La vida empieza y termina con la misma cadencia; esa que expresabas cuando te referías a ella en tus tuits; la belleza expresamente contemplada, el haz de la vida y de las circunstancias que acaso no vemos nuestras. Todas en verso, acaso, esas estrofas.
La poesía fue tu forma de entender tu propia existencia, en ese empeño por no dejar las letras aparcadas, ni siquiera en ese sinvivir durante estos años amargos. Te congratulabas de que los pequeños establecimientos y las librerías fueran abiertas de nuevo; tras este confinamiento en donde realmente no parece que aprendimos nada, y nos ofreciste unos libritos nuevos que habías comprado hace pocos días, alentándonos de nuevo a volver a leer en hojas impresas.
Lectora incansable, editora de autores que hoy te lloran, devolviste la frescura a los que escriben contando historias y diste con tu mejor afán, la muestra sonriente de la otra vida; esa que aparece cuando la única opción es vivir. De tí si pudimos ver que los días son cortos y la empresa de mantenerse con una vida plena, solamente depende de nosotros.
Otro de tus afanes, quizá fue inmortalizar la vida con tu cámara y ofrecernos ese pedazo de belleza, con la generosidad con la que nos dedicabas además, unas letras cada día. Desde las flores del campo, con las que se podían hacer ramos preciosos, hasta esos árboles que rodeaban tu mirada, cuando hace casi un rato nos avanzabas que quizá, iba a llover.
¡Ay, Belén! Nos has inspirado de nuevo y nadie te despide hoy, porque las mujeres como tú, no son presas fáciles y las asimos con la fuerza para que no se vayan nunca de nuestro lado; la misma que nos has mostrado tú al manejar este viaje tremendo y que conservamos, ora en Microgeografía de Madrid, ora, en otros libros tuyos. Estos, los de Madrid, darán beneficios que irán a parar, según decidiste tú misma, al servicio de Oncología del hospital La Princesa de Madrid, tu otra casa.
Sit tibi terra levis, amiga querida. Gracias por tanto.