Han pasado cuarenta años de aquel que fuera un mal sueño, y algunos lo recordamos al formar parte de nuestra historia, de nuestras vidas. Y ello porque aquel 23 de febrero de 1981 los españoles estuvimos a punto de perder lo que durante tanto tiempo habíamos ansiado, como era la democracia, la libertad de la que disfrutábamos, prohibida durante cuarenta años por la dictadura del Régimen dictatorial franquista. 

Lo que no podíamos imaginar, aunque sí intuíamos algunos lo que se avecinaba tras los anteriores escarceos de la conocida como Operación Galaxia, aquella que sería un a modo de ensayo años atrás, sucedió en esa fatídica fecha conocida como 23-F:  a las seis y media de la tarde, y con el asalto al Congreso de los Diputados, comenzaría lo que iba a ser un golpe de Estado en toda regla comandado por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, al mando de 288 guardias civiles y 113 militares de la División Acorazada Brunete que había aportado el militar Ricardo Pardo Zancada. Como rehenes, el Gobierno en pleno y los 350 diputados representantes del país y de la democracia que hacía pocos años habíamos conquistado.

Empuñando su pistola, desafiante, el golpista Tejero se dirige a los presentes  conminándoles tajante: «¡Alto! ¡Todo el mundo quieto! ¡Al suelo todo el mundo!». Al no hacerle caso en un primer momento, un grupo de guardias civiles entró  corriendo en el hemiciclo disparando hacia el techo, y cerca de cincuenta proyectiles impactan en la bóveda. Tras los disparos sí se tirarán al suelo, presagiando lo peor, como podía ser el fin de sus vidas. Todos menos uno: el diputado Santiago Carrillo, quien presagiando su final, se queda sentado en su asiento, consciente de que al parecer la suerte estaba echada para él. Más tarde le diría al diputado José Bono unas palabras que dan la talla de su valentía: «Un secretario general del Partido Comunista de España no puede morir así». Otro diputado, Manuel Fraga Iribarne, harto de la situación, en un momento dado se dirigió a los asaltantes conminándoles: «Ya no aguanto más. Dispárenme a mí»… 

Hay momentos que serán muy tensos entre los 350 diputados secuestrados, temiendo, como temían, lo peor, al estar siendo amenazados por las armas. Uno de ellos es cuando el jefe de la intentona, Tejero, se lleva a Adolfo Suárez, y a continuación guardias civiles sacan también del Salón de Plenos del Congreso a diputados como Felipe González, Alfonso Guerra, Gutiérrez Mellado, Agustín Rodríguez Sahagún y Santiago Carrillo. Según consta en el acta de la Mesa del Congreso, «En ese momento se produce en la Cámara un grave silencio». No era para menos, por lo que estaban viviendo…

Fueron dieciocho las horas que duró la intentona de golpe de Estado por parte de los asaltantes, que esperaban que diversas regiones militares se unieran a la intentona para cambiar el rumbo democrático de España. Pero solamente la siguió el general Milans del Bosch, quien declararía el estado de guerra en la región militar de Valencia, bajo sus órdenes. 

Resulta curioso resaltar que los asaltantes, además de golpistas, se comportaron aquella noche como unos auténticos chorizos, ya que esquilmaron y saquearon todo lo que encontraron a su paso en el Congreso, en cuanto a bebidas se refiere. El consejo de guerra, además de a las penas correspondientes, condenó a los golpistas a pagar algo más de un millón de pesetas por los daños causados, y rápidamente el diario ultraderechista El Alcázar anunciaría una colecta de cara a recaudar dicho dinero. Era la España de 1981, que a algunos nos tocó vivir hace cuarenta años. Por suerte para la democracia, y para la profesión periodística, otro diario defendería al día siguiente en primera página la democracia que tanto necesitábamos, con este título: «El País, con la Constitución». 

Cuarenta años después, recuerdo ahora dos vivencias propias en torno a aquellas fechas que acuden hoy a mi memoria: la primera fue que el día anterior al golpe había habido una reunión de periodistas y gentes del sector de las artes gráficas del sindicato UGT en la calle Barquillo, de Madrid, y al enterarnos del golpe de Estado hubo que romper rápidamente documentos, o esconderlos, por lo que pudiera pasar. La otra fue que en los carnavales más cercanos a la fecha, estando en una fiesta de disfraces en el pueblo de El Pardo, observé cómo con toda naturalidad el disfraz que más abundaba era el de Tejero pistola en mano danzando en la pista mientras algunos gritaban alegremente: “¡Todos al suelo, esto es un asalto!”… Es decir, que había mucha gente que había estado de acuerdo con el golpe…  

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha siete libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», «Memoria Histórica. Para que no se olvide» y «Una Transición de risa». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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