Sílvia Pérez Cruz, el género imposible y la imperfección que nos define

Alicia Población

Sílvia Pérez Cruz hizo un concierto presentación de su nuevo disco FARSA (género imposible) en el teatro Coliseum de Madrid el pasado miércoles 27 de enero de 2021. La acompañaban en el escenario Mario Mas, a la guitarra, Aleix Tobias con la percusión y batería, Bori Albero en el contrabajo, el pianista Marco Mezquida y el violinista Carlos Monforte.

Seis músicos en escena más un impresionante set de instrumentos, desde el piano de cola y el teclado que tocaba Mezquida hasta el pequeño mundo de sonidos percusivos que rodeaba a Tobias.

El concierto presentaba el nuevo disco de la cantante catalana, FARSA (género imposible), que vio retrasado su lanzamiento debido a las restricciones de la pandemia. En una entrevista, Sílvia Pérez Cruz cuenta que los temas del disco son un diálogo interdisciplinar tejido a partir del contacto establecido con otras disciplinas artísticas, como son el cine, el teatro, la poesía o la danza: «Trata de mostrar la diferencia entre lo que enseñamos y lo que somos», dice, «Todos somos algo de esa máscara que llevamos puesta».

Buscando esa imperfección que nos define, el concierto empezó en oscuro y nos fue despertando con los pizzicatos del violín, que revelaban ya los primeros destellos de la magia que se avecinaba. Al llegar el tercer tema el escenario se convirtió en una especie de aquelarre en el que los efectos sonoros, logrados a través de pedaleras y loopeadoras, y los luminosos, con focos que se dirigían directamente al público, sumieron a la audiencia en un ambiente fantástico, propio de algún cuento de los hermanos Grimm.

Las atmósferas que creaba la banda iban desde lo más delicado del sonido, rozando el limbo del silencio, hasta la cascada que hacía temblar el asiento, como pasó en uno de los últimos temas, en el que el sonido que llegaba al patio de butacas se convirtió en una sensación física que llegaba más allá de la piel.

Mezquida destacó con esas notas escondidas que emergían justo en el momento preciso, bien desde el teclado, bien desde el piano de cola. Cuando aparecían eran pequeñas dosis de ingravidez, como si de repente nos quedáramos flotando. Ya se encargaba Bori Albero de darnos tierra. El contrabajista, sintiendo el suelo en sus pies descalzos, nos guiaba hasta la misma raíz, con ese bajo profundo que resonaba en el interior del estómago.

Aleix Tobias fue, durante todo el concierto, el motor del grupo. Como un latir imparable nos llevaba encima de una ola, sin convertir su rumiar, en ningún momento, en algo repetitivo o fatigoso. Supo combinar los timbres de los instrumentos que le rodeaban para lograr esa miscelánea que hacía caminar a los músicos hacia el mismo sitio.

Hacia la mitad del concierto hubo un par de temas a dúo, en un ambiente intimista. La cantante volvió a conquistar al teatro con su voz, llevándola desde el torrente desgarrado hasta el riachuelo limpio y puro que acababa desembocando en el mismo centro de nuestra gravedad.

Fue una pena que no se entendieran algunas de las letras que cantaba, quizá debido a un mal logrado balance de la sala en determinados momentos, teniendo en cuenta la masa sonora que se creaba cuando tocaba toda la banda a la vez. Hubo música enlatada en puntos concretos del espectáculo, a la que Sílvia parecía invocar levantando los brazos.

Hacia el final, se creó una especie de cuarteto comenzando con Monforte, quien empezó a superponer capas sonoras. Le siguió Albero quien, cogiendo el arco, dio el toque de graves, y terminó con la voz de Sílvia, quien también fue tejiendo una capa tras otra con la pedalera hasta llegar al trance sonoro en el que prácticamente nada se distinguía con claridad pero sí había un sentido común.

Hay que lamentar la falta de respeto de cierto público que salía y entraba en medio de los temas, así como de asistentes que llegaban con retraso, mucho retraso, y a pesar de todo entraban, rompiendo la atmósfera que el grupo iba creando.

Fue un concierto particular en el que casi se rozó el olvido de las medidas de seguridad. Como contagiada por el deseo de abrazar que a veces nos suscita la música, toda la sala acabó en pie, tras las dos horas de espectáculo, pidiendo más de aquello que le había hecho vibrar.

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