Apoyándome es unas estrofas de Mario Benedetti, comenzaba yo hace meses un trabajo con la frase: «Cuando la tormenta pase y se amansen los caminos». Ignoraba en aquellos momentos, iluso de mí, cuán lejos estaba de lo que se avecinaba, porque la tormenta estaba pasando, que casi había pasado ya, y que las aguas volverían al cauce de la normalidad en nuestro país.
Pero desgraciadamente la tormenta no ha pasado, porque la segunda ola de contagios está ahí, a nuestro lado, en nuestros pueblos y ciudades, llevándose por delante la vida de tantas y tantas personas, de tal manera que cuando escribo la cifra de muertos superan ya los cuarenta mil.
Los caminos no se han amansado por motivos varios, en los que algunas actuaciones políticas, entre otras cosas, han tenido parte de responsabilidad, han sido arte y parte, además de que cada cual debamos apechar con nuestra parte de responsabilidad.
Visto el paisaje a día de hoy, cuando de nuevo estamos inmersos en medio de una batalla por la salud, por conservar la vida, uno ya puede hablar, contar por experiencia como un ciudadano más lo que le ha tocado vivir, y que marcará el resto de los días para tantos familiares. En este caso tan cercano, la moneda de la vida ha mostrado la cara y la cruz de nuestra existencia.
Una de esas caras ha sido la muerte de un ser muy querido, caso del que ya me hice eco durante la primera parte de la pandemia en mis Apuntes de una cuarentena. La parca se llevó a Ricardo, un ser tan querido, y ya nunca volverá a ser igual para los que formábamos parte de su familia. Todavía suena en mis oídos el solo de trompeta que cada día entonaba el hijo de un amigo desde lo alto de un edificio de Madrid en su honor.
De la otra cara de la moneda, más alegre y esperanzadora es de la que quiero hablar, escribir, porque un amigo de sus amigos, un marido y padre, nuestro querido Juanjo Pelayo, ha vencido a la muerte, ha regresado a la vida después de 99 días en la UCI luchando contra la parca que pretendía llevárselo, como a tantos otros.
Recuerdo ahora aquel ya lejano 7 de marzo cuando nos reunimos por última vez los dos matrimonios como de costumbre, quedando para el lunes siguiente. Pero aquel lunes nunca llegó, porque comenzó a sentirse mal y tuvo la sensatez de posponer el encuentro. En este sentido, el día 11 comenzó el calvario que le ha tenido postrado más de medio año, luchando por mantenerse a flote en la chalupa de la vida, al cuidado de unos profesionales de la sanidad pública que lo han dado todo y que han contribuido, con su esfuerzo, a que hoy Juanjo siga vivo, esté entre nosotros.
Resulta imposible imaginarse lo que tiene que sentir un ser humano durante 99 días postrado en una cama sin poder moverse, siendo consciente de que tal vez, con muchas probabilidades, no existiría la mañana siguiente, él no vería la luz del día.
Según me comentaba su esposa, Charo, solamente cuando ya se vio un poco bien, al cabo de meses postrado, dijo por primera vez: “Ahora creo que salgo de esta”.
Ahora Juanjo ha vuelto a su casa, ha regresado de nuevo a la vida, y los amigos le hicimos un recibimiento como merecía en nuestra localidad, Tres Cantos, donde seguirá la recuperación. Seguramente tendrá que aprender de nuevo a vivir, a andar, escribir, hablar, y eso debe ser una tarea nada fácil.
Pero si ha vencido a la muerte en una lucha titánica durante 99 días, lo demás se da por descontado. Como el cariño que le profesa la gente que le quiere.