Rocío Molina ha dado un paso de gigante en su carrera con «Al fondo riela», un trabajo de experimentación de su cuerpo de bailarina, escuchándole, coordinándole con cada nota. Hemos seguido este proceso desde el «Impulso» que vimos en el Festival Flamenco de Nîmes 2019 en el Teatro Odeón acompañada de la guitarra del gran Rafael Riqueni.
La culminación del experimento que hemos visto ahora en los Teatros del Canal, tuvo su estreno en el Teatro Central de Sevilla en la pasada Bienal 2020. «Uno» de nuevo con Riqueni y «Al fondo riela» (lo otro de «Uno») con las guitarras de Eduardo Trasierra y de Yerai Cortés, que completa el segundo tramo de su «Trilogía sobre la guitarra».
Con «Al fondo riela» hemos comprendido mejor aquel «Impulso» que era como un proceso abierto a cualquier continuación. Si «Impulso» nos dejó con cierta perplejidad en aquel momento, con «Al fondo riela» hemos disfrutado de un estudio en profundidad de la diversidad en una sola persona, Rocío Molina.
Ciertamente «Al fondo riela» es un culmen del estudio sobre sí misma con un resultado state of the arts. Y es que desde que ‘cayó del cielo’ la trayectoria de Rocío tenía necesariamente que seguir por el camino de la introspección, de llegar hasta el fondo del auto conocimiento. Y a partir de ahora, ¿Quo vadis, Rocío? ¿A dónde vas, Rocío?
Siempre he dicho y me mantengo en ello que lo más importante en una obra plástica es la belleza. En «Al fondo riela» está plenamente conseguida con algo tan grande y al mismo tiempo tan minimalista como dos guitarras y una bailarina/bailaora. Estudios sobre la guitarra, estudio sobre un cuerpo privilegiado por años de auto disciplina.
Todo tiene protagonismo absoluto en «Al fondo riela», cuya puesta en escena es crucial. Aquí entra de lleno un onirismo casi freudiano, dirigido a la subjetividad de cada espectador. El espectador decide lo que ve, lo que percibe. Un onirismo en un mundo de sombras que no inquieta en ningún momento. El lago/espejo que refleja los movimientos de Rocío. Los fondos de pantalla, que pueden ser olas oceánicas, superficies rocosas casi lunares, cielos cambiantes, incluso un tornado (o quizá para otros otra cosa).
No es posible penetrar en los significados últimos que todos estos elementos tienen para Rocío, aunque ella trata de ayudar con esta descripción: «Intento callar el ruido para recuperar el sonido, silenciar lo sabido para que el movimiento resurja auténtico, vaciar de artificio para que lo esencial recobre el poder de llenar, olvidar lo aprendido para recordar lo presente». Ayuda, pero queda por saber lo que su conciencia íntima esconde. El desarrollo continúa.
Contribuye a este onirismo la guitarra de Eduardo Trasierra que llega hasta la sublimación en armónico contraste con la ‘ingenuidad bachiana’ de Yerai Cortés. Solos y duetos. Entre los dos alcanzan un efecto polifónico nada fácil, también fruto de una experimentación en busca de una identidad diversa, no habitual en la guitarra flamenca. Y es que todo es novedad, hermosa novedad en este proyecto.
Todo ello en un recorrido musical y dancístico por los antecedentes e integraciones en el flamenco hasta llegar a una magistral seguiriya. En los principios, ella riela sobre el lago/espejo con esos movimientos lentos de su danza, como recreándose en cada vibración corporal y en cada nota musical. Una gradación ‘in crescendo’ de músicas y danza hasta culminar en zapateados que suenan a llamadas a la conciencia y no solo a la de la artista. Zapateados que van más allá de la percusión, que son pura música y armonía. Hay casi al final, un efecto silueta de Rocío sobre el fondo de pantalla que permanece en una calma que llega hasta cualquier fondo: alma, conciencia, ser, onirismo perfecto.
El vestuario de Rocío en los Teatros del Canal, muy mejorado sobre el que llevó en la Bienal, es otro elemento de protagonismo absoluto. Rielando de negro, después con negra bata de cola y un elegante sombrero que casi actúa como máscara, y finalmente con ese estampado en tonos rojos y negro para reflejar el final de este segundo proceso de su trilogía de amor con la guitarra. Nos hubiera gustado conocer los autores de diseños de vestuario, iluminación, dirección musical y artística. Y si todo es obra de Rocío, también.
Rocío ha conseguido una verdadera declaración de amor de su danza con la guitarra en conjunción admirable. Eduardo Trasierra y Yerai Cortés han captado maravillosamente el espíritu de «Al fondo riela».
Para volver a verlo mil veces. Dondequiera que vaya Rocío está en un camino de regreso al cielo.