Llegado que ha uno a los 75 años, me viene a la cabeza una frase del gran poeta extremeño que fuera Félix Grande: «Sé que voy a seguir transportando el saco de mis años». Y ya con el macuto a cuestas, ligero de equipaje, me dispongo a emprender un nuevo camino, esta columna compuesta de letras que contarán historias, cosas, aconteceres, bajo el nombre de Un escribano en la Corte.
Escribano, porque es en realidad la profesión que he tenido a lo largo de mi vida, la de escribir para los demás, desde que a los catorce años empezara a trabajar como aprendiz en una imprenta en el oficio de artes gráficas, empezando de cajista, pasando por linotipista, fotocompositor y finalmente como periodista. Si la memoria no me falla, hace de ello unos sesenta años. Y escribo desde la Corte, desde este Madrid «donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir…», en palabras del maestro Joaquín Sabina.
Da la casualidad de que en este año 2020 se están celebrando dos grandes acontecimientos que también llevan aparejada la cifra 75, coincidiendo con mis cumplidos años. La primera es la de la finalización de la segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar un 2 de septiembre de 1945, contando yo a la sazón 58 días de existencia y cartilla de racionamiento en vigor. El otro gran acontecimiento fue la creación de la Organización de Naciones Unidas (ONU), que el 21 de septiembre celebraba su constitución, si bien su nacimiento tendría lugar días más tarde, concretamente el 24 de octubre de 1945.
Mirando la vida frente a frente, recordando lo vivido y pensando que mañana es el primer día del resto de nuestras vidas, la de cada cual, me dispongo a contar cosas, historias que en más de medio siglo han dado mucho de sí, además de las que irán sucediendo en el día a día ya que, conforme al viejo aserto profesional, el periodista debe «informar del diario acontecer».
En la obra El amante bilingüe, de Juan Marsé, hay un personaje que dice en un momento dado, con una sinceridad a flor de piel: «Dejo aquí escritos estos recuerdos para que se salven del olvido. Mi vida ha sido una mierda, pero no tengo otra». El personaje es un tal Marés, un charnego radicado en Cataluña, como tantos otros cientos de miles de extremeños andaluces, gallegos, castellanos, murcianos, etcétera, que tuvieron que irse a aquellas tierras en busca del sustento, a los que se trataba en un tono peyorativo.
Emulando al personaje en cuestión, el que suscribe también podría decir aquello de «Yo también dejo escritos aquí estos recuerdos…». No para que se salven del olvido, sino porque como periodista creo que podrían llegar a servirle a alguien de alguna utilidad, pues los años vividos, y sus enseñanzas, vienen a ser el gran archivo de nuestra existencia. No es cuestión de contar la vida propia, sino de escribir, narrar historias, experiencias vividas a lo largo del medio siglo largo que uno lleva dándole a la tecla de una u otra manera. Por fortuna, he logrado vivir de una profesión que ya forma parte de mi piel.
Acompaña a este primer trabajo una ilustración gráfica, una composición que de alguna manera viene a plasmar el tiempo transcurrido, en un momento en que uno lleva ya tres cuartos de siglo en la mochila. La primera es una imagen de perfil hecha por una excelente pintora y amiga, Charo, quien al decir de mis hijos ha logrado plasmar mi silueta tal cual. Y la segunda es reproducción de una vieja máquina de escribir, una Underwood de 1915, modelo en el que yo aprendí a escribir en aquellos lejanos años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Y con la venia, seguimos en la brecha.