor que, siendo una primera figura, podría haberlas obviado…
Por lo que al que suscribe respecta, diré que he tenido la suerte de trabajar con Antonio Banderas en la última película que ha rodado, «Competencia oficial», junto a Penélope Cruz, y de ahí mi agradecimiento por sus palabras en el Teatro Soho malagueño, acordándose de los demás. A estas alturas de mi vida soy lo que técnicamente se denomina por convenio del gremio como «actor de pequeñas partes», palabras que lo vienen a decir todo, si bien no pierdo la esperanza, como todo el mundo, de que algún día llegue el papel siempre soñado.
Metidos en harina, diré que estuvimos a finales del pasado año durante tres noches trabajando en el rodaje de la película «Competencia oficial» en el pueblo de El Escorial, con un frío del carajo, debido a la inclemencia de la temperatura en la sierra madrileña, aunque afortunadamente dispusimos de mantas para la ocasión. Mi papel a interpretar, según el guión, fue el de «un señor elegante sentado en una silla de ruedas»; eso sí, la silla era eléctrica, me advirtieron, para poder moverme por el plató con soltura. Y así estuve las tres noches, viviendo en la ficción lo que otros muchos tienen que vivir en la vida real: estar sentado en una silla de ruedas, aprender a manejarla, moverse con soltura, al ser ese mi cometido. He de decir que cuando uno lleva bastante camino andado, y después de haber interpretado a personajes como a Franco en la televisión, y a Dios en el teatro, pocos papeles te cogen de sorpresa…
Antonio Banderas, junto al resto del elenco estaba allí, rodando, entre todos, actores, técnicos, como uno más, repitiendo una escena cuantas veces fuesen necesarias. Un tipo con el que tuve ocasión de hablar en algún momento, por lo que me pareció una gran persona, humilde, sin subírsele el pavo a la cabeza, como de vez en cuando suele sucederle a algún divo en esta profesión…
Por eso quiero agradecerte, maestro, desde mi silla de de ruedas, las palabras que pronunciaste en la ceremonia de los Premios Goya al referirte a la labor en equipo en esta profesión, en la que cada cual pone su parte, pero que, por pequeña que sea, resulta indispensable para un buen producto final.