A principios del mes de noviembre saltaba una noticia que rápidamente daba la vuelta al mundo, convirtiéndose en una tabla de esperanza o salvación para millones de personas ante ese azote que nos asola a todos, esa pandemia llamada covid-19. Según los diferentes informativos, los laboratorios norteamericanos Pfizer habían descubierto la vacuna salvadora por todos esperada.

Sin embargo, y sin quitarle el mérito a Pfizer, los que han llevado a cabo el descubrimiento no han sido en realidad los científicos de dicho laboratorio, sino los de otro llamado BioNtech, situado en Europa, concretamente en la ciudad alemana de Maguncia, donde dicho laboratorio tiene la sede central. Esta empresa germana ha anunciado un acuerdo con la multinacional farmacéutica norteamericana para, según se ha publicado, «codesarrollar una potencial vacuna contra el covid-19».

La sorpresa de los entresijos de la noticia no queda ahí, sino que va más lejos, teniendo en cuenta factores como la globalización, y en ocasiones la estigmatización de lo extranjero en diferentes partes del mundo, entre los que Alemania no es una excepción… Y ello porque los descubridores de dicha vacuna, junto lógicamente con el resto de médicos y científicos de los laboratorios BioNTech, son efectivamente dos alemanes, pero de origen turco…

Se llaman Ugur Sahin y Özlem Türeci, y se trata de un matrimonio de médicos de origen turco confundadores de la citada empresa, en la que trabajan mil trescientos empleados de unos cincuenta países. La sede central está situada en la citada ciudad de Maguncia, donde ellos ejercen además de profesores en la universidad.

Resulta curioso que el hallazgo no haya tenido lugar en una gran ciudad, como podría haber sido Berlín o Hamburgo, sino en Maguncia, una ciudad mediana donde también tuviera lugar en su día uno de los mayores descubrimientos que hizo avanzar a la Humanidad: la imprenta de caracteres móviles inventada por Johannes Gutenberg, que puso al alcance de la gente el saber a través de la edición de libros, hasta entonces recluidos en los monasterios.

Volviendo al tema de la vacuna, hay que decir que como otros tantos cientos de miles de turcos, el hoy presidente de la empresa, el doctor Sahin, nacido la localidad turca de Alejandreta, llegó a la ciudad alemana de Colonia con cuatro años de edad con su madre, donde les esperaba el padre como trabajador de la fábrica Ford. Después de estudiar medicina en dicha ciudad se especializaría en inmunología y oncología.

Por su parte la doctora Türeci también es hija de inmigrantes turcos, si bien ella ya nació en Alemania, donde goza profesionalmente de gran prestigio, presidiendo en estos momentos el grupo de investigadores de inmunoterapias individualizadas, al tiempo que es profesora en la Universidad Johannes Gutenberg en la citada ciudad de Maguncia. Junto a ello, ostenta el cargo de directora de BioNtech, empresa que además de la asociación con Pfizer en este caso ha colaborado también con otros laboratorios farmacéuticos como Sanofi, Bayer o Roche, entre otros.

Según declaraba el doctor Sahin al semanario alemán Der Spiegel, esa forma de cooperación «es nuestra tecnología. Trabajar con Pfizer es una cooperación ideal que nos permite desarrollar una potencial vacuna y tenerle disponible en el menor tiempo posible».

El tema del origen y nacionalidad tiene bastante importancia en un país como Alemania, país en el que viví durante bastantes años y conocí como es lógico a muchos trabajadores turcos coincidiendo con algunos de ellos en los centros de trabajo. Si en aquellos años sesenta podían vivir en dicho país uno o dos millones de turcos, con cierta estigmatización social, hoy son cinco los millones los que residen allí, mucho de los cuales lógicamente han nacido en Alemania y tendrán por tanto dicha nacionalidad. Muchos se han adaptado, pero el tema de la religión musulmana sigue pesando en parte de ellos.

Como dato anecdótico, diré que en los años sesenta y setenta del pasado siglo los trabajadores extranjeros no éramos considerados como personas extranjeras, sino como «gastarbeiters». Es decir, «trabajadores invitados», ya que se presuponía que después de algunos años regresaríamos a nuestros países de origen. Pero algunos se han quedado y hoy, como en el caso que nos ocupa, son científicos que alumbran una esperanza mundial llamada vacuna…

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha siete libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», «Memoria Histórica. Para que no se olvide» y «Una Transición de risa». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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